Nicolás Melini
Las palabras que voy a pronunciar aquí, sobre la subsistencia de los escritores, no sé si serán certeras o no. Sigo el hilo de una argumentación de la que descreo tanto como de la realidad que parece haberse impuesto respecto de este tema. Hablo desde el escepticismo absoluto, sólo por cuestionar, y, si así lo quieren, desde un cierto cinismo que a veces me parece sano. Así que, si el hilo argumental les cabrea, sigan leyendo, a bien seguro será más sabroso. En cualquier caso quedan advertidos de la naturaleza de mi cátedra, que en algún momento expresaré con la contundencia y convicción de un creyente, aunque mi fervor no sea más que la máxima expresión de una duda, espero que razonable.
El de escritor es uno de los oficios que está planteado en términos de mayor liberalismo económico. Se supone que el escritor debe vivir de las ventas de sus libros. Lo cierto es que tan sólo un ridículo número de escritores vive de las ventas de sus libros, y que la inmensa mayoría se ve abocado a tomar un trabajo y realizar las labores de su oficio (leer y escribir) en horas robadas a su tiempo de descanso.
Con suerte, con el tiempo, algunos consiguen “vivir de la literatura”, es decir, de pequeñas ofertas de trabajo alrededor de la publicación de sus libros: artículos en prensa, conferencias, talleres literarios, algún recital o lectura remunerados, etc.
He conocido a estupendos escritores que han tomado empleos como el de operador de telefonía o cuidador de ancianos en la necesidad de conseguir algún dinero para su subsistencia. Los escritores se ven obligados a desempeñarse en los trabajos más variados; son profesores, periodistas, programadores culturales, trabajan en el mundo editorial; pero también hay casos de porteros de finca, celadores de hospital, guías turísticos, y, además de el largo etcétera que debería seguir, gentes que más o menos subsisten como pueden para poder disponer del tiempo suficiente y escribir.
En la otra mano, el escritor o escritora tiene la opción de ingresar en el mundo de las publicaciones periódicas, “trabajar escribiendo” para (en los ratos libres) escribir sus libros. Y esto parecería el paradigma de la independencia y el éxito social y profesional. Escribir en la prensa, salir en la televisión… Todo ello alza considerablemente las posibilidades de vender algún que otro libro más, y, en cualquier caso, por esta vía el escritor o escritora obtiene una gran consideración, en calidad de escritor (aunque lo que esté haciendo sea otra cosa). Sin embargo, con toda probabilidad deberá manifestarse en defensa de las ideas de un partido político y en contra de las de otro. Y si bien muchos escritores aceptan esto (escribir y manifestarse al servicio de) como un mal menor, lo cierto es que, incluso cuando defiendan a un partido con cuyas ideas estén absolutamente de acuerdo, y se opongan a las de otro cuyas ideas no compartan en absoluto, no dejan de convertirse en una suerte de mercenarios (de columna en columna y de plató en plató), además de postergar a un segundo término su trabajo como verdaderos artistas.
Entrar en el juego político está muy bien pagado (en sueldos contantes y sonantes y, también, con distinciones “literarias”: no hay más que ver quiénes obtienen qué premios, y con qué libros), pero es muy probable que a muchos escritores ni se les pase por la cabeza, sea porque no quieran o porque no sean capaces o porque se trate de un mundo vedado para el tipo de escritores que son.
La otra opción posible, que en esta sociedad (y en otras anteriores) han asumido algunos escritores, es la de encerrarse con su trabajo caiga quien caiga, aun corriendo el riesgo de incurrir en la exclusión social. En ese caso, el escritor o escritora difícilmente podrá tener familia, y, si la tiene, tanto lo pagará él o ella como su pareja y sus hijos, que tendrán que aceptar la situación de dependencia del escritor o escritora respecto del “cabeza” de familia.
Se trata, sin duda, de un problema social, aunque acaso muchos escritores no se vean o no quieran verse a sí mismos como afectados. Muy al contrario, asumen las dificultades y tiran adelante como pueden. En algunos casos, sin manifestar su descontento, o con un profundo sentimiento de culpa por no ser capaces de vivir de lo que escriben (achacándoselo muchas veces a su propia impericia a la hora de hacer aquellas cosas que sí están bien recompensadas económicamente, o a su falta de talento para escribir una obra que se abra paso en el mundo entero, que se difunda masivamente, alcanzando a lectores de todas partes); si no confundidos, sin saber muy bien a quién o qué achacar su situación.
Los aspectos épicos de las vidas cotidianas de los autores los dignifican tanto ante nuestros ojos... Y no deja de ser sintomático. En una sociedad realmente moderna, en la que aspiramos a que todas las personas tengan una vida lo más digna posible, tal vez debiera avergonzarnos que sean precisamente los escritores quienes pasen penurias y dificultades. Y acaso sea indigno de toda la sociedad que esté tan bien considerado que un escritor tenga que sacrificar aspectos fundamentales de su vida para escribir su obra. Me pregunto hasta qué punto esa emoción épica que extasía a la sociedad cuando conoce las miserias que un escritor hubo de soportar para sacar adelante su trabajo, no deberían de suponer una vergüenza para esa misma sociedad, pues no es más que una muestra tan sangrante de su fracaso.
Resulta desconcertante observar cómo las personas se afanan en consumir todo tipo de productos lujosos, de necesidad más o menos cuestionable según qué casos, y cómo la sociedad premia con su más alta consideración esa “capacidad de consumir”, mientras que los escritores quedan relegados a una posición tan lejos del supuesto glamur del consumo. Habremos de suponer que se trata de una cuestión de valores. Consumir “cosas” de utilidad tan limitada en el tiempo ha pasado al primer plano de la vida social, mientras que los generadores de una belleza indeleble, ahora, se nos antojan seres improductivos.
Y desde luego no resulta sencillo comprender cómo es posible que los escritores estén contentos (y si no lo están, al menos no lo manifiestan) con el lugar que les asigna la sociedad en sus presupuestos, teniendo que pasar por todo lo expuesto para sacar adelante la escritura de sus libros, y recibiendo como único pago (no la concesión) la posibilidad de concesión de algún premio, cuando no la posibilidad de que algún día se les reconozca por ello, con suerte antes de fallecer.
Porque lo cierto es que, en el momento que cualquier persona se dice escritor o escritora y aparece ante la sociedad con un libro, la sociedad empieza a exigirle: imaginación, lucidez, inventiva, un pensamiento que la estimule, el necesario cuestionamiento de lo establecido, emociones, belleza, una actitud irreprochable ante multitud de aspectos de la vida; el desarrollo de una gran capacidad intelectual; que el escritor sepa, que conozca; que lo exprese; que su condición de escritor se vea claramente refrendada con la aparición de trabajos que demuestren que lo es, etc.
(Eso sin tener en cuenta que, normalmente, lo tendrán que hacer en su tiempo libre)
Resulta paradigmático: los escritores más desprotegidos son aquellos que están dispuestos a sacrificarlo todo por escribir.
Hace unos años escuché a la viuda de Manuel Padorno decir a mi lado, como en un suspiro que se deja caer al suelo, ni siquiera dirigido a mí: “Todo eso lo hicimos con tanto esfuerzo…”
Por “todo eso” se refería a la obra de Manuel Padorno. Nunca me pareció más acertada, rabiosamente justa, la utilización del plural.
Resulta imposible no constatar, llegado este punto, que el ujier de cualquier empresa participada por capital público; el ejecutivo, el maquillador o la presentadora de una televisión autonómica; el ganadero y el agricultor; muchas empresas de medios de comunicación; tantas editoriales, productoras, constructoras, publicistas, empresas que realizan obras públicas; quienes trabajan en la mayoría de las ONGs; quienes se plantean ahora dedicarse a fabricar energía con molinos de viento, reciben dinero público para desarrollar su trabajo, muchas veces sin plantearse si quiera si su sueldo proviene del erario público, de una empresa privada, o de una empresa privada que además recibe dinero público; y sin embargo todos cuestionamos en mayor o menor medida que quienes escriben obras literarias deban recibir el mismo trato.
Habría que buscar la verdadera razón, en cada caso, de que el ejecutivo de televisión más o menos pública, el profesor (de pública o concertada), el ganadero, el agricultor, el músico, el cineasta, etc., sí sean considerados a la hora de una aportación pública en la que les puede ir la vida; mientras que el escritor, no. Acaso algunos piensen que con la financiación por parte de diputaciones, ayuntamientos y cabildos y gobiernos autonómicos de numerosos premios literarios, queda resuelta la subsistencia de los escritores, o quizás esta aportación es tan publicitada –por interés más de los políticos que de los propios escritores—, que pareciera que ya está todo hecho, que las instituciones han cumplido, que han hecho lo suficiente.
Tal vez la sociedad considera indispensable la existencia de una televisión pública autonómica, por ejemplo, y no considera indispensable la creación literaria. O acaso considera que la financiación pública es “indispensable” para la existencia de una televisión autonómica, y la cree “innecesaria” para la aparición y existencia de buenas obras literarias. La subsistencia del ejecutivo de televisión es objeto de financiación pública, ¿acaso porque su participación se ha hecho indispensable para la existencia de una televisión pública?; la subsistencia de los escritores no nos resulta indispensable en absoluto –ni siquiera le resulta indispensable a los que necesitan libros para poder comerciar con ellos, toda una industria.
