DE CHILE A EUROPA ATRAVESANDO MÉXICO: UN RECORRIDO POR LAS PÁGINAS DE ROBERTO BOLAÑO

Chiara Bolognese
Universidad Autónoma de Madrid

En la extensa y rica producción del escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) se pueden vislumbrar algunas temáticas que la marcan y unifican y que en estas páginas se buscará esbozar. En primer lugar se enfocará el estudio sobre el tema de la condición latinoamericana; posteriormente se analizará el papel del viaje desde Hispanoamérica a Europa. Por último, se reflexionará sobre la escritura, que el autor propone como búsqueda que aparenta dar una finalidad a las vidas sin rumbo de sus personajes.



Tres territorios constituyen el escenario de las historias del escritor –al tiempo que son, en cierto sentido, protagonistas–: México, Chile, y Europa. Estos lugares reproducen precisamente el desplazamiento emprendido por Bolaño mismo, quien nació en Santiago y falleció en Cataluña. México y Europa son los universos relatados a menudo desde el presente, mientras que Chile siempre es descrito desde el recuerdo y la distancia, reflejando así la situación vivencial del autor, quien pasó la totalidad de su vida creadora fuera de él. Sin embargo, no se puede ignorar su pertenencia a Chile que siempre se delata en sus historias, ya que este país y el golpe de estado de Pinochet son una sombra, una pesadilla que acecha y determina las existencias de sus protagonistas. La escritura para Bolaño es, por lo tanto, una forma de superar el trauma causado por el golpe de estado. Los personajes, por su parte, siempre son ambivalentes en su sentir hacia Chile: se quieren marchar de él y lo hacen, pero, al mismo tiempo, a menudo sueñan con volver y siguen sintiéndose parte de la realidad chilena. Los de Bolaño son, pues, sujetos divididos entre la pertenencia a su continente y el deseo de separarse de él.

Asimismo, los protagonistas pasan de una historia a otra armando un tejido que es el corpus bolañano. Éste no está constituido por textos separados, sino por textos que forman el conjunto de una obra en marcha[i], cuyos hilos son precisamente los personajes y las temáticas cuando se hacen guiños y se entrelazan[ii]. En este sentido, la intratextualidad, junto con la intertextualidad[iii], son los aspectos que más caracterizan la visión de la literatura de Bolaño, que configura sus escritos como porciones de una obra total. El autor, por lo tanto, requiere de un relevante trabajo interpretativo por parte del lector, quien ha de descifrar y encajar las distintas alusiones y los mensajes fragmentados que él va proponiendo[iv].

1. Marginalidad y violencia en Latinoamérica

El escritor reflexiona sobre qué significa ser latinoamericano durante y después de la década de los setenta, y hace un retrato de cómo esta pertenencia se ve modificada cuando los individuos se encuentran en Europa. Sus textos se pueden leer como piezas de un puzzle que van dibujando un itinerario que abarca la violencia y la derrota de la libertad propias de las dictaduras en Hispanoamérica –véase La literatura nazi en América, y las dos obras chilenas Estrella distante y Nocturno de Chile–; recorre el México de los años setenta –por ejemplo en Los detectives salvajes y Amuleto– y el de los años más recientes –en la última novela, 2666–; y tiene como meta Europa, en donde se hace irremediable el fracaso de casi todos los protagonistas.

Bolaño relata el viaje real con sus peripecias, encuentros y desencuentros, sueños y pesadillas, así como el viaje existencial, a través del cual los protagonistas maduran (¿o envejecen?) y meditan acerca de su existencia de latinoamericanos de fin de siglo.

Sus personajes principales son siempre emigrantes, gente que está planeando dejar su lugar de nacimiento. Las obras relatan ese viaje que une América con Europa, así como las razones que empujan a los individuos a emprenderlo y las consecuencias en la evolución de sus personalidades.

