NACHA

Berta Marsé



Noemí: sale del colegio a las cinco y media. Hoy tiene clase de refuerzo hasta las seis y media con Mateo, el hijo de una vecina. Ayer tuvo entrenamiento, mañana inglés e informática. El sábado partido. Cada día llega a casa alrededor de las siete, con el estómago vacío y esos incómodos zapatos que tanto desconciertan a sus padres; tan pesada se puso para hacerse con unos que a Pepe y Maika no les quedó otra opción que comprárselos, o el mundo se hundía sin remedio.

Noemí sólo tiene trece años. Si no espabila con los exámenes sus vacaciones van a ser una mierda pinchada en un palo, según sus ilustrativas y siempre dramáticas metáforas. Se teme lo peor, pero no sabe qué hacer para evitarlo. Por mucho que la madre achaque el fracaso escolar al desinterés propio del pavo, Noemí sabe que se ha esforzado, y que esto es todo lo que ha conseguido a lo largo de este curso: muchas asignaturas justas y algunas suspendidas, sofocos en la cancha al no tocar pelota pese a ser la más zancuda del equipo, dos enamoramientos imposibles, uno de un cantante inglés y otro de un actor que lleva cuarenta años muerto, ningún avance en su atracción fatal por el gamberro del barrio— el Palomeque sigue sin saber que existe— , un chasco con una de sus mejores amigas, que a sus espaldas resultó que le decía de todo menos bonita, una mención en el concurso de poesía y un sólo pecho, de momento sólo ha brotado uno. Junio acaba de empezar, la verbena de San Juan marcará el fin de la enseñanza primaria, ¿y si todos sus compañeros se despiden del colegio menos ella? Repetir es una posibilidad de lo más deprimente: irá con chicas más pequeñas, y con niños aún más pequeños… Su torpeza destacará monstruosamente del conjunto. No lo superará.

Noemí abre la puerta de casa con la llave que desde hace años lleva colgada al cuello. Vive en un apartamento estrecho y largo como una madriguera. Su madre está viendo un programa de desgracias en la tele de la cocina, mientras prepara la cena.

—Qué hay, mamá.

—Mira, pelando unos guisantes.

Noemí abre la nevera, saca el tuper del jamón dulce y lo huele:

—Puaj, ¡este jamón está malo!

—Pues tíraselo a los gatos del solar.

—A ver si te crees que los gatos del solar son gilipollas.

Noemí arranca un pedazo de pan de la barra y se sienta junto a su madre.

—¿Qué tal con Mateo?— pregunta Maika.

—Bien. Él dice que aprobaré sin problemas.

—Pues claro que sí, Noe. Solo con que te apliques un poquito te lo sacas volando.

—Ya— suspira, con los carrillos llenos de pan.— Volando.

Maika no percibe la ironía ni la tristeza en la voz de Noemí. Se está compadeciendo de un anciano que pide ayuda en televisión: los propietarios del piso de renta antigua donde vive le putean cruelmente para que se largue. En la publicidad retoma el hilo:

—Qué buen chico es ese Mateo, ¿no es verdad? Siempre tan amable, tan educado. No me extraña que su madre se pase el día entero hablando de él. Lo que no entiendo es cómo todavía no le ha salido una novia, si un yerno así es la ilusión de cualquier madre…

—Es que es gay. Y ve a decírselo a la madre de su novio, lo de la ilusión. Se ve que le envía cartas desde América llenas de insultos y amenazas.

—Qué tontería. Para uno que es educado y limpio. ¿Te lo ha dicho él?

—Ay, no hace falta, mamá. Además no hablamos de estas cosas.

Ahora el anciano muestra en la tele la carpeta de las denuncias, los grifos rotos, las grietas y las humedades, incluso los restos de un incendio provocado que parece despertar el perezoso interés de Noemí; pero Maika ya está preocupada por otras cosas:

— Pues no es nada afeminado…— murmura. Parece apenada.— Muy al contrario, es tremendamente varonil. Y su amigo mejicano también.

—Es que eso no tiene nada que ver. Y lo de tremendamente varonil suena cursi y antiguo, mamá.

Maika mira a su hija, que habla del asunto de forma tan natural y desapasionada, con un punto de fastidio, y hace su propia interpretación:

—Noe, hija, quizá piensas eso porque no se han fijado en ti, pero es que a los chicos de esa edad les atraen las mujeres más maduras, no las niñas en plena metamorfosis.

