MIS OBJETOS DE INFANCIA

El día de la mudanza
Pedro Badrán
Periférica, 2008.
|106 p.|12,50 euros|ISBN:9788493623241|

Desde que terminé esta excelente novela del narrador colombiano Pedro Badrán llevo días enumerando mis objetos de infancia; realizando inventarios; hurgando en los entresijos de mi memoria para rescatar de esas penumbras aquellos objetos que acompañaron mi niñez o mi adolescencia.
Nada evidencia con mayor claridad el peso de una novela que la introspección posterior que genera en quien la ha visitado. La novela se cierra pero nos acompaña plenamente, viaja con nosotros por la ciudad, se sube al metro, bebe café, se prolonga y nos confronta con algunas de nuestras preguntas más escondidas, más invisibles.
Brillante manera la de plantear la reconstrucción de una historia familiar de declives y derrotas: fijar la mirada en los objetos que han acompañado su existencia. Porque ese roce con los objetos que rodean una vida, esas pequeñas manchas, esas imperfecciones que van surgiendo al contacto con una taza, una alfombra, una pared, son las que van configurando ese paisaje externo de lo que somos.
La novela de Badrán me ha hecho pensar en unas declaraciones realizadas por Chillida al referirse a Joan Brossa. Allí comentaba el escultor que el artista catalán utilizaba en su obra objetos comunes, corrientes, porque ellos guardaban una memoria compartida. Badrán logra despertar en sus lectores esa impresión de reconocimiento, de recuerdo compartido, como si esa decadencia, esas derrotas también fuesen parte de cada uno de nosotros.
Oficio virtuoso el de Badrán al construir esta novela corta. No sólo obtiene de inmediato la complicidad de los lectores evocando en ellos su propia relación con sus objetos más próximos (afectividad que lo aleja de tentativas como las de Robbe Grillet), sino que consigue que el universo material de El día de la mudanza se adhiera a la almendra más profunda de los personajes. Objeto, personaje y lector se entremezclan.
Pienso así en esas culturas que regalaban a los niños una piedra que debían cuidar porque en ella estaba contenida su alma. Objeto externo en el que reposaba la energía de la vida interior. La novela de Badrán evoca de manera oblicua esa conjunción de lo externo y lo interno; logra evocar objetos llenos de alma. De allí que los personajes y nosotros compartamos durante más de cien páginas el hervor de un alma que nos reúne, porque Badrán nos entrega a unos y otros una piedra que se transfigura en lo que somos.
Gran oportunidad para los lectores españoles la que propicia la editorial Periférica de colocar en las librerías la obra de este narrador del que ya conocíamos dos cuentos brillantes aparecidos en las antologías Líneas aéreas y Pequeñas resistencias. Un nombre que consolida el paisaje de espléndidos novelistas colombianos de la actualidad como son Juan Gabriel Vásquez; Sergio Gamboa; Héctor Abad Faciolince; o Sergio Álvarez.
Poco a poco, autores de primera línea se van abriendo paso en este mercado. Ojalá pronto, otros narradores de ese calibre se sigan haciendo habituales en estas tierras ibéricas. Pienso en voz alta en la boliviana Giovanna Rivero, por ejemplo, o en el venezolano Rubi Guerra: voces que transitan por la narrativa con aires vigorosos y reconfortantes. jcmg