ANTONIO BANDINI RECUERDA PERO NO SE ACUERDA DEL NOMBRE

Ernesto Pérez Zúñiga



Muchas noches me pregunto qué habría sucedido después si ella no hubiera muerto. Me quedé quieto ante la puerta que ya nadie jamás abrió. El otoño se movía en las hojas, las ruedas de los automóviles pisaban una y otra vez el mismo charco, y yo, el Bandini de doce años, mantenía aún el dedo pegado al botón del timbre.

Si ella no hubiera muerto, habríamos paseado de regreso del colegio, hurtándonos las manos, riendo, ocultos los deseos en las bromas, casi en las heridas que nos infligíamos aprovechando las pequeñas cosas que habían ocurrido en clase.

Las pequeñas cosas si ella no hubiera muerto, cómo serían. El pelo del mismo color que la dulzura de su sonrisa enfadada, como los mazapanes que tantas veces entonces le robé a mamá justo después de que los comprara, escasos, para el día siguiente.

Las pequeñas cosas. El dedo pegado al timbre. No supe que nadie podía regresar todavía del entierro.

Me pregunto qué hubiera ocurrido si ella permaneciera a mi lado tantos años más tarde. Si estas palabras que escribo de madrugada estarían repitiendo su nombre, un nombre que mi vaso vacío no logra deletrear ahora como si fuera la primera vez.

Me habría levantado de esta mesa. Me habría acercado hasta la cama donde ella duerme. No estarían las sábanas deshechas donde rumio la ausencia de llamadas, la falta de lectores. Simplemente me acercaría por el lado de la almohada, un nombre vendría conmigo y yo sería capaz de pronunciarlo.

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