Bolaño retrata a una generación –la suya– cuya vida fue trastocada por la implantación de las dictaduras de los años setenta; una generación que se ha quedado huérfana de sueños y líderes. El autor pinta el periodo del desencanto, el momento en el que se comprende que las promesas y las ilusiones políticas y sociales ya no son válidas; describe la destrucción de la utopía latinoamericana, el derrumbe de una civilización y la consiguiente dispersión de los individuos que fueron víctimas de ella, y que la literatura puede contribuir a salvar del olvido. En este sentido es importante subrayar que Bolaño, con su escritura, quiere mantener viva la memoria de ciertos eventos que sobrecogieron a la sociedad latinoamericana de los últimos treinta años del siglo pasado[v], tal y como queda plasmado en su voz poética cuando habla a un interlocutor que parece haber perdido la capacidad de recordar incluso a las personas más importantes de su vida:

Los detectives [...] observan
Sus manos abiertas,
El destino manchado con la propia sangre.
Y tú no puedes ni siquiera recordar
En dónde estuvo la herida,
Los rostros que una vez amaste,
La mujer que te salvó la vida.[vi]

Su escritura quiere homenajear a los más débiles, y entre ellos están los chilenos forzados a salir del país y que gritan “sólo somos chilenos [...] inocentes, inocentes”[vii], los viajeros permanentemente desubicados, y los jóvenes que asistieron a la masacre de Tlatelolco. Es un retrato del desconcierto, del vacío en el que se encuentran quienes fueron testigos del fracaso del sueño latinoamericano.

La compleja situación política de Hispanoamérica y la escisión que padecen sus habitantes llevan a una sensación de desamparo que en los personajes es constante. América Latina se convierte en el lugar de las promesas no mantenidas y de la desilusión, un continente con muchas posibilidades que sólo consiguen revelarse como fracaso y que parecen condenadas “a apagarse prematuramente como se apagan tantas cosas en Latinoamérica”[viii]. Estas últimas son palabras de Auxilio Lacouture, la protagonista de la novela corta Amuleto, quien pocas líneas después proporciona un retrato desgarrador de la desilusión latinoamericana: “nuestra historia está llena de encuentros que nunca sucedieron”[ix].

En la reconstrucción de la historia de violencia de su continente, Bolaño propone siempre la óptica de los excluidos, que asisten atónitos a la imparable caída hacia el abismo de la situación que enfrenta su país. La crueldad de los pequeños hechos de la cotidianidad constituye el telón de fondo de las obras enmarcadas en las violaciones mayores de los más sangrientos acontecimientos históricos. Su literatura es la marcha rumbo al infierno, en el que buena parte de sus habitantes parecen condenados a la muerte y a la exclusión ya desde el principio.

Bolaño da vida a una épica de la marginalidad, a una reflexión desde y sobre la periferia de las grandes metrópolis latinoamericanas y europeas, en una coyuntura histórica en la que el centro ha dejado de existir. En este contexto se ha de situar a sus personajes, que deambulan en un territorio desdibujado, donde los límites entre locura y cordura son muy sutiles. Se trata de seres derrotados, que viven en los márgenes existenciales y culturales.

Los dos protagonistas principales de Los detectives salvajes[x], Arturo Belano y Ulises Lima, son emblemáticos de este tipo de existencia. Ellos están rodeados constantemente por el aura de misterio propia de quienes viven en la bohemia intelectual, pero, al mismo tiempo, son considerados como seres excluidos de la sociedad, así como revelan las siguientes palabras de un personaje menor de la novela, quien se les acercó por cuestiones de poesía y de compraventa de marihuana:

Por supuesto, nunca los consideramos unos poetas de verdad. Mucho menos unos revolucionarios. ¡Eran vendedores y punto! Parecían [...] dos extraterrestres. Pero conforme iban adquiriendo confianza, conforme los ibas conociendo [...] su pose resultaba más bien triste, provocaba el rechazo.[xi]

Belano –también alter ego del autor– y Lima viven en el límite entre la normalidad y el lumpen y suscitan el repudio por parte de quienes los rodean. Éstos encierran en sí mismos los principales elementos de la literatura bolañana, ya que son viajeros, exiliados, latinoamericanos (uno chileno y otro mexicano) y tienen como único horizonte existencial la literatura. Sus figuras, así como su producción literaria, encarnan la escritura de los derrotados por la que siempre apostó su creador.

Se trata de personajes que ocupan “la sala de lecturas del Infierno [...] los patios escarchados [...] los dormitorios de tránsito / [...] los caminos de hielo”[xii], y que perfilan y sufren esa épica del mal que surge de la desgarradora violencia de los totalitarismos. En la novela publicada póstumamente –2666– se llega al apogeo de esta situación, ya que se retrata desde la odisea de muerte de la Segunda Guerra Mundial, hasta la aniquilación que queda simbolizada en los asesinatos de mujeres en la mexicana Ciudad Juárez, hoy todavía irresueltos.