Noemí acusa la palabra, demasiado sugerente para su imaginación:

—Yo no tengo ningún problema con Mateo. Eres tú la que pareces decepcionada.

—¿Yo? Para nada, a mí me da igual, que hagan lo que quieran. Yo lo único que digo es que es una lástima.

—¿Lástima?— Noe quisiera saber dónde ve ella la lástima, son guapos y amables y gustan a todo Dios. Lástima ella misma y el veranito que le espera. Lástima Nacha, que está ya muy vieja. Lástima...— Pues si has planeado casarme con Mateo, ya puedes olvidarte del asunto, mamá. No sé que te pasa últimamente que quieres colocarme novio.— Engancha las migas con las yemas de los dedos y se los chupa.— Tengo un hambre…

—Pues hazte un bocata, si quieres, ¡pero no destroces el pan así! Tu padre ha llamado que se retrasará un poco. ¿Es que hoy no tienes deberes?

— Ay…— se queja— pero si llevo diez horas estudiando cosas que no me interesan nada, no puedo más, no puedo con mi vida…

—Estás hecha una zángana, eso es lo que pasa— se ríe la madre, creyéndolo teatro.

— ¡Pero si no tengo fuerzas ni para hacerme un bocadillo! Necesito desconectar un rato, ¿dónde está Nacha?

—Pues dónde va a estar, alcachofada en el sofá, seguro.

Nacha ha oído su nombre y avanza renqueante por el pasillo. Es una perra labrador de color vainilla con sobrepeso. Tiene un año más que Noemí, que por lo tanto no guarda un solo recuerdo sin Nacha. En el lavadero, al otro extremo del piso, le pone su ración de pienso light —un dedo más porque le da pena— y la espera mientras come. De vez en cuando Nacha se vuelve para ver si Noe aún está ahí, en el umbral, larga y alicaída, y entonces le mueve la cola con gratitud.

—Que sí, come tranquila que yo te espero. Pobrecita, entre uno que nunca está, y la otra que no se entera. Es injusto, ¿verdad, Nacha? Si pudieses hablar…

Atardece cuando salen las dos hacia el solar de enfrente. Nacha sigue a Noemí entre las ruinas del edificio demolido. La adolescente camina tan descompensada que al final da un traspiés y se tuerce un tobillo.

—¡Hostia puta!— grita.— ¡Estos zapatos son una mierda!

Y lo lanza con rabia al fondo del solar. Nacha va tras él, husmeando el terreno. Cuando vuelve, muy contenta con el zapatón en la boca, Noe está sentada en el suelo y se frota el pie llorando de dolor:

—Qué daño…Sólo me faltaba eso, lesionarme antes del partido del sábado, aunque ¿sabes qué, Nacha?, ganas no me faltan. Ojalá sea un esguince y no tenga que jugar. O mejor aún, ojalá pille algo gordo y no tenga que examinarme. Podría entrar en coma, por ejemplo. Y todos fliparían y dirían que la pobre estudiaba demasiado, que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá, y luego yo despertaría y habría encogido algo y todos vendrían a verme pero el médico prohibiría las visitas y hala, a apiñarse en la sala de espera a hablar de mí y a fumar y a sufrir de remordimientos. Toma ya.— Lo ha dicho de carrerilla y la perra la ha escuchado con la cabeza ladeada— . Y tu estarás a mi lado, Nacha. Y así pasaremos el verano, solas, en la cama, leyendo y viendo la tele. Y nadie podrá verme por lo menos hasta que me haya salido la otra teta.— Se incorpora y se sacude la ropa. Ya no llora. Su sombra recta y plana se proyecta en la pared.— Si tarda mucho más me saldrá una joroba. Mira qué fea soy, mira qué amorfa, Nachita. Este cacho manos pegadas a unos brazos tan flacos, ¡es que las odio! ¡parecen raquetas! Por favor ¿cuándo dejarán de crecer? Y este pelo lacio es patético. Si fuese sexy y alegre el Palomeque se fijaría en mí, seguro. Lo sé porque he visto la clase de chicas con las que va, parecen tan divertidas y peligrosas. Tiene que ser alucinante salir con él…— Con un palo dibuja un corazón en el suelo y una P dentro. Se le escapa la risa y sorprende a Nacha, que está dando esos giros que indican ha encontrado el lugar idóneo para defecar.— ¡A Maika le daría un pasmo! A ella le gustaría que saliera con Mateo pero es que hay un pequeño problema, hermana, y es que no le interesamos las chicas. Debe ser por eso que me siento tan a gusto con él, sin la obligación de parecer lista, o sexy, o cualquiera de esas cosas que no soy. Con Mateo puedo ser yo misma, y ¿sabes qué?, que no me da corte ni miedo. Como cuando estoy contigo.