También es verdad que son muchos los que piensan que escribir, mire desde donde se mire, no es trabajar. El escritor, dramaturgo y guionista norteamericano David Mamet comenta que durante un tiempo hubo de escribir en cafeterías, porque si se quedaba en casa siempre había alguien dispuesto a pedirle “que arreglase la alcachofa de la ducha”. Y eso que, en su caso, la escritura si ha rendido algunos beneficios económicos.
Acaso son muchos los que consideran que “siempre habrá” algún que otro escritor que, a lo largo de toda una vida de desvelos, consiga un hueco en su cotidianidad para regalarnos (nunca mejor dicho lo de regalar) una de esas fuentes de belleza y conocimiento indispensables para que comprendamos nuestro tiempo y a nosotros mismos. Y además, “¡si siempre ha sido así, los escritores nunca lo han tenido fácil y a pesar de todo ahí están todos esos clásicos maravillosos!”.
Colijo, pues, que tal vez la situación “laboral” de los escritores en la actualidad se deba a que siguen ostentando los mismos (paupérrimos) derechos que antaño, y acaso se hayan quedado ahí mientras que la sociedad en su conjunto ha avanzado y muchos de sus componentes han adquirido, desde el primer momento de su existencia, unos derechos que los escritores nunca tuvieron.
Siempre habrá alguien dispuesto a espetarle a un escritor, “¡menos lloriquear y más trabajar!”, y podemos suponer que lo de trabajar va en dos sentidos: el escritor es un gandul por querer dedicarse a escribir en vez de trabajar, que es lo que hace todo el mundo; y el escritor es un inepto, un fracasado, si protesta en vez de ponerse a escribir para ofrecernos una de esas obras fulgurantes que, con el tiempo, dignifican la existencia de los pueblos. Pero tampoco debe de ser sólo esto. Del libro viven los impresores, los editores, los distribuidores, los libreros, los diseñadores, los agentes literarios… Los autores, no. Tal vez debiéramos plantearnos de una vez la pregunta impertinente: Por qué. Y si sabemos que los autores no consiguen vivir de las ventas de sus libros, y nos importa que éstos puedan encerrarse a escribir y leer, escribir y leer, escribir y leer, que es su trabajo, por qué no tomamos las medidas necesarias para que lo puedan hacer. ¿Es imposible? ¿O se trata de una clamorosa falta de voluntad social y política, sazonada con la clásica indefensión del escritor individuo que bracea por el encrespado mar de su vida, en solitario, y a mucha honra?
Cada vez se hace más necesario el análisis de las verdaderas razones de que el dinero público vaya donde va. Normalmente se combinan el interés de la sociedad, o de una parte de esta, con los intereses de los políticos. Pero urge un análisis exhaustivo de cómo el factor “lo que le interesa financiar al político” influye en que el reparto sea menos interesante para el conjunto de la sociedad.
Es muy fácil de defender desde la política, ante la ciudadanía, que el dinero de esta se invierta en una televisión pública autonómica (como se diría en los anuncios) “nuestra”, “la de todos nosotros”. Todo esto soslayando que al político le interesa invertir el dinero de todos los ciudadanos en un medio de comunicación a través del cual –aparte de que se activen ciertos aspectos de la economía y exista un reflejo de la realidad más inmediata de los ciudadanos—, podrá contarle las cosas tal como a él le interesa.
Qué hace falta para poner en marcha una televisión: maquilladores, realizadores, infraestructuras, maquinaria, ejecutivos… Cuánto cuesta un ejecutivo, cuánto la maquinaria, cuánto es en total: al contribuyente le interesa, aquí está el dinero, el contribuyente lo pone.
Cuánto hace falta para que Roberto Bolaño, Karmelo C. Iribarren, Isaac de Vega, escriban sus libros. ¿Tiempo? ¿Que se puedan poner a ello? ¿Dinero para que se puedan poner a ello? Eso cuánto es, ¡tan poco! No hay.
Además, si son escritores de verdad lo harán de todos modos. ¿Que podrían hacer más?, no importa, nos conformamos con lo que nos den. De todos modos, es su problema, serán juzgados por lo que sean capaces de escribir (no nos van a venir con el cuento de que no pudieron hacer más porque tenían que dedicarse a otras cosas para su manutención y la de su familia, que no son más cultos o que no pudieron escribir obras más brillantes porque no tuvieron tiempo para leer y escribir). Y en cualquier caso, ¿por qué no escriben cosas que se vendan? Si lo que escriben no le interesa a la (suficiente) gente como para que puedan vivir de las ventas de sus libros, qué quieren. ¡Más trabajo y menos lloriqueo!
He oído comentar muchas veces que el escritor debe ser libre, independiente, dando por sentado que si recibiese una aportación pública para realizar su trabajo dejaría de serlo. ¿Hablamos de libertad, de independencia, o estamos confundiendo estas con liberalismo económico, con explotación, con indefensión e intemperie a la hora de realizar lo que “es” el trabajo de los escritores?
El ochenta o noventa por ciento de los actos públicos en los que participan los escritores son gratis, no sólo para el público, también para las instituciones y organismos que los fomentan, al menos en lo que respecta a la intervención de los escritores, que a saber por qué razones participan: ¿por vanidad?, ¿por generosidad?, ¿porque han sacado un libro (aunque las ventas que se pueda obtener de la venta del libro, en ese acto o gracias a la organización de ese acto, no reviertan en la manutención del escritor; las cosas como son)?
Los pocos autores que pueden subsistir por –o gracias a— lo que escriben, son precisamente aquellos poquitos invitados constantemente a realizar actos públicos remunerados (bolos). Pero no parece que las instituciones públicas tengan la menor voluntad de potenciar esa industria, imprescindible para la subsistencia de cada vez más escritores y, por lo tanto, indispensable para que estos desarrollen su actividad intelectual y creativa. Tal vez (del mismo modo que se potencia la creación musical promoviendo la existencia de conciertos desde todo tipo de instituciones públicas) los escritores deberían de exigir que se potencie un circuito estable en el que los escritores difundan su obra y sus conocimientos… cobrando. Esto sí supondría un avance significativo en la calidad de vida de muchos escritores. También sería un avance significativo en materia de cultura.
Otro de los frentes posibles, en nuestro deseo de una mejor vida para los escritores, es la necesidad de crear becas o ayudas a la creación. Curiosamente, sí consideramos merecedor de una ayuda económica al guionista de cine (que puede presentar proyectos de escritura a diferentes administraciones y, consecuentemente, sacar adelante la escritura de su guión cinematográfico al margen de lo que luego éste pueda valer o no en el mercado, incluso al margen de si éste llega o no a convertirse en película), pero no consideramos merecedor de un trato similar a los escritores. Acaso consideremos más “profesional” al guionista que al escritor; aunque habría que plantearse, en este caso, a qué llamamos “profesionalidad”. ¿O es que consideramos indispensable la escritura de guiones para que se realicen buenas películas y se potencie una actividad que es industrial, pero no nos resulta indispensable respaldar la escritura de buenos libros porque los escritores ya hacen el esfuerzo de todos modos y la industria editorial no parece necesitar del apoyo a los escritores para su desarrollo?
No parece que fuera tan complicado habilitar becas de escritura para que los autores que quisieran y lo necesitasen pudieran encerrarse con su trabajo; o disponer una pensión de escritura a la que se pudieran acoger todos aquellos autores que prefirieran dejar “su empleo” por un tiempo para encerrarse con “su trabajo”, leer y escribir.
Sin duda habría muchos escritores que, al menos en algún momento de sus vidas, preferirían ganar menos y poder dedicarse a lo que seguro entienden como su verdadera razón de ser; pero es que hay otros tantos que se acogerían a esa pensión de autor –por ridícula que fuera— toda su vida, pues para muchos escritores resulta más satisfactorio sobrevivir escribiendo que obtener un buen sueldo relegando la escritura a un segundo plano. Más de un “escritor de verdad” se acogería, si pudiese, a la pensión que pudiera recibir un discapacitado, o una persona con un problema mental (¡sí, estoy loco de escritura, no puedo tomar un empleo!), para poder dedicarse a escribir.
Claro que enseguida habrá quien objete que sería muy difícil juzgar quiénes deberían ser los “autores verdaderos” merecedores de una beca de escritura y/o pensión de autor. Acaso no se tenga en cuenta que el Estado realiza todos los días complejas evaluaciones a personas que deberán dedicarse a esto o lo otro –incluso algunos con oficios muy similares al de los escritores—, o que serán merecedoras de todo tipo de prestaciones según su formación, su economía personal y situación familiar, y que las bases por las que todo ello se regula son actualizadas por la administración año a año, etc.
También habrá quien argumente –ante la solicitud de atención económica pública para quienes producen buenas obras literarias— que los escritores deben ser seres libres, independientes de cualquier dinero público (otra vez este argumento). A ninguno de los que así piensa se le ocurrirá, sin embargo, colegir que cualquier cineasta –que recibe dinero público de TVE, ICAA (Ministerio de Cultura), y un larguísimo etcétera de instituciones autonómicas, nacionales, europeas e iberoamericanas, para la realización de sus películas—, sea un autor dependiente, no libre, y su obra se encuentre plegada a los designios e intereses del poder establecido.