Acerca del cuadro del mal que Bolaño proporciona, es interesante notar que en sus textos no hay ningún rasgo de maniqueísmo, esto es, nadie es detentor de la verdad: las víctimas se convierten en victimarios y viceversa; todos están unidos en el mismo escenario de desesperación; una desesperación que rara vez se desata pero que, justamente por ello, es más agobiante. Por eso Bolaño define a los latinoamericanos de su generación como: “mis hermanos verdugos y [...] mis hermanos desconocidos. / Todos finalmente humanos y curiosos, todos huérfanos y / jugadores ciegos en el borde del abismo”[xiii]. Se crea una situación en la que la catástrofe siempre está al acecho, pero nunca se produce, lo cual hace imposible la salvación.

2. Vagabundeos y extranjería: vidas en los dos lados del mar

La reflexión de Bolaño abarca al hombre en su totalidad. De su discurso se entiende que la vida es un recorrido que hay que llevar a cabo en soledad, ya que nada ni nadie puede consolar a los seres humanos. La existencia ha endurecido a estos personajes, cuya actitud es sólo la indiferencia. Así se comenta, por ejemplo, la forma de relacionarse de Arturo: “no tenía muchos amigos. Conocía a muchos [...] se reía con muchos [...] pero sus amigos eran más bien pocos o ninguno”[xiv]. Los personajes son individuos inquietos, que rozan el desequilibrio mental, y están siempre a punto de estallar, como “el bueno de Ulises [que] era una bomba de relojería [...] y nadie [...] lo quería tener demasiado cerca”[xv].

Los vagabundos y los exiliados protagonizan la literatura de Bolaño y se revelan como seres desubicados en cualquier lugar que se encuentren, ya que son habitantes de un mundo en el que el tejido social está completamente disgregado. Los personajes, por tanto, se mueven en ese “territorio en fuga”[xvi] que su propia inquietud delinea en la continua búsqueda de puntos de referencia que ya no existen.

En este panorama, el destino de la mayoría de los coterráneos del autor no puede resultar sino en una huida permanente, como aclaran las siguientes palabras del narrador del cuento titulado “El Ojo Silva”, quien recuerda a “los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor”[xvii]. Es la forzada aceptación de la imposibilidad de la salvación lo que experimenta la generación de Bolaño, y, en este sentido, las reflexiones del narrador –Ojo Silva– de nuevo son muy relevantes: “de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros los nacidos en Latinoamérica en la década de los cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende”[xviii].

El escritor crea una nueva patria, la de los dispersos, y habla de dos grupos de latinoamericanos: los que asistieron paralizados, en directo e impotentes, al derrumbe de las utopías, y los que se expatriaron. Son antihéroes, que viven en la tierra de nadie, un poco como le pasó al autor mismo hasta que llegó a integrarse en Blanes.

El viaje es, por lo tanto, otro rasgo fundacional de su escritura, en la cual las historias surgen del relato o del recuerdo de alguien que se está desplazando. De esto nace la inevitable condición de extranjeros de los protagonistas, que lo son tanto en el lugar de origen como en la tierra a la cual se dirigen con su desplazamiento. Éstos muy a menudo emprenden el viaje desde Latinoamérica y siguen moviéndose constantemente porque saben que no pertenecen –ni quieren pertenecer, tal vez– a ninguno de los países adonde llegan para escapar de situaciones inaguantables.

Los individuos de Bolaño nunca echan raíces definitivas, y pasan así a perfilar una literatura del desarraigo y de desarraigados, en la cual el movimiento no se para nunca ya que nadie tiene un motivo real para quedarse en algún sitio determinado. Es más, parece que lo único que realmente les interesa es marcharse, siempre: “supe que siempre había querido marcharme”[xix], dice García Madero cuando, de repente, se le presenta la ocasión de dejar su lugar de nacimiento y emprender el viaje en busca de la desconocida poeta Cesárea Tinajero.