Y con el ceño fruncido tacha la P del corazón y en su lugar escribe una M. Luego parpadea hacia el sol naranja, en dirección al portal por el que espera ver llegar la barriga de su padre. Nacha observa con amor verdadero el relieve de su expresión: las arrugas en la frente, los grupitos de granos, los churretes de las lágrimas.

—Esto es un rollo. No es nada divertido. Si no apruebo me muero, ¿comprendes? Me muero. Y eso que Mateo cuenta las cosas que parecen fáciles y no me trata como a una subnormala. Él es genial, soy yo, que no sirvo para estudiar. Me cuesta concentrarme y a veces no entiendo las cosas. ¿Seré tonta? ¿Tu crees que soy tonta, Nacha?— Le tira el palo y Nacha lo mira, luego mira a Noemí. Se lo está pensando.— Pero si temo ser tonta, entonces es que no soy tan tonta, ¿no? Porque solo los tontos no se dan cuenta de que lo son.— Nacha va por el palo.— No se lo digas a nadie, pero odio el baloncesto. Antes de los partidos me pongo enferma, me dan ganas de vomitar y todo. Me ignoran, me siento patosa, invisible. Mateo dice que es muy sencillo: me borro y no juego más y se acabó la tortura. Pero a Pepe le hace ilusión, y por lo menos le veo en los partidos, junto a los demás padres. Allí no me mira como si no me conociera, como si no supiese quién soy. –La acaricia con ternura.— Tú eres la única a la que puedo contar esto. Maika no me escucha, está convencida de que no me esfuerzo lo suficiente. Me preocupa, ¿a ti no? ¿No has visto que últimamente está más despistada, como apartada de todo? Yo creo que se está volviendo loca. Mmmmm…. Eras tú quién me diooo más abrazos en los malos momentooooos, mmmmmm, lalaliro laliroooo— el canto espontáneo se acaba convirtiendo en un bostezo.— Cómo mola esa canción. Vámonos, Nacha. Ya le veré mañana, a Pepe, y si no el sábado. El sábado seguro. Estoy tan cansada… Lástima que ya no me duela el pie. Mmmm… más abrazos en los malos momentooos…. Qué cabrones ¿eh?, le habían prendido fuego al piso con el viejo dentro… Ni hambre tengo.

Pepe: asoma la cabeza, pequeña en relación al ancho de la cintura:

—¿Y la niña?

Es la pregunta del día que termina, la pregunta de las nueve y media de la noche, aproximadamente. Pepe sueña con el día en que Maika responda otra clase de cosas, del tipo la niña ha llamado desde Berlín hace un rato, que se iba a la ópera con su marido, que si hemos recibido las fotos de los críos y la cesta de quesos que ha mandado enviar.

—La niña se cansó de esperarte y se fue a la cama hace un rato. Y sin cenar. Primero dijo que tenía mucha hambre, luego se zampó media barra de pan y desapareció. No es alimento para una adolescente que está creciendo a ese ritmo.

—No pasa nada.

—Ya sé que no pasa nada, nunca pasa nada, pero deberías hablar con ella.

—¿De qué?

Cuando Pepe se sienta en el sofá, este cede a su peso y Maika, con la cena en una bandeja sobre las rodillas, frente a las noticias de la tele, se escurre un poco hacia él. Cenar así se le hace muy incómodo. Y demasiado tarde se acuerda de las cervezas en la nevera.

—No se esfuerza, Pepe, no pone interés en nada, parece que todo le importe un rábano.

—Seguramente es cosa de la edad.

— No tiene alegría de vivir, anda por ahí como un alma en pena, arrastrando esos zapatroncos espantosos.

—Pssst… Hay que ver qué poco tacto tienes, Maika, si sabes lo acomplejada que está.

—Con trece años y un cuarenta de pie, yo también lo estaría. No sé a quién ha salido.

—Pues no será porque yo no te lo he explicado miles de veces, lo que pasa tú tampoco pones interés en nada, ni tienes alegría de vivir.— Maika chasquea la lengua y se levanta. Pepe es un bromista patológico.— Ha salido al farmacéutico del pueblo de mi madre.