Y sin embargo, por alguna razón, pensamos que los libros de los escritores serían distintos (dependientes) si fuera el estado quien les dotara de lo necesario para ponerse a escribir.
Este argumento de la necesaria independencia del escritor tiene su miga. No nos parece adepto al poder, o domesticado, el autor que recibe el Premio Cervantes, el Nacional de Narrativa, aunque se trate de dinero público, al fin y al cabo. Tampoco nos parecen adeptos al poder, dependientes, los escritores que continuamente, por su obra y su buen saber hacer, son reclamados para impartir conferencias y todo tipo de eventos públicos remunerados, casi siempre, con dinero público. Pero en cuando sale el tema de la financiación pública para la creación literaria, irrumpe el concepto de escritor puro, independiente y auto manifiestamente libre que se apresura a declarar “aparta de mí este cáliz”.
Tal vez debiéramos preguntarnos de qué libertad, de qué independencia estamos hablando. ¿Una libertad y una independencia en la que los escritores no pueden hacer su trabajo (mientras el amigo locutor de radio, el agricultor, el músico y el director de cine, sí)?
De qué independencia hablaríamos. ¿Una en la que los escritores tienen que trabajar en otra cosa y escribir por la noche, en los fines de semana, los días de fiesta, en vacaciones? ¿O una en la que el escritor, si se pone a ello caiga quien caiga, quien cae primero es él mismo, y, si acaso su obra merece la pena, cuando la sociedad se dé cuenta del sacrificio que ha hecho ya lo cubrirá de honores, aunque sea después de muerto)?
De qué dignidad tan gallarda hablan quienes dicen que lo mejor es ser libres, independientes, no depender de la limosna del político (esa “limosna” que llueve como agua de mayo sobre los que han decidido apuntarse a fabricar energía con molinos de viento, los ganaderos y las mismísimas entidades financieras). ¿O acaso hablamos de una libertad que considera el sumun del éxito profesional escribir en periódicos y revistas artículos al servicio de un partido político o de otro (cuántas veces el interés de los políticos de por medio)?
Como ya hemos apuntado, se da la absurda paradoja de que del libro viven todos: impresores, libreros, editores, distribuidores… Menos los autores. Qué clase de dignidad torera nos asiste cuando esgrimimos nuestra supuesta libertad e independencia para escribir lo que queramos, si aceptamos tácitamente este injusto “tanto vendes tanto vales”, que hace que editores, distribuidores y libreros traten con cierta condescendencia a la inmensa mayoría de los autores, pues cómo sino como pobres diablos pueden ver a quienes contribuyen con tanto esfuerzo y sacrificio personal e intelectual al negocio que ellos hacen; y a cambio, tan sólo, de dígame usted esa vanidad del escritor.
Los escritores mismos reprimimos cualquier manifestación de victimismo. Pero cómo no van a producirse manifestaciones de victimismo entre nosotros si con nuestra ausencia de “activismo” lo único que conseguimos es que la sociedad toda mantenga ante nosotros una actitud culpable por el trato que nos dispensa.
¿Y de verdad cree alguno que alguien se va a poner a leerle en serio sin que esa culpabilidad (provocada por la falta de consideración social) desaparezca, por muchas campañas de fomento de la lectura que los gobiernos realicen?
Hace unos días, a un buen amigo escritor (a uno de esos que se toman su trabajo en serio), le hicieron una pregunta: “Y tú qué haces, a qué te dedicas”. “Yo no hago nada, soy escritor: estoy en mi casa”, respondió. Su respuesta no me sorprendió en absoluto. Esa es siempre una pregunta incómoda. Muchos escritores no pueden menos que decir de sí mismos lo que todos parecen pensar de ellos, para qué gastar energías con explicaciones.
Las palabras que voy a pronunciar aquí, sobre la subsistencia de los escritores, no sé si serán certeras o no. Sigo el hilo de una argumentación de la que descreo tanto como de la realidad que parece haberse impuesto respecto de este tema. Hablo desde el escepticismo absoluto, sólo por cuestionar, y, si así lo quieren, desde un cierto cinismo que a veces me parece sano. Así que, si el hilo argumental les cabrea, sigan leyendo, a bien seguro será más sabroso. En cualquier caso quedan advertidos de la naturaleza de mi cátedra, que en algún momento expresaré con la contundencia y convicción de un creyente, aunque mi fervor no sea más que la máxima expresión de una duda, espero que razonable.
El de escritor es uno de los oficios que está planteado en términos de mayor liberalismo económico. Se supone que el escritor debe vivir de las ventas de sus libros. Lo cierto es que tan sólo un ridículo número de escritores vive de las ventas de sus libros, y que la inmensa mayoría se ve abocado a tomar un trabajo y realizar las labores de su oficio (leer y escribir) en horas robadas a su tiempo de descanso.
Con suerte, con el tiempo, algunos consiguen “vivir de la literatura”, es decir, de pequeñas ofertas de trabajo alrededor de la publicación de sus libros: artículos en prensa, conferencias, talleres literarios, algún recital o lectura remunerados, etc.
He conocido a estupendos escritores que han tomado empleos como el de operador de telefonía o cuidador de ancianos en la necesidad de conseguir algún dinero para su subsistencia. Los escritores se ven obligados a desempeñarse en los trabajos más variados; son profesores, periodistas, programadores culturales, trabajan en el mundo editorial; pero también hay casos de porteros de finca, celadores de hospital, guías turísticos, y, además de el largo etcétera que debería seguir, gentes que más o menos subsisten como pueden para poder disponer del tiempo suficiente y escribir.
En la otra mano, el escritor o escritora tiene la opción de ingresar en el mundo de las publicaciones periódicas, “trabajar escribiendo” para (en los ratos libres) escribir sus libros. Y esto parecería el paradigma de la independencia y el éxito social y profesional. Escribir en la prensa, salir en la televisión… Todo ello alza considerablemente las posibilidades de vender algún que otro libro más, y, en cualquier caso, por esta vía el escritor o escritora obtiene una gran consideración, en calidad de escritor (aunque lo que esté haciendo sea otra cosa). Sin embargo, con toda probabilidad deberá manifestarse en defensa de las ideas de un partido político y en contra de las de otro. Y si bien muchos escritores aceptan esto (escribir y manifestarse al servicio de) como un mal menor, lo cierto es que, incluso cuando defiendan a un partido con cuyas ideas estén absolutamente de acuerdo, y se opongan a las de otro cuyas ideas no compartan en absoluto, no dejan de convertirse en una suerte de mercenarios (de columna en columna y de plató en plató), además de postergar a un segundo término su trabajo como verdaderos artistas.
Entrar en el juego político está muy bien pagado (en sueldos contantes y sonantes y, también, con distinciones “literarias”: no hay más que ver quiénes obtienen qué premios, y con qué libros), pero es muy probable que a muchos escritores ni se les pase por la cabeza, sea porque no quieran o porque no sean capaces o porque se trate de un mundo vedado para el tipo de escritores que son.
La otra opción posible, que en esta sociedad (y en otras anteriores) han asumido algunos escritores, es la de encerrarse con su trabajo caiga quien caiga, aun corriendo el riesgo de incurrir en la exclusión social. En ese caso, el escritor o escritora difícilmente podrá tener familia, y, si la tiene, tanto lo pagará él o ella como su pareja y sus hijos, que tendrán que aceptar la situación de dependencia del escritor o escritora respecto del “cabeza” de familia.
Se trata, sin duda, de un problema social, aunque acaso muchos escritores no se vean o no quieran verse a sí mismos como afectados. Muy al contrario, asumen las dificultades y tiran adelante como pueden. En algunos casos, sin manifestar su descontento, o con un profundo sentimiento de culpa por no ser capaces de vivir de lo que escriben (achacándoselo muchas veces a su propia impericia a la hora de hacer aquellas cosas que sí están bien recompensadas económicamente, o a su falta de talento para escribir una obra que se abra paso en el mundo entero, que se difunda masivamente, alcanzando a lectores de todas partes); si no confundidos, sin saber muy bien a quién o qué achacar su situación.
Los aspectos épicos de las vidas cotidianas de los autores los dignifican tanto ante nuestros ojos... Y no deja de ser sintomático. En una sociedad realmente moderna, en la que aspiramos a que todas las personas tengan una vida lo más digna posible, tal vez debiera avergonzarnos que sean precisamente los escritores quienes pasen penurias y dificultades. Y acaso sea indigno de toda la sociedad que esté tan bien considerado que un escritor tenga que sacrificar aspectos fundamentales de su vida para escribir su obra. Me pregunto hasta qué punto esa emoción épica que extasía a la sociedad cuando conoce las miserias que un escritor hubo de soportar para sacar adelante su trabajo, no deberían de suponer una vergüenza para esa misma sociedad, pues no es más que una muestra tan sangrante de su fracaso.