Sean viajes emprendidos por adultos, sean viajes iniciáticos, mentales o existenciales, el desplazamiento contribuye a otorgar, aunque sea sólo temporalmente, un sentido a las vidas de los protagonistas. Se trata de periplos que no pueden llegar a su destino ya que éste ha dejado de existir; los personajes nunca consiguen encontrar su sitio en el mundo: “después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?”[xx], se pregunta la voz poética de “Un paseo por la literatura”.

Hay que tener en cuenta, además, que las dos novelas largas, Los detectives salvajes y 2666, son, entre otras cosas, el cuento de la pesquisa de dos escritores viajeros. En definitiva, muchos protagonistas de la ficción de Bolaño se pueden considerar como “héroes sin hogar [...] vagabundos que viajan sin afincarse realmente en ninguna parte [y] anuncian ya una constante de «movimiento» en la que la identidad cultural americana exterioriza su desajuste más profundo”[xxi].

3. ¿La salvación por la escritura?

Independientemente de las temáticas relacionadas con los acontecimientos de la política latinoamericana, la propuesta de Bolaño abarca también un retrato de la angustia vivencial contemporánea y trata el asunto de la búsqueda de la identidad tanto en Europa como en Hispanoamérica. El autor evidencia constantemente la precariedad de la existencia, y subraya a menudo la indiferencia que está en la base de las relaciones líquidas[xxii] que no proporcionan ninguna seguridad. Los individuos son incapaces de establecer vínculos afectivos sólidos y duraderos. La desesperación y el vacío caracterizan sus vidas de seres perdidos en un mundo que no los comprende y que ellos tampoco consiguen descifrar. Se retrata a hombres y mujeres que viven en el sutil límite entre la cordura y el desequilibrio mental, y que frecuentemente se parecen a esos “pobres locos de México que pegan o que lloran, pero que no saben nada de nada”[xxiii] (nótese que éstos son mencionados por Quim Font, protagonista, a su vez desquiciado, de Los detectives salvajes).

Lo único que aparenta salvar de todo este derrumbe es la dedicación a la escritura. Muy relevante en esta óptica es la situación de la uruguaya Auxilio Lacouture. Esta mujer, encerrada en los servicios de la UNAM en el momento en que los policías quieren detener a los estudiantes que están defendiendo la autonomía universitaria, se salva porque se pone a escribir poemas en el papel higiénico: “porque escribí, resistí”[xxiv], declara, con un guiño al poema-manifiesto de Enrique Lihn[xxv].

La escritura, desde la soledad en la que se gesta, se revela muy adecuada para estos individuos que viven anclados en un pasado que quieren olvidar, y se lanzan hacia un porvenir que nada promete. Ellos buscan otras formas de comunicación, puesto que ya son incapaces de hacerlo de acuerdo a la costumbre. Los personajes han dejado de relacionarse con el mundo exterior porque no confían en que éste les pueda ofrecer alguna oportunidad de vida mejor o consuelo siquiera. Se crean, por lo tanto, mundos alternativos habitados por escritores reales o inexistentes. Y, en este sentido, cabe destacar que casi siempre es una ocasión literaria la que los empuja a salir de la apatía y a buscar un cambio en sus vidas, aunque luego este cambio no logre solucionar su desasosiego vital.

Para finalizar este esbozo del proyecto literario de Bolaño no puede faltar una reflexión sobre la escritura como tema.

Se trata, como ya se ha adelantado, de una literatura de seres derrotados que se enmarca en la poética del fracaso y de la supervivencia. Son textos que, por una parte, quieren homenajear a quienes intentaron hacer la revolución y no lo consiguieron, y a los escritores –los poetas en particular– que buscaron hacerlo a través de la palabra escrita, cuyos nombres menciona Arturo Belano en el cuento “Carnet de baile”, al hacer referencia a

los hijos de Walt Whitman, de José Martí, de Violeta Parra; desollados, olvidados, en fosas comunes, en el fondo del mar, sus huesos mezclados en un destino troyano que espanta a los supervivientes [...] Beltrán Morales [...] Rodrigo Lira [...] Mario Santiago [...] Reinaldo Arenas [...] los poetas muertos en el potro de tortura [...] los muertos de sida, de sobredosis.[xxvi]

Por otra parte, a pesar de esta clara afiliación con el grupo de los escritores fracasados que siempre buscó Bolaño, en su sociedad sin modelos resulta fundamental el deseo de matar a los padres literarios, una aspiración que tienen tanto los protagonistas, como él mismo. Se trata de una literatura que busca llegar a la orfandad, a la libertad de todo maestro. Es ésta la condición necesaria de cualquier escritura, tal y como declara de nuevo Arturo Belano: “hay que matar a los padres, el poeta es un huérfano nato”[xxvii]. Es un asesinato que ellos acometen para poder escribir aliviados de la angustia de las influencias.