—Pero qué tonterías que dices. Desde luego en eso es clavadita a ti— dice, ya de camino a la cocina.

—¡Ya que estás ahí tráeme una cerveza fría, por favor!

Maika vuelve enseguida con la lata y una sonrisa pacífica:

—Si tu madre, que en paz descanse, era una santa, Pepe, que somos todos del mismo pueblo y lo sabemos todo los unos de los otros.

—Yo no digo que no fuera una santa. Lo que digo es que mi padre era un capullo, y el farmacéutico un gran tipo, y no me refiero a sus dos metros de altura. O por lo menos eso dicen los que le conocieron bien, porque yo era un bebé de pecho. Recuerdo que me pesaba y medía con un interés…

—Si, hombre, y de la luz de su mirada te vas a acordar tú.

—Yo me alegro por mi madre. –Pepe engulle mientras habla.— Y como era tan buena la suerte la acompañó, mi hermana salió igualita a ella, y yo me parezco al abuelo materno, apodado el Preñao porque tenía una panza como una gestación fuera de cuentas. Lo del farmacéutico todito para Noemí, pobrecita mía.

—De carita es como yo.

— Tú eras más guapa.

El cumplido, inesperado pero sincero, muerde la conciencia de esta pareja de padres tardíos. El pronóstico del tiempo en el telediario se escucha en incómodo silencio.

— Ahora creo que anda medio enamorada del de Rosa— dice Maika.— Desde que ese chico le da clases vuelve con el ceño fruncido, pensativa, no sé si está sufriendo o qué.

—Pues de ser como dices no demostraría demasiada intuición, la verdad. Al de Rosa no le van las tías, y es una lástima, el chaval es cojonudo para la niña.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Ay, mujer, pues…no sé, esas cosas se notan ¿no?

Pues Maika no lo había notado y parece contrariada. Pepe está con más hambre que antes de cenar y para distraerla se pone en marcha. Va al lavadero y le pone a Nacha su ración de pienso light— un dedo más porque le da pena— y la mira comer mientras se hace la siguiente reflexión: hay que ver, con dos mujeres en casa y la perra siempre hambrienta y sin hacer sus necesidades. Las hembras son más prácticas pero menos compasivas con la vejez. Aunque parece que Nacha mastica sin prisa, ¿habrá perdido también ella la alegría de vivir? Pero no, en cuanto termina de comer ya caracolea a su alrededor, emitiendo gruñidos alegres.

—¿Tienes caca, tú? Mi culona, bonita tu…— la jalea, sacudiendo su lomo hasta que sale polvo.— Vamos, pero ya sabes, que no se entere la parienta, ¿eh?

Oscurece cuando Pepe lleva a Nacha al solar de enfrente. La perra camina rezagada, olisqueando sus propios pipis. Pepe mira a un lado y a otro, luego arriba, hacia la ventana de Noemí, y finalmente se enciende el cigarro que llevaba en el bolsillo. Le da la risa y se atraganta. Nacha se le acerca trotando, preocupada por su acceso de tos.

