TELÉGRAFOS Y EDITORES

Juan Carlos Méndez Guédez



Ayer en la tarde inventaron el telégrafo. Desde hoy toda la narrativa mundial deberá transformarse. Quien no escriba a partir de los nuevos paradigmas, de las nuevas nociones de tiempo y espacio que genera este invento impresionante, será un narrador de museo, una pieza arqueológica.

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Lugar mancha nombre no quiero acordarme (coma) tiempo poco vivía un hidalgo (coma)

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Presentación de un libro.
La persona a mi lado enumera miles de datos que abarcan desde momento en que nació Jesucristo hasta la mañana de ayer a las tres y quince de la tarde.
“La erudición: esa trampa con la que una memoria construye la inútil soledad de un hombre”, escribo en mi cuaderno.

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El futuro sólo soy yo, dijo el escritor, pero el futuro, como siempre, no llegó nunca.

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La perfección: ese momento anterior al libro mismo: ese libro que vamos a escribir, el próximo, el que ya estamos pensando, el que no hemos comenzado. La perfección tal y como quiero leerla en el poema de Fabio Morabito: “imagina la casa// es el mejor momento de una edificación/ todo es limpio y posible// todo es un don del aire/ todavía no hay nada/ que contar, sólo sueños”.

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Estoy siguiendo tu carrera, dijo muy serio ese editor que después nunca publicó mis libros. Ahora cada día giro el rostro, me escondo, me disfrazo al salir a la calle. Siento que el editor me sigue y me sigue, y una vez comprobado que no es para publicar mis historias comienzo a preguntarme qué pretende.

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