Las referencias a escritores reales que, a menudo, el autor elige como protagonistas de sus historias –de los cuentos, con mayor frecuencia– son una forma de tributo o de crítica a los autores fundamentales que lo precedieron. En este sentido, hay un diálogo tenso y fecundo con ellos, en particular, con los poetas chilenos Pablo Neruda, Nicanor Parra y Enrique Lihn. Se produce, por lo tanto, una literatura que siempre está balanceándose entre la deuda con el pasado y el deseo de libertad, en vista del futuro de una creación más independiente.

Los detectives salvajes y 2666 vuelven a ser muy relevantes en esta dirección, ya que su unidad estriba en el tema de la búsqueda de dos autores desaparecidos: Cesárea Tinajero y Benno von Archimboldi. Estas presencias –o ausencias–, que acechan y obsesionan a los protagonistas pero nunca se hacen concretas, subrayan el fracaso de la comunicación, incluso por parte de quienes eligieron la escritura como forma de expresión. El escritor-fantasma, junto al escritor fracasado, es el ápice de la identidad líquida y desdibujada que ni siquiera en este mitificado oficio encuentra la ansiada felicidad y unidad. La literatura, que sirvió a los protagonistas como excusa o estímulo para salir de la apatía, no consigue, por tanto, sacar del olvido y de la invisibilidad ni a sus mismos creadores.

Queda bastante claro que el proyecto de Bolaño abarca la entera existencia; en él, el escritor mismo se disuelve para ceder el protagonismo total al texto escrito. Se arma así una poética del desencanto, en la que sólo sobrevive lo que deja abierto la obra de arte, y que supera en importancia y valor literario a su mismo creador.

El tema del abandono de la literatura se revela como el punto fundamental para completar la visión de la literatura del autor, una renuncia que amenaza también el personaje de Arturo B: “ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de la mierda de la literatura. En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar”[xxviii].

Se trata de un abandono que hay que llevar a cabo y que no es otra cosa que un tributo nuevo y total a la literatura, una entrega completa a la escritura, sin otra finalidad que la escritura misma. Lo único que le queda al hombre –sea poeta en busca de referencias, o crítico persiguiendo una confirmación a sus interpretaciones o, incluso, escritor fracasado– es dejar la última palabra al texto escrito. Por ello, es necesario cerrar este texto –o acaso abrirlo– con las emblemáticas palabras de Iñaki Echevarne:

los Lectores mueren uno por uno y la Obra sigue sola, aunque otra Crítica y otros Lectores poco a poco van acompañándose a su singladura. Luego la Crítica muere otra vez y los Lectores mueren otra vez y sobre esa huella de huesos sigue la Obra su viaje hacia la soledad. [...] Pero otra Crítica y otros Lectores se le acercan incansables e implacables y el tiempo y la velocidad los devoran. Finalmente la Obra viaja irremediablemente sola en la Inmensidad[xxix]

Bibliografía consultada

Aínsa, Fernando, 1986, Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa, Madrid, Gredos.
Bauman, Zygmunt, 2002, Modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina.
_______________, 2005, Amor líquido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina.
Bolaño, Roberto, 1996, Estrella distante, Barcelona, Anagrama.
______________, 1998, Los detectives salvajes, Barcelona, Anagrama.
______________, 1999, Amuleto, Barcelona, Anagrama.
______________, 2000, Los perros románticos, Barcelona, Lumen.
______________, 2000, Nocturno de Chile, Barcelona, Anagrama.
______________, 2000, Tres, Barcelona, Acantilado.
______________, 2001, Putas asesinas, Barcelona, Anagrama.
Espinosa, Patricia (coord.), 2003, Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño, Santiago de Chile, Frasis.
Lihn, Enrique, 1969, La musiquilla de las pobres esferas, Santiago de Chile, Universitaria.
Martínez Fernández, José Enrique, 2001, La intertextualidad literaria, Madrid, Cátedra.
VV. AA., 2005, Jornadas homenaje. Roberto Bolaño (1953-2003) Simposio internacional, Barcelona, ICCI Casa Amèrica a Catalunya.