—Si pudieras hablar...Dime una cosa, Nacha, ¿te chivarías, o me guardarías el secreto?
¿Cuánto hace que…? A ver, ayúdame a recordar, te sacaba más de una hora, pero ¿a dónde íbamos? Aquí estaban las oficinas, o sea que íbamos a lo que ahora es el polideportivo, y eso fue…a ver…¡La leche! No puede ser, no es posible. ¡Nacha!– Pepe se pone en cuclillas, con las piernas abiertas a cada lado de la panza. Nacha hace esfuerzos por lamerse los cuartos traseros— . Escucha, ¡va a hacer diez años! Diez años haciendo creer a todo cristo que no fumo, menos a ti. Una década fingiendo, sufriendo en cada celebración, en cada reunión de trabajo, sufriendo como un cabrón durante las vacaciones. Siempre buscando el momento, usando el ingenio y, claro, también la mentira. ¡Diez años! ¿Es posible?— Y en vez de reírse a carcajadas, como otras veces, se queda de un humor sombrío.— Siempre creí que Maika lo sabía, que veía el humo en el baño, la colilla flotando, briznas y cerillas en mis bolsillos, y se hacía la sueca… Pero ahora ya no lo ve. Me pregunto desde cuando no lo ve, o desde cuando no le importa. ¿Dos, tal vez tres años? También me pregunto de qué me sigo escondiendo exactamente. Me siento como un gilipollas, ¿soy un gilipollas, Nacha?– La perra se tumba y resopla, respira con dificultad.— Estoy preocupado por Maika, a ti te lo puedo decir. Esa falta de coordinación no es normal, se ha caído dos veces en lo que va de mes, que yo sepa, claro que igual sabes tu más que yo… Si pudieses hablar…— Coge un palito y lo lanza. Nacha lo mira.— Ve a buscarlo, es bueno para tu artrosis…Lo que me tiene la mosca detrás de la oreja es que no quiera hacerse un chequeo, ella que ha sido tan de médicos, Nacha, siempre con la agenda llena de horas tomadas, sino era el ginecólogo, era el dentista, o el dietista, o el veterinario. Pues ahora ni los nombra, oye. Le digo que se haga unos análisis, para saber porqué está tan cansada, de qué le viene esa apatía que la tiene como paralizada, y dice que sí que sí, pero no tiene iniciativa de nada.— Pisa el cigarro y se queda triste y quieto. Con gran esfuerzo, Nacha se levanta y va a buscar el palito para él.— Cuando me jubile me la llevo de viaje, para que vea algo de mundo antes de dar con nuestros huesos en el pueblo, ¿qué te parece? Bueno, cuando me jubile y a Noe se le pase esa tontería que lleva encima, que es que hay que ver el garbo que me arrastra…Sé que tú la quieres como a una hermana y que está feo lo que te voy a contar, pero que quede entre nosotros. Yo la cena ligera la digiero en cinco minutos, ¿vale?, pues en eso que la otra noche va y me entra hambre, total que me levanto, voy hacia la cocina y se me cruza un fantasma largo y estrecho como un ciprés, paliducho, el pelo aplastado sobre la cara, y pienso, ¿quién carajo es? ¿quién es esa extraña aparición que deambula por mi casa? No me asusté porque yo no soy de asustarme, que tú lo sabes. ¡Pues era mi propia hija, y no la reconocía!– Nacha mordisquea el palo, tumbada sobre el corazón pintado en el suelo.— Ay, Noemí, Noemí…. Volvamos a casa, Nacha.

A Nacha le cuesta caminar y está muy sofocada pese a que el aire ha refrescado. A su torpe paso los gatos se desperezan tranquilos; hace tiempo que los gatos del solar le han perdido el respeto.

—Ahora que cuando me jubile dejo de fumar de verdad, Nacha, te lo juro. Y no te creas, que si no hiciese este numerito ya me habría pulido el paquete, y así, a lo tonto a lo tonto, mira, este ha sido el cuarto del día….

Maika: friega los platos lentamente. El ruido del calentador la relaja, y el agua caliente y jabonosa compensa el dolor de espalda. La pica es algo más baja de lo normal por un defecto de construcción; el piso lo compraron sobre plano y lo estrenaron ellos. Desde entonces han cambiado de coche varias veces, han puesto parqué y aire acondicionado, han viajado a las islas Baleares y han comprado la casa del pueblo, pero nunca han arreglado esa pica en la que Maika friega encorvada un mínimo de tres veces al día. ¿Y por qué? Maika ya no lo recuerda. De un tiempo a esta parte su mente se ha simplificado y su mundo ha encogido. Sus emociones se han anestesiado. A veces nada le duele, pero en su fuero interno sabe que algo no va bien.

—Me voy a la cama— dice Pepe, y con el sobresalto a Maika se le escurre un plato de las manos y se hace añicos.

—Me has asustado… Otro plato de los que nos regaló tu hermana para la boda, ánimo que ya sólo quedan tres soperos y dos planos.

— Deja, ya lo recojo.

—¿Has hablado con Noe? – pregunta Maika, terminando de aclarar los cubiertos.

—Qué pesada estás. Déjala, mujer, si todo está… como tiene que estar. ¿O no?

—Yo no lo sé.

—De acuerdo— accede, a no sabe qué, para complacerla— mañana hablo con ella. De todas formas, si lo del Mateo lo dices porque lo has leído en su diario ya te digo que me parece fatal, que deberías tenerle más confianza a la niña aunque no te la inspire, que has de darle esa oportunidad porque recién empieza a enterarse de algo y la necesita. Esto que te digo es importante, Maika.

—No he leído nada en ningún sitio más que en su cara. Además, este año no hace ni diario.

Maika escurre la bayeta. Va a darse crema en las manos cuando tropieza con Nacha, que ronca en el suelo.