Resulta desconcertante observar cómo las personas se afanan en consumir todo tipo de productos lujosos, de necesidad más o menos cuestionable según qué casos, y cómo la sociedad premia con su más alta consideración esa “capacidad de consumir”, mientras que los escritores quedan relegados a una posición tan lejos del supuesto glamur del consumo. Habremos de suponer que se trata de una cuestión de valores. Consumir “cosas” de utilidad tan limitada en el tiempo ha pasado al primer plano de la vida social, mientras que los generadores de una belleza indeleble, ahora, se nos antojan seres improductivos.
Y desde luego no resulta sencillo comprender cómo es posible que los escritores estén contentos (y si no lo están, al menos no lo manifiestan) con el lugar que les asigna la sociedad en sus presupuestos, teniendo que pasar por todo lo expuesto para sacar adelante la escritura de sus libros, y recibiendo como único pago (no la concesión) la posibilidad de concesión de algún premio, cuando no la posibilidad de que algún día se les reconozca por ello, con suerte antes de fallecer.
Porque lo cierto es que, en el momento que cualquier persona se dice escritor o escritora y aparece ante la sociedad con un libro, la sociedad empieza a exigirle: imaginación, lucidez, inventiva, un pensamiento que la estimule, el necesario cuestionamiento de lo establecido, emociones, belleza, una actitud irreprochable ante multitud de aspectos de la vida; el desarrollo de una gran capacidad intelectual; que el escritor sepa, que conozca; que lo exprese; que su condición de escritor se vea claramente refrendada con la aparición de trabajos que demuestren que lo es, etc.
(Eso sin tener en cuenta que, normalmente, lo tendrán que hacer en su tiempo libre)
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Resulta paradigmático: los escritores más desprotegidos son aquellos que están dispuestos a sacrificarlo todo por escribir.
Hace unos años escuché a la viuda de Manuel Padorno decir a mi lado, como en un suspiro que se deja caer al suelo, ni siquiera dirigido a mí: “Todo eso lo hicimos con tanto esfuerzo…”
Por “todo eso” se refería a la obra de Manuel Padorno. Nunca me pareció más acertada, rabiosamente justa, la utilización del plural.
Resulta imposible no constatar, llegado este punto, que el ujier de cualquier empresa participada por capital público; el ejecutivo, el maquillador o la presentadora de una televisión autonómica; el ganadero y el agricultor; muchas empresas de medios de comunicación; tantas editoriales, productoras, constructoras, publicistas, empresas que realizan obras públicas; quienes trabajan en la mayoría de las ONGs; quienes se plantean ahora dedicarse a fabricar energía con molinos de viento, reciben dinero público para desarrollar su trabajo, muchas veces sin plantearse si quiera si su sueldo proviene del erario público, de una empresa privada, o de una empresa privada que además recibe dinero público; y sin embargo todos cuestionamos en mayor o menor medida que quienes escriben obras literarias deban recibir el mismo trato.
Habría que buscar la verdadera razón, en cada caso, de que el ejecutivo de televisión más o menos pública, el profesor (de pública o concertada), el ganadero, el agricultor, el músico, el cineasta, etc., sí sean considerados a la hora de una aportación pública en la que les puede ir la vida; mientras que el escritor, no. Acaso algunos piensen que con la financiación por parte de diputaciones, ayuntamientos y cabildos y gobiernos autonómicos de numerosos premios literarios, queda resuelta la subsistencia de los escritores, o quizás esta aportación es tan publicitada –por interés más de los políticos que de los propios escritores—, que pareciera que ya está todo hecho, que las instituciones han cumplido, que han hecho lo suficiente.
Tal vez la sociedad considera indispensable la existencia de una televisión pública autonómica, por ejemplo, y no considera indispensable la creación literaria. O acaso considera que la financiación pública es “indispensable” para la existencia de una televisión autonómica, y la cree “innecesaria” para la aparición y existencia de buenas obras literarias. La subsistencia del ejecutivo de televisión es objeto de financiación pública, ¿acaso porque su participación se ha hecho indispensable para la existencia de una televisión pública?; la subsistencia de los escritores no nos resulta indispensable en absoluto –ni siquiera le resulta indispensable a los que necesitan libros para poder comerciar con ellos, toda una industria.
También es verdad que son muchos los que piensan que escribir, mire desde donde se mire, no es trabajar. El escritor, dramaturgo y guionista norteamericano David Mamet comenta que durante un tiempo hubo de escribir en cafeterías, porque si se quedaba en casa siempre había alguien dispuesto a pedirle “que arreglase la alcachofa de la ducha”. Y eso que, en su caso, la escritura si ha rendido algunos beneficios económicos.
Acaso son muchos los que consideran que “siempre habrá” algún que otro escritor que, a lo largo de toda una vida de desvelos, consiga un hueco en su cotidianidad para regalarnos (nunca mejor dicho lo de regalar) una de esas fuentes de belleza y conocimiento indispensables para que comprendamos nuestro tiempo y a nosotros mismos. Y además, “¡si siempre ha sido así, los escritores nunca lo han tenido fácil y a pesar de todo ahí están todos esos clásicos maravillosos!”.
Colijo, pues, que tal vez la situación “laboral” de los escritores en la actualidad se deba a que siguen ostentando los mismos (paupérrimos) derechos que antaño, y acaso se hayan quedado ahí mientras que la sociedad en su conjunto ha avanzado y muchos de sus componentes han adquirido, desde el primer momento de su existencia, unos derechos que los escritores nunca tuvieron.
Siempre habrá alguien dispuesto a espetarle a un escritor, “¡menos lloriquear y más trabajar!”, y podemos suponer que lo de trabajar va en dos sentidos: el escritor es un gandul por querer dedicarse a escribir en vez de trabajar, que es lo que hace todo el mundo; y el escritor es un inepto, un fracasado, si protesta en vez de ponerse a escribir para ofrecernos una de esas obras fulgurantes que, con el tiempo, dignifican la existencia de los pueblos. Pero tampoco debe de ser sólo esto. Del libro viven los impresores, los editores, los distribuidores, los libreros, los diseñadores, los agentes literarios… Los autores, no. Tal vez debiéramos plantearnos de una vez la pregunta impertinente: Por qué. Y si sabemos que los autores no consiguen vivir de las ventas de sus libros, y nos importa que éstos puedan encerrarse a escribir y leer, escribir y leer, escribir y leer, que es su trabajo, por qué no tomamos las medidas necesarias para que lo puedan hacer. ¿Es imposible? ¿O se trata de una clamorosa falta de voluntad social y política, sazonada con la clásica indefensión del escritor individuo que bracea por el encrespado mar de su vida, en solitario, y a mucha honra?
Cada vez se hace más necesario el análisis de las verdaderas razones de que el dinero público vaya donde va. Normalmente se combinan el interés de la sociedad, o de una parte de esta, con los intereses de los políticos. Pero urge un análisis exhaustivo de cómo el factor “lo que le interesa financiar al político” influye en que el reparto sea menos interesante para el conjunto de la sociedad.
Es muy fácil de defender desde la política, ante la ciudadanía, que el dinero de esta se invierta en una televisión pública autonómica (como se diría en los anuncios) “nuestra”, “la de todos nosotros”. Todo esto soslayando que al político le interesa invertir el dinero de todos los ciudadanos en un medio de comunicación a través del cual –aparte de que se activen ciertos aspectos de la economía y exista un reflejo de la realidad más inmediata de los ciudadanos—, podrá contarle las cosas tal como a él le interesa.
Qué hace falta para poner en marcha una televisión: maquilladores, realizadores, infraestructuras, maquinaria, ejecutivos… Cuánto cuesta un ejecutivo, cuánto la maquinaria, cuánto es en total: al contribuyente le interesa, aquí está el dinero, el contribuyente lo pone.
Cuánto hace falta para que Roberto Bolaño, Karmelo C. Iribarren, Isaac de Vega, escriban sus libros. ¿Tiempo? ¿Que se puedan poner a ello? ¿Dinero para que se puedan poner a ello? Eso cuánto es, ¡tan poco! No hay.
Además, si son escritores de verdad lo harán de todos modos. ¿Que podrían hacer más?, no importa, nos conformamos con lo que nos den. De todos modos, es su problema, serán juzgados por lo que sean capaces de escribir (no nos van a venir con el cuento de que no pudieron hacer más porque tenían que dedicarse a otras cosas para su manutención y la de su familia, que no son más cultos o que no pudieron escribir obras más brillantes porque no tuvieron tiempo para leer y escribir). Y en cualquier caso, ¿por qué no escriben cosas que se vendan? Si lo que escriben no le interesa a la (suficiente) gente como para que puedan vivir de las ventas de sus libros, qué quieren. ¡Más trabajo y menos lloriqueo!
He oído comentar muchas veces que el escritor debe ser libre, independiente, dando por sentado que si recibiese una aportación pública para realizar su trabajo dejaría de serlo. ¿Hablamos de libertad, de independencia, o estamos confundiendo estas con liberalismo económico, con explotación, con indefensión e intemperie a la hora de realizar lo que “es” el trabajo de los escritores?