NOTAS

[i] Cfr. Dunia Gras, “Roberto Bolaño y la obra total”, en VV. AA., 2005, Jornadas homenaje. Roberto Bolaño (1953-2003) Simposio internacional, Barcelona, ICCI Casa Amèrica a Catalunya, p. 52.
[ii] En particular, es de notar que Arturo Belano, Arturo B, B, o algún chileno extraviado, son las constantes de las historias, que justamente en este personaje, o mejor en esta clase de personaje, encuentran su unidad.
[iii] Para estos dos conceptos véase las definiciones que proporciona José Enrique Martínez Fernández en su libro La intertextualidad literaria (2001, Madrid, Cátedra).
[iv] Para proporcionar sólo algunos ejemplos, la novela Amuleto es la profundización en un episodio de Los detectives salvajes, así como Estrella distante nace de un fragmento de La literatura nazi en América.
[v] Estrella distante, Amuleto, Nocturno de Chile, y Los perros románticos son, tal vez, los textos que lo hacen de manera más evidente y puntual.
[vi] Roberto Bolaño, 2000, Los perros románticos, Barcelona, Lumen, p. 38.
[vii] Roberto Bolaño, 1996, Estrella distante, Barcelona, Anagrama, p. 39.
[viii] Roberto Bolaño, 1999, Amuleto, Barcelona, Anagrama, p. 58.
[ix] Ibidem.
[x] La novela fue galardonada con los premios Herralde de novela (1998) y el Rómulo Gallegos (1999) y relata las peripecias de un grupo de jóvenes poetas (o presuntos tales) mexicanos (los real visceralistas) liderados por Arturo Belano y Ulises Lima. Estos últimos, junto con Lupe y García Madero, emprenden el gran viaje en busca de la maestra del Real Visceralismo del Norte en el que se inspiraron para la creación de su movimiento. La novela da cuenta del fracaso de las vidas de cada miembro del movimiento poético, tanto de los que se quedaron en Latinoamérica como de los que se fueron a Europa.
[xi] Roberto Bolaño, 1998, Los detectives salvajes, Barcelona, Anagrama, p. 329.
[xii] Roberto Bolaño, Los perros románticos, cit., p. 16.
[xiii] Ibid., p. 65.
[xiv] Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, cit., p. 143.
[xv] Ibid., p. 181.
[xvi] Término utilizado por Patricia Espinosa en su texto Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño (2003, Santiago, Frasis).
[xvii] Roberto Bolaño, 2001, Putas asesinas, Barcelona, Anagrama, pp. 13-14.
[xviii] Ibid., p. 11.
[xix] Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, cit., p. 136.
[xx] Roberto Bolaño, 2000, Tres, Barcelona, Acantilado, p. 105.
[xxi] Fernando Aínsa, 1986, Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa, Madrid, Gredos, pp. 170-171.
[xxii] Véase para profundizar en eso Modernidad líquida (2002) y Amor líquido (2005) de Bauman, ambos publicados por Fondo de Cultura Económica de Argentina.
[xxiii] Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, cit., p. 216.
[xxiv] Roberto Bolaño, Amuleto, cit., p. 147.
[xxv] Me condené escribiendo a que todos dudaran /de mi existencia real [...] /escribí / y hacerlo significa trabajar con la muerte / codo a codo, robarle unos cuantos secretos [...] / Pero escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo. (Enrique Lihn, 1969, La musiquilla de las pobres esferas, Santiago de Chile, Universitaria, pp. 81-84.)
[xxvi] Roberto Bolaño, Putas asesinas, cit., p. 215.
[xxvii] Ibid., p. 210.
[xxviii] Roberto Bolaño, Estrella distante, cit., p. 138.
[xxix] Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, cit., p. 484. Cabe recordar aquí que el personaje de Iñaki Echevarne es el trasunto ficcional del critico literario Ignacio Echevarría, gran amigo de Bolaño y designado por este mismo como responsable de todos los asuntos que se refieren a sus obras a partir de su muerte.

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