—¡Siempre en medio, un día me voy a partir la crisma por tu culpa!— Nacha mueve la cola con ojos culpables y soñolientos. Pepe ha desaparecido.— ¿Y a alguien se le ha ocurrido darte de comer? ¿Alguien te ha sacado? No padre. Si no me ocupo yo nadie se acuerda de esta vieja perra. Todos la quieren mucho, eso sí.

Maika le pone su ración de pienso light— un dedo más porque le da pena— , y observa con preocupación cómo Nacha huele las bolas antes de comérselas de una en una. Hace tiempo que también está como desganada, deslomada, derrengada.

—Pero cada día más gorda, yo no lo entiendo. Y la pobrecilla se aguanta lo que haga falta…— El lavadero siempre está limpio y seco, por eso lo dice.— No entiendo nada, es todo tan raro, tan extraño… Anda, vamos, pero sólo un ratito, que estoy muerta.

Cae la noche cuando Maika y Nacha salen a pasear al solar de enfrente. Caminan muy cerca la una de la otra porque todavía no se ha encendido el alumbrado, y Nacha no ve, y Maika tiene miedo.

—Hala, Nacha, menos mal que estamos en la calle, que si no nos intoxicas. ¿Te duele la barriga? Eso te pasa por tragona, muévete, venga, que va bien para los gases…— Aligeran el paso. Nacha está hinchada y le cuelga un palmo de lengua. Hacen un alto junto al corazón pintado de Noemí.— Mira eso, m de Mateo…¿Lo ves como está coladita por ese chico? Por eso dice que es gay, y Pepe por envidia. Claro que no me extraña nada, ni lo uno ni lo otro. El muchacho es ideal, y el mejicano no digamos. ¿Y si es verdad que son novios? ¿Podré seguir fantaseando con total libertad? Cómo he podido ser tan… Ay, qué rabia, no me sale la palabra. – Más que tumbarse, Nacha se deja caer.— Porque el tijerillas ese que le gusta a Noe da pena verlo, con esas piernas como dos lápices, menudo elemento. Que poco desenvuelta es la niña ¿no crees? O quizá es que yo tengo prisa por verla crecer. Bueno, por verla dejar de crecer, más bien, o hacerse pronto a su cuerpo. La he mimado demasiado. Un par de hermanos le hubiesen venido bien, pero Dios no quiso. Tuve dos abortos seguidos y, cuando ya había desistido, llegó Noemí. Fue poco después de que Pepe te trajese de regalo para que me consolaras de la depresión. Tú me trajiste suerte, comadre. – Nacha cierra los ojos y levanta la cabeza buscando aire.— Noemí… Es un nombre hebreo, significa mi delicia, ¿a que no lo sabías? Tengo que convencer a Pepe que la lleve de viaje, en cuanto se jubile, para que vea un poco de mundo, para que coja un poco de aire en la camiseta... Y tú y yo les esperamos en el pueblo la mar de discretas. No sé tú, pero yo siento la necesidad de recogerme, como esos animales viejos y enfermos que se hacen a un lado para reventar, quién sabe si por pudor, o para evitar a los suyos lo más penoso. Ea, vamos…— Maika empieza a deshacer camino. Está muy oscuro y se guía gracias a la luz de los televisores que sale de las ventanas.— No se lo digas a nadie, pero estoy perdiendo memoria. Noto que mi cabeza no funciona, que me olvido de las cosas, que no encuentro la palabra. Pero lo peor es que no me importa. Ni si voy o vengo, ni a qué día estamos. Sólo me importa Noemí. Tengo un mal presentimiento, y el instinto me dice que debo dejarla colocada. Es mi única hija, tú ya me entiendes. ¿Recuerdas a tus cachorros, Nacha? ¿Te dolió cuando los regalamos? ¿Les hechas de menos? Si pudieses hablar… ¿Nacha? ¿Dónde estás? Si estás haciendo caca date prisa que es muy tarde… Nachaaaa.

Maika silba. Algunas farolas se encienden y los insectos aletean en la luz. Es la hora en que roedores y otros seres nocturnos acuden a las basuras y se abre la veda para los gatos del solar. Verlos cazar, como bailarines, era un espectáculo que siempre había fascinado a Nacha.

—¡Puñeta, no me asustes, que no está el horno para bollos! ¡Nachaaaaaaaaa!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Abrazos, abrazos , abrazos¡¡¡
Viva esta página Marsiana...
Viva Marsé.

(¿y el periférico más central de los centrales, se habrá ido a pasear otra vez?)