DONDE LA LUZ ES FELIZ

Juan Carlos Méndez Guédez



La idea de construir un bestiario, lentamente, sin esperanzas, sin prisas.
Sin olvidar que muchas veces me habría gustado tener la mirada de los lobos. Esa gelidez, esa exactitud punzante, esa potencia que logra congelar, anunciar el miedo en los otros.
Para que así el miedo también se encuentre a veces fuera de mí mismo.

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La melancolía profunda de los últimos años de Pedro Emilio Coll surgía de la evidencia de que sus ideas siempre aparecían mejor expresadas en los palabras de los otros. El gran lector aplastaba la posibilidad de una escritura propia. Quizás por eso en la juventud somos capaces de escribir con impudicia, sin freno.
Comprendo ahora aquella frase de Bolívar Coronado. “Consejo para jóvenes escritores convencidos de su genialidad: “leete a ti mismo, sólo a ti mismo” ”.

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Veo a N. al otro lado de la calle. Muy bien vestido, gesticula, alza la voz, el aire parece abrirse a su paso. Posee el aire de quienes vencen a la historia, de quienes la controlan y la dirigen. Ese gesto mesiánico de quien colabora aplastando un país para poder salvarlo.
Pienso en Camus: “la patria adquiere en ustedes reflejos sangrientos y ciegos”.
Años atrás nos habríamos saludado y hasta habríamos compartido un café. Ahora sigo de largo. Feliz en mi derrota, en mis dudas. Silbando, silbando muy fuerte para no escuchar las palabras que quisiera gritar ahora.

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Cierta blancura, como si la página sólo permitiese el mutismo, la exactitud milimétrica, la palabra justa. Así pienso esta mañana la poesía de Eugenio de Andrade. Luego susurro: “Repite las sílabas/ donde la luz es feliz y se demora,”.
Luego me quedo callado mucho rato, varias horas, muchas horas.

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