***
El ochenta o noventa por ciento de los actos públicos en los que participan los escritores son gratis, no sólo para el público, también para las instituciones y organismos que los fomentan, al menos en lo que respecta a la intervención de los escritores, que a saber por qué razones participan: ¿por vanidad?, ¿por generosidad?, ¿porque han sacado un libro (aunque las ventas que se pueda obtener de la venta del libro, en ese acto o gracias a la organización de ese acto, no reviertan en la manutención del escritor; las cosas como son)?
Los pocos autores que pueden subsistir por –o gracias a— lo que escriben, son precisamente aquellos poquitos invitados constantemente a realizar actos públicos remunerados (bolos). Pero no parece que las instituciones públicas tengan la menor voluntad de potenciar esa industria, imprescindible para la subsistencia de cada vez más escritores y, por lo tanto, indispensable para que estos desarrollen su actividad intelectual y creativa. Tal vez (del mismo modo que se potencia la creación musical promoviendo la existencia de conciertos desde todo tipo de instituciones públicas) los escritores deberían de exigir que se potencie un circuito estable en el que los escritores difundan su obra y sus conocimientos… cobrando. Esto sí supondría un avance significativo en la calidad de vida de muchos escritores. También sería un avance significativo en materia de cultura.
Otro de los frentes posibles, en nuestro deseo de una mejor vida para los escritores, es la necesidad de crear becas o ayudas a la creación. Curiosamente, sí consideramos merecedor de una ayuda económica al guionista de cine (que puede presentar proyectos de escritura a diferentes administraciones y, consecuentemente, sacar adelante la escritura de su guión cinematográfico al margen de lo que luego éste pueda valer o no en el mercado, incluso al margen de si éste llega o no a convertirse en película), pero no consideramos merecedor de un trato similar a los escritores. Acaso consideremos más “profesional” al guionista que al escritor; aunque habría que plantearse, en este caso, a qué llamamos “profesionalidad”. ¿O es que consideramos indispensable la escritura de guiones para que se realicen buenas películas y se potencie una actividad que es industrial, pero no nos resulta indispensable respaldar la escritura de buenos libros porque los escritores ya hacen el esfuerzo de todos modos y la industria editorial no parece necesitar del apoyo a los escritores para su desarrollo?
No parece que fuera tan complicado habilitar becas de escritura para que los autores que quisieran y lo necesitasen pudieran encerrarse con su trabajo; o disponer una pensión de escritura a la que se pudieran acoger todos aquellos autores que prefirieran dejar “su empleo” por un tiempo para encerrarse con “su trabajo”, leer y escribir.
Sin duda habría muchos escritores que, al menos en algún momento de sus vidas, preferirían ganar menos y poder dedicarse a lo que seguro entienden como su verdadera razón de ser; pero es que hay otros tantos que se acogerían a esa pensión de autor –por ridícula que fuera— toda su vida, pues para muchos escritores resulta más satisfactorio sobrevivir escribiendo que obtener un buen sueldo relegando la escritura a un segundo plano. Más de un “escritor de verdad” se acogería, si pudiese, a la pensión que pudiera recibir un discapacitado, o una persona con un problema mental (¡sí, estoy loco de escritura, no puedo tomar un empleo!), para poder dedicarse a escribir.
Claro que enseguida habrá quien objete que sería muy difícil juzgar quiénes deberían ser los “autores verdaderos” merecedores de una beca de escritura y/o pensión de autor. Acaso no se tenga en cuenta que el Estado realiza todos los días complejas evaluaciones a personas que deberán dedicarse a esto o lo otro –incluso algunos con oficios muy similares al de los escritores—, o que serán merecedoras de todo tipo de prestaciones según su formación, su economía personal y situación familiar, y que las bases por las que todo ello se regula son actualizadas por la administración año a año, etc.
También habrá quien argumente –ante la solicitud de atención económica pública para quienes producen buenas obras literarias— que los escritores deben ser seres libres, independientes de cualquier dinero público (otra vez este argumento). A ninguno de los que así piensa se le ocurrirá, sin embargo, colegir que cualquier cineasta –que recibe dinero público de TVE, ICAA (Ministerio de Cultura), y un larguísimo etcétera de instituciones autonómicas, nacionales, europeas e iberoamericanas, para la realización de sus películas—, sea un autor dependiente, no libre, y su obra se encuentre plegada a los designios e intereses del poder establecido.
Y sin embargo, por alguna razón, pensamos que los libros de los escritores serían distintos (dependientes) si fuera el estado quien les dotara de lo necesario para ponerse a escribir.
Este argumento de la necesaria independencia del escritor tiene su miga. No nos parece adepto al poder, o domesticado, el autor que recibe el Premio Cervantes, el Nacional de Narrativa, aunque se trate de dinero público, al fin y al cabo. Tampoco nos parecen adeptos al poder, dependientes, los escritores que continuamente, por su obra y su buen saber hacer, son reclamados para impartir conferencias y todo tipo de eventos públicos remunerados, casi siempre, con dinero público. Pero en cuando sale el tema de la financiación pública para la creación literaria, irrumpe el concepto de escritor puro, independiente y auto manifiestamente libre que se apresura a declarar “aparta de mí este cáliz”.
Tal vez debiéramos preguntarnos de qué libertad, de qué independencia estamos hablando. ¿Una libertad y una independencia en la que los escritores no pueden hacer su trabajo (mientras el amigo locutor de radio, el agricultor, el músico y el director de cine, sí)?
De qué independencia hablaríamos. ¿Una en la que los escritores tienen que trabajar en otra cosa y escribir por la noche, en los fines de semana, los días de fiesta, en vacaciones? ¿O una en la que el escritor, si se pone a ello caiga quien caiga, quien cae primero es él mismo, y, si acaso su obra merece la pena, cuando la sociedad se dé cuenta del sacrificio que ha hecho ya lo cubrirá de honores, aunque sea después de muerto)?
De qué dignidad tan gallarda hablan quienes dicen que lo mejor es ser libres, independientes, no depender de la limosna del político (esa “limosna” que llueve como agua de mayo sobre los que han decidido apuntarse a fabricar energía con molinos de viento, los ganaderos y las mismísimas entidades financieras). ¿O acaso hablamos de una libertad que considera el sumun del éxito profesional escribir en periódicos y revistas artículos al servicio de un partido político o de otro (cuántas veces el interés de los políticos de por medio)?
Como ya hemos apuntado, se da la absurda paradoja de que del libro viven todos: impresores, libreros, editores, distribuidores… Menos los autores. Qué clase de dignidad torera nos asiste cuando esgrimimos nuestra supuesta libertad e independencia para escribir lo que queramos, si aceptamos tácitamente este injusto “tanto vendes tanto vales”, que hace que editores, distribuidores y libreros traten con cierta condescendencia a la inmensa mayoría de los autores, pues cómo sino como pobres diablos pueden ver a quienes contribuyen con tanto esfuerzo y sacrificio personal e intelectual al negocio que ellos hacen; y a cambio, tan sólo, de dígame usted esa vanidad del escritor.
Los escritores mismos reprimimos cualquier manifestación de victimismo. Pero cómo no van a producirse manifestaciones de victimismo entre nosotros si con nuestra ausencia de “activismo” lo único que conseguimos es que la sociedad toda mantenga ante nosotros una actitud culpable por el trato que nos dispensa.
¿Y de verdad cree alguno que alguien se va a poner a leerle en serio sin que esa culpabilidad (provocada por la falta de consideración social) desaparezca, por muchas campañas de fomento de la lectura que los gobiernos realicen?
Hace unos días, a un buen amigo escritor (a uno de esos que se toman su trabajo en serio), le hicieron una pregunta: “Y tú qué haces, a qué te dedicas”. “Yo no hago nada, soy escritor: estoy en mi casa”, respondió. Su respuesta no me sorprendió en absoluto. Esa es siempre una pregunta incómoda. Muchos escritores no pueden menos que decir de sí mismos lo que todos parecen pensar de ellos, para qué gastar energías con explicaciones.
47 comentarios:
Quiero dejar constancia aquí de que estoy de acuerdo con este texto de Nicolás: y animo a quien pase por este ensayo (y se sienta aludido o alertado) a que deje su opinión, porque e sun debate que nos toca a todos los que ¿vivimos? de esto.
El oficio de escritor debe ser asumido por la sociedad como una ocupación más de su entramado; ni semidioses, ni miembros de un lumpen merecedoeres de la más vil de las indiferencias...
La pregunta que me asalta aquí, todo el tiempo, mientras leo: ¿quién decide quién es escritor? ¿El Estado? ¿El partido? ¿La ideología? ¿El gremio? ¿Las credenciales? ¿La Academia? ¿Los críticos? ¿Las editoriales? Todavía no se necesita licencia para escribir una metáfora, pero a juzgar por algunos resultados a veces dan ganas de que le quiten esa facultad a ciertos individuos... innúmeros.
Gracias, Nico, por abrir el espacio para este tema
¡¡¡Eso, sí, la subvención, la subvención¡¡¡, como en el cine: ¡¡¡subvenciones, subvenciones¡¡¡ ¡¡¡Dinero de todos no para hospitales¡¡¡¡¡¡para los cineastas y los escritores¡¡¡¡
¡¡¡la subvención¡¡¡ ¡¡¡la subvención¡¡¡¡
Estimado anónimo, no creo haber puesto en cuestión la necesidad de la mejor sanidad pública posible. Por otro lado, no sé si tu postura me ha quedado clara. Tu comentario es muy escueto. Tal vez debieras argumentar un poco. En tan pocas palabras no vislumbro qué es lo que piensas de la financiación al cine español, por ejemplo, y por qué lo piensas, ni qué opinas de todo lo planteado aquí sobre la subsistencia de los escritores, y qué es lo que te ha llevado a esa conclusión, por lo que parece, antes incluso de haber leído este artículo.
Un saludo
Nicolás Melini
No puedo estar más de acuerdo con tu reflexión. Como dice mi amigo Pallarés, a los autores se les gratifica, no se les remunera como a tantos otros profesionales. Qué se puede pensar si vemos con buenos ojos que los traductores puedan recibir alguna que otra subvención por su trabajo y ponemos el grito en el cielo si un autor osa aspirar a recibir una ayuda. No sé si es cuestión de que otros profesionales de la creación (cineastas, publicistas, artistas plásticos, etc.) están gremiados y sindicados y los escritores suelen ir por libre. De todas maneras creo que actitudes como la de tu amigo hacen un flaquísimo favor al conjunto de los escritores. Si existen freelances y teletrabajadores que trabajan desde casa y no nos parecen unos perezosos (más bien despiertan envidias), ¿por qué un autor se va a considerar a sí mismo un vago? Hay que dignificar la profesión de escritor, y el primer paso es creerlo firmemente. Gracias, Nico, por abrir este debate.
Besos
Fátima
yo quiro ser cuentacuentos, esos sí que tienen bolos, sin necesidad de ser autores.
Zafón no necesita subvención.
Vargas Llosa no necesita subvención.
Ángela Becerra no necesita subvención.
Lucía Etxebarría no necesita subvención.
Juan Manuel de Prada no necesita subvención.
Excelente artículo, Nicolás. Muy lúcido. Una puerta al gran (y tan necesario) debate.
Marcelo.
Muy bien visto, anónimo. Has dicho 5 nombres. Por ahí empieza el artículo. "Un ridículo número de escritores" sí pueden vivir de sus libros. Veo que ya has conseguido adentrarte en el segundo párrafo. Si sigues un poco encontrarás algunas consideraciones sobre alguno de los casos que planteas: me refiero a entrar en el juego político. Por cierto, a lo mejor alguno de ellos sí está recibiendo aportaciones de un dinero público que le soluciona la vida: Telemadrid, por ejemplo. Pero eso es lo de menos, no creo que el debate esté en cuestionar casos particulares. Sencillamente, hablas de un ridículo número de escritores. Y nos arrojas a la cara a todos los demás ese ridículo número. Qué quieres decir. ¿Totos los demás somos unos fracasados? ¿Unos ineptos? Eso también se explica en el artículo. Que quieres decir, ¿que deberíamos apuntarnos las armas de de Preda, Etxebarría, Zafón, Becerra, Vargas LLosa? ¿Aprender de ellos? ¿Ser como ellos? No sé, no sé. No me imagino a los impresores de este país viviendo sólo de imprimir los libros de esos cinco autores que venden. El tema aquí no es sólo las subvenciones. Quítate eso de la cabeza. Lee atentamente. Un saludo.
Nicolás Melini
Muchas gracias Juan Carlos, Fátima, Marcelo, anónimos varios.
Han sido unos cuantos los amigos que me han escrito (no aquí, sino a casa) apoyándome por estas palabras. Gracias a ellos también.
Gracias a algunos comentarios he decidido continuar el artículo, profundizar un poco más, llevarlo aún un poco más lejos, clarificar algunas dudas. El artículo continúa así:
***
Pero incluso después de haber dicho todo esto, habrá alguien que piense que sí, pero que lo planteado tiene difícil solución y esta sigue escapándosenos, como me comenta un amigo, “tal vez porque no hay ninguna buena para todos y cada uno debe encontrar la suya propia”.
Yo sí veo varios caminos, aunque no se me escapa que cada uno de ellos acarrearía otras situaciones injustas, probablemente (ya he dicho que arrojo estas palabras con el mayor de los escepticismos, sólo por cuestionar, y que descreo tanto de “la aplicación” de lo dicho aquí como de la realidad que parece haberse impuesto).
Esos caminos, tratando de ser concretos, son: ayudas a la creación, pensiones de escritura, potenciación de esa “industria paralela” al libro –y estos ya las hemos comentado, y todas pasan por la financiación pública; pero hay uno último, y muy importante, que no—: el decidido compromiso de los editores, de los agentes, de los distribuidores, de los impresores, de los libreros, ¡de la industria en general!, con quienes les suministran la materia con la que comercian.
Eso de que cada uno debe encontrar su camino está muy bien. Es muy bonito. Y al fin y al cabo se lo podríamos aplicar absolutamente a todas las personas del mundo: cada uno tiene que buscar su camino; ningún camino es bueno absolutamente para todos.
Pero yo diría que, al menos, debemos partir de unos mínimos. Y esos mínimos no pueden ser casi cero para unos, y miles para otros. Seguramente el impresor piensa que cobra por imprimir el mínimo que necesita para subsistir y sacar su negocio y a su familia adelante. Pero, al contrario que la inmensa mayoría de los escritores, puede hacer ambas cosas ejerciendo su oficio. No tiene que ejercer éste cuando llega a casa después de trabajar en otra cosa.
Todos sabemos muy bien que se está editando muchísimo (es lo que un buen amigo, Ernesto Suárez, llama la burbuja del libro). Cuanto más mejor. Pero mejor para quién. Si ese “cuanto más mejor” beneficia absolutamente a todos menos a los escritores, no sé. En este momento pareciera que los escritores debiéramos estar agradecidísimos de que se publique tanto, así nos publican a nosotros también; hay más posibilidades de que nos publiquen.
Pero lo que el escritor recibe de ese "editar cuanto más mejor" es un "no se vende", "comprenderás que no te puedo pagar un adelanto de 6000 euros por tu novela si no voy a tirar más que 2000 ejemplares, y de un libro tuyo no puedo tirar más que eso".
El temita es que aquí el único que pierde de todo esto es precisamente quien escribe los libros, porque absolutamente todos los demás ganan.
¿Resultará descabellado pedirle a esa industria que ofrezca unos mínimos a quienes escriben los libros?
¿Resultará indecoroso señalar el problema y pedir públicamente que no ganen tanto a expensas de la supervivencia de los escritores?
Y... ¿de verdad creemos que si señalamos bien el problema, lo analizamos, lo delimitamos, y buscamos soluciones, no las vamos a encontrar?
O sea, que de la producción de libros de esta industria no se puede (entre las ganancias de editores, libreros, distribuidores, impresores, papeleros, y ese larguísimo etcétera de gentes que sí cobran por su trabajo) sacar lo suficiente para que quienes escriben aquello con lo que comercian puedan salir adelante.
Aquí sólo pueden salir adelante ellos.
Si nos damos cuenta, la situación de los escritores clama al cielo.
¿No podría un Gobierno sentarlos a todos a una mesa hasta alcanzar una solución al problema?
Hace falta mucha voluntad política. La voluntad política la consiguen los colectivos haciéndose oír. Y los escritores tienen una de las mejores herramientas para hacerse oír.
Pero, amigo, lo que no hay es conciencia de que existe un problema. El problema se sufre, se padece, pero nadie parece tener conciencia de él.
¿Cómo es posible que nos parezca normal que la industria del libro no se preocupe lo más mínimo por la subsistencia de quienes les abastecen de materia con la que comerciar? Y eso, ¿no es moralmente inaceptable?
He empezado el artículo diciendo que el de escritor es uno de los oficios que se plantea en términos de mayor liberalismo económico, y ahí es adónde creo haber llegado.
Decididamente, creo que sería muy bueno que la sociedad entrase en conciencia de que los escritores se encuentran en una situación injusta. Hace falta voluntad "social y política" (que, por cierto, hay que exigir) para que se busquen las soluciones adecuadas.
Tal vez no sea tan descabellado solicitar a la administración un buen programa de becas de escritura para proyectos puntuales (los traductores las tienen, es absurdo que los escritores no). O pensiones de escritura para los que quieran dejar su trabajo por un tiempo y ponerse a escribir. Y la potenciación de una industria paralela que es vital para los escritores; los bolos: recitales, lecturas, conferencias, tertulias, mesas redondas. Que se comprenda que los señores y señoras que participan en ellos y los llevan a cabo tienen que hacer sus esfuerzos (no se nos ocurrirá nunca no pagar al cuentacuentos, que va de biblioteca pública en biblioteca pública cobrando dinero público, ¡tiene que ensayar, aprenderse todo eso de memoria!). El escritor se lo tiene que inventar. Su aportación es infinitamente más relevante.
Y a partir de ahí, sí, que cada cual busque su solución, la suya propia. No será lo mismo buscarla desde la situación actual que desde esos mínimos.
Si nos importa esto del libro y la creación literaria... Se habla de "la muerte del libro", "la muerte de la novela", etc. Se edita más que nunca, demasiado; sin embargo yo, y no debo de ser el único, me siento menos estimulado a publicar mis libros ya escritos que en ningún otro tiempo ningún escritor con libro terminado. Para qué publicar. ¿Tiene sentido? ¿No será eso lo que “se muere”?
Un abrazo y gracias
Nicolás Melini
Querido Nicolas,
Estoy totalmente de acuerdo con tu artículo. Yo anadiría también algo. El mayor poder para que exista un autor lo tienen las editoriales y eso, creo yo, explica por qué los autores dependen tanto de la ley del mercado. En tu artículo no hablas de los "autores" o, ¿por qué no? "grandes autores" que no pueden decir que lo son porque se pasan la vida escribiendo en casa sin que nadie les publique (por escribir literatura demasiado exigente, compleja, fuera de moda, que sé yo…). Un autor como Proust , al principio, se autopublicó. Disponía de un dinero heredado que le permitió a la vez dedicarse a la escritura y aparecer como autor gracias a un primer libro que publicó con su dinero. Que sería de un Proust hoy día ? Pues sería un profesor que se pasa los ratos libres escribiendo para sus amigos, y que nadie consideraría como autor, aunque hubiera escrito 2000 páginas estupendas.
A menudo, una vez que se les publica, los autores estiman que se lo merecieron, y que los que no consiguen publicar, no escriben cosas valiosas…
Una becas o ayudas de Estado para autores publicados o no, podrían también permitir a que autores que escriben literatura minoritaria pero de calidad sean reconocidos también, gracias criterios distintos a los de las editoriales.
Un beso, Isa
Querido Nicolas,
Estoy totalmente de acuerdo con tu artículo. Yo anadiría también algo. El mayor poder para que exista un autor lo tienen las editoriales y eso, creo yo, explica por qué los autores dependen tanto de la ley del mercado. En tu artículo no hablas de los "autores" o, ¿por qué no? "grandes autores" que no pueden decir que lo son porque se pasan la vida escribiendo en casa sin que nadie les publique (por escribir literatura demasiado exigente, compleja, fuera de moda, que sé yo…). Un autor como Proust , al principio, se autopublicó. Disponía de un dinero heredado que le permitió a la vez dedicarse a la escritura y aparecer como autor gracias a un primer libro que publicó con su dinero. Que sería de un Proust hoy día ? Pues sería un profesor que se pasa los ratos libres escribiendo para sus amigos, y que nadie consideraría como autor, aunque hubiera escrito 2000 páginas estupendas.
A menudo, una vez que se les publica, los autores estiman que se lo merecieron, y que los que no consiguen publicar, no escriben cosas valiosas…
Una becas o ayudas de Estado para autores publicados o no, podrían también permitir a que autores que escriben literatura minoritaria pero de calidad sean reconocidos también, gracias criterios distintos a los de las editoriales.
Un beso, Isa
Muchas gracias, Isa. Mira, tú estás en Francia, este es el titular de El País de hoy.
“Varias autonomías darán ayudas directas al comprador de coches”. En la portada. Dinero público para que te puedas comprar un coche. ¿Crees que alguien va a gritarles, como ha hecho el amigo anónimo aquí, ¡¡¡subvenciones!!!, ¡¡¡subvenciones!!!!? Claro que no. Es por la crisis. Los fabricantes de automóviles resuelven eso en cuatro reuniones. Tienen un montón de rehenes. Somos todos nosotros. Pero la inversión pública que se lleva una medida como esa, para estimular el consumo de automóviles, es mucho mayor de lo que suponga financiar la compra de esos coches. A ninguno se nos escapa que hay que cuidar el medio ambiente. Cumplir con Kioto. Invertir en investigación. Financiar a quienes llevan un control exhaustivo del cambio climático. Subvencionar a numerosas asociaciones ecologistas, etc., etc. etc.; por no decir que ya el estado invierte mucho en campañas publicitarias para venderle a la ciudadanía que tenemos que cuidar el medio ambiente (contaminar menos, reciclar, ahorrar agua, ahorrar energía), eso es mucho dinero público invertido en publicidad en televisión, prensa, radio. Lo que se va a invertir en eso es infinitamente mucho más que lo que podamos imaginar. Pero quién se va a negar a que le financien un coche. Coño, podría habérseles ocurrido financiar a la ciudadanía que compre nuestros libros. Contaminan menos. Son biodegradables. Pero no.
Un besito
Nicolás Melini
Yo creo que hay que añadir como elemento importante en el debate al lector. En principio, el lector justificaría y daría sentido a la función del escritor, incluso le daría de comer. Pasa con algunos escritores, como se dice en el artículo, pero no llega a todos. Yo creo que el problema es que cada vez hay menos lectores, o están más concentrados en sólo unas pocas obras y en unas cuantas editoriales. Es algo piramidal, y en la base, francamente, hace mucho frío y se le quitan a uno las ganas de seguir escribiendo. Pero cada vez hay más escritores, gente que escribe bien y produce textos bien hechos, cada vez hay más licenciados en filología, humanidades, cada vez hay más egresados de talleres de escritura. Todo este potencial creativo, me parece a mí, está detrás del reguero de pequeñas editoriales que han salido en los últimos años y que siguen saliendo pese a la crisis. No se explica de otra maner. El texto existe y el escritor pugna por sacarlo, como es lógico, y las editoriales ven pervertida su función, pues ya no publican para que se lea, sino que publican para que se escriba o porque se escribe. A mí personalmente, lo que más me deprime de todo esto no es tanto que haya escritores arriba de la pirámide que no sean necesariamente mejores que los de más abajo. Uno deja de escribir porque no ve cauce a lo que escribe. Cabría preguntarse si muchos de los que llegan escalando hasta la cúspide no han conseguido esa posición más por tesón que por talento. Al público en general eso le da igual, consumirán el tocho de turno (tiene que ser gordo porque así aparente contener más respuestas que preguntas y el personal quiere dormir bien). Un poco estos espacios, los blogs, los sigtios web, ayudan a que los forajidos, los condenados al egido de la literatura, no nos deprimamos. Por eso se agradecen. Porque lo que no ayuda es pensar que los clásicos estuvieron en su día también fuera. Yo personalmente me temo que los que escriben, que son los que leen, seguirán, seguiremos, siendo unos parias. Pero no nos queda otra. Eso o la mudez.
Excelente artículo, que plantea probablemente el abc de todos los problemas de los escritores... Es necesario imprimirlo y leerlo con calma para extraer, no sólo conclusiones, sino también reacciones. Yo, que acabo de empezar en esto de la literatura, creo que también falta un poco de asociacionismo, algo que, en mi corta experiencia, veo que se está intentando en Canarias, pero que resulta dificil.
Probablemente todos los grupos que nombras están asociados y tienen sus lobbys, precisamente para eso se crean los lobbys, para tratar de defender los intereses de un grupo. Cuanto más organizados y agresivos sean, mayores beneficios en la consecución de los objetivos (agricultores, ganaderos...). Y quizás los escritores estemos muy atrasados en este sentido, Luis León Barreto lo explicaba muy bien el otro día en una charla de un acto de la Asociación Canaria de Escritores al que sólo fueron dos socios: el trabajo de escritor es un trabajo solitario, muy individualista, y por ende, poco dado a asociarse.
El texto que escribes, Nicolás, como digo, puede que sea el abc de los problemas de los escritores. Yo, que escribo, y que estudié económicas (y que es en lo que trabajo -yo también escribo los fines de semana y en las vacaciones-) estoy acostumbrado a ver textos de este tipo en otros ámbitos que sirven de base para hacer uno de esos análisis DAFOS, debilidades, fortalezas, amenzas y oportunidades, del que después salen estrategias, acciones que se supone deben defender los intereses de ese grupo.
No sé si a nivel de la península el asociacionismo de escritores está más desarrollado, pero me parece que si los escritores queremos sobrevivir en la jungla económica en la que vivimos, igual también sea necesario aplicar ese tipo de lógica, más económicista, más práctica, en la defensa de nuestros intereses.
Me escriben a casa algunos escritores que no dejan comentario en este blog. No me resisto a incluir un fragmento de uno de esos correos aquí, sin referencia de quién me lo envía, y mi contestación, porque creo que la suya es una postura muy común entre muchos de nosotros, y puede enriquecer el diálogo.
Me dice:
Nicolás: tu artículo sólo conduce a la melancolía, porque lo que planteas no tiene solución. Vinieron los rusos tras la revolución de octubre a enmendarlo y ya ves en qué derivó aquello: escritores sumisos y burocratizados. Vivimos en el alambre por desgracia. Pese a todo yo prefiero estar aquí en esta marginalidad que ser un escritor obediente y a sueldo. Pienso en Machado, en San Juan o en Cervantes. También en Bolaño escribiendo contra todo, pero insumiso. Y esos son los ejemplos. Recuerdo lo que dijo Sánchez Ferlosio de Lope: si hubiera vivido en nuestros días habría sido un guionista de comedias para la tele.
Un saludo cordial.
Le digo:
Querido…, te agradezco mucho que lo hayas leído.
Como podrás comprobar, yo no creo que no tenga solución. Y creo
que lo que planteo nada tiene que ver con lo que hicieron los rusos.
Cuidado con eso. Es una trampa mala. Nada de lo dicho aquí sobre la "industria editorial" tiene que ver con el comunismo.
Si lees algunos comentarios verás que ya ha aparecido un
economista. Va a resultar que los que "no pueden solucionar" eso
son los escritores, sumidos en la melancolía. Pero tal vez
algunos técnicos sí podrían. Y sin regresar a la vieja fórmula
soviética que acaba donde sabemos.
Yo no me resigno a seguir en la melancolía. Me gustan mucho
los escritores suicidas, pero no estoy dispuesto a suicidarme.
Me gustan mucho los autores malditos, pero no me resigno a
vivir en la exclusión social. Valoro mucho a los autores que
realizaron su obra a contracorriente, sacrificándolo todo,
pero abomino de una sociedad que cree que eso es lo normal,
que disfruta empujando a los escritores hasta ahí. Y ser insumiso no es morirse de hambre o permitir que tu familia lo pase mal porque tú tienes que escribir.
El tema es aceptar o no aceptar eso.
Un abrazo
Nicolás Melini
Estimado Pablo, no nos conocemos, pero no sabes cuánto te agradezco tu comentario. Es justo lo que nos hacía falta. Una visión menos discursiva, más práctica.
No seré yo quien pretenda que nadie se asocie ni monte un lobby. Eso queda muy lejos de mi manera de ser y proceder. Pero no dudo que sería absolutamente necesario. Imprescindible, para que algunas cosas cambien.
Me escriben varios escritores para decirme que todo está perdido, que no hay nada que hacer, que siempre ha sido así. Y me ponen ejemplos de escritores que lo tuvieron tan difícil, que lo pasaron tan mal, que lo consiguieron a pesar de todo.
Mal vamos si seguimos poniéndonos como ejemplo a seguir la vida de autores que lo tuvieron tanto más difícil que nosotros (entre otras cosas, porque no tuvieron ninguna opción). En cierto sentido, es como decirle a un agricultor de Cuenca que se fije en lo difícil que lo tiene un agricultor de Gambia, y cómo los gambianos salen adelante (o no), y se enfrentan a las malas cosechas, y al hambre, y al trabajo. Y arengarle a que soporte lo mismo, que sea valiente, que aquí está mucho mejor.
Me temo que nos ha costado tanto construirnos un discurso para la resistencia –un discurso plagado de ejemplos de vida perra de grandes escritores mientras escribían los libros que nos gustan—, que da igual que estemos en otro tiempo, en otro lugar, y que los ciudadanos, en general, tengan determinados derechos: no queremos renunciar al discurso que tanto nos ha costado elaborar, y sin el cual algunos no hubiesen resistido, y otros no hubieran desfallecido con tanto honor y laurel.
Hace unos meses falleció un amigo escritor –probablemente suicidado—, poco más de cuarenta años, no había trabajado, ni formado familia, tampoco había escrito mucho, pero lo poco que escribió es notable. Y como no tuvo una vida fácil, todo el mundo se apresuró a rendirle todo tipo de honores. Me alegré mucho por él. Yo mismo escribí lo mejor que supe sobre su desaparición. Pero el regusto es amargo. No es justo. Me pregunto qué pensarían otros miembros de la sociedad si les propusiéramos recibir el mismo trato, pagarles así, y les pusiéramos como ejemplo a seguir todos los que tuvieron, y tienen cada día, que hacer lo mismo que ellos en circunstancias mucho más adversas.
No, amigo. Yo quiero ser un escritor de hoy, o, mejor, de esta sociedad. A mí las penurias de otros no me arreglan.
Nicolás Melini
Carlos, yo no escribo y sin embargo leo.
Fátima
Hoy, si uno quiere aspirar a subsistir de los aledaños de la escritura (de los libros viven tres y el del tambor)sólo cabe la alternativa CCC: Cursos, columnas y conferencias. Lo que ocurre es que de esa manera el escritor gasta una energía que no invierte en su escritura, que lo normal es que vaya a menos, por eso se está dando un fenómeno curioso en la literatura contemporánea a nivel mundial: hoy los mejores libros de los escritores suelen ser los primeros.
El artículo tiene su miga. Yo también desearía poder vivir de lo que escribo, pero mientras sólo gane un porcentaje de las ventas estoy supeditado a las políticas de las editoriales y de los libreros... y ellos prefieren publicar (y vender) a los que ya sabemos.
Por eso coincido en que alguna forma de subvención podría resultar útil. Sobre todo porque tenemos el ejemplo de los cineastas.
De todos modos no soy partidario de una subvención generalizada, a cualquiera que se diga escritor; ni siquiera a quienes sean considerados escritores "oficiales" en el sentido de aptos para ser subvencionados. Y precisamente el ejemplo del cine me hace pensar en la calidad del cine español...
Resumo: la idea es buena y merece ser estudiada. Pero podría ser complicada de aplicar. Y hay riesgos que habrán de evitarse.
Como lector quiero agradecer el artículo y reflexión de Nicolás y de todas las personas que se han manifestado abiertamente en este foro.
Resulta evidente que las convocatorias a debates presenciales dan cada vez menos resultados, tanto en lo que se refiere a asistencia como a participación activa de los que llegan a desplazarse hasta el lugar señalado en cada caso. Por otro lado considero que el medio que usamos ahora en este lugar de la red permite un auténtico debate.
También me pregunto si estamos o no asistiendo a un cierto abandono del libro en favor de la pantalla del ordenador. Leer a Nicolás Melini, por ejemplo, únicamente he tenido el placer de hacerlo por este medio. No planteo en absoluto ninguna especie de proyecto de desaparición del libro como soporte, pero me pregunto si algún día llegaremos a pagar por leer a nuestros autores favoritos en la pantalla del ordenador y, a su vez, los autores recibieran en su cuenta corriente el importe de la lectura efectuada e incluso recibieran la opinión directa de sus lectores también por este medio.
Muchos, acostumbrados a que la red sea más o menos gratuita, pondrán el grito en el cielo. Sin embargo considero una vía justa y muy práctica tanto para los posibles lectores como para los propios autores.
En cualquier caso, una vez producida la popularidad y aceptación de según qué textos en la red, el propio mercado establecería la necesidad de ver impresos esos mismos textos en formato libro.
De ese modo quizá se pueda llegar a la normalización de un sistema que permita seleccionar qué libros merecen ser impresos en función de su demanda real. De igual modo, los autores podrían negociar la venta de su texto a las editoriales que pujen por publicarlo dado el interés que susciten sus obras.
En el caso de los artistas plásticos ocurre que han de exponer sus obras en algún lugar para promover la posible venta de las mismas. Como en todas las artes, siempre habrá mediadores. La red se está convirtiendo en un medio de mostrar esas obras a otros públicos que no acuden a las galerías.
El fomento de la lectura, por razones obvias, me parece una medida imprescindible.
Estimado Baldo Mero, muchas gracias por tu comentario. Si me permites, creo que hay muchas maneras de establecer las bases por las que regular unas ayudas a la creación o unas pensiones de escritura. Y seguro que se puede hacer evitando todos los “peligros” que se nos puedan ocurrir.
Si me permites, no creo que el problema sea que los editores y los libreros prefieran vender “a los que ya sabemos y a nosotros no”. Los editores (los distribuidores) y los libreros lo que quieren es vender (los impresores imprimir y los papeleros vender papel), por eso editan mucho y por eso cuanto más libros en las librerías, mejor. El problema es que esa política beneficia muchísimo a toda la industria, pero produce muy pocas ventas de tu libro en particular, y sin embargo seguimos permitiendo unos contratos en los que se nos ofrece un 8% o un 10 % de las ventas, con unos adelantos ridículos o sin adelanto directamente. Antes he hablado de una tirada de 2000 ejemplares. Qué digo, se están haciendo tiradillas hasta de 75 ejemplares. Ahora es posible imprimir así, poco a poco. Tu libro puede estar en catálogo y disponible el tiempo que haga falta. Aunque vendas 2 libros al año, no importa. Estás jodido. Y el único pago es el de que tu libro figure en las páginas webs de las editoriales y las librerías: te pagan a cuenta de tu vanidad y con la grata sensación del imprimátur. Pura sensación, nada más. Tu libro no está en las librerías.
En cuanto a lo que dices del cine español, no creo que esa lógica que has aplicado sea la correcta: cine subvencionado luego cine de mala calidad. Las cosas son un poco más complejas. No será que si el cine español está muy por debajo de sus posibilidades (y yo creo que cada vez peor), es porque el 80 por ciento de las salas de este país está en manos de otros señores que también hacen cine. Si fabricas muy buenos lápices, y el lugar donde se venden los lápices es de otro señor que también fabrica lápices, tus lápices están jodidos. A España nos llega incluso el cine norteamericano que ellos no estrenan en sus salas. Cuando ellos van al banco a pedir financiación, cuentan con el 80 % de las salas españolas… e italianas, alemanas, argentinas, mexicanas, marroquíes, sudafricanas… y con que van a vender la película a nuestras televisiones, en paquetes que incluyen desde lo más infame hasta lo mejor (el circuito está abierto y las cadenas comprometidas). Un cineasta español no tiene ni el 20 o el 30 por ciento de sus propias salas en previsión para obtener financiación de su película, luego la subvención es necesaria, indispensable.
Que el cine español es malo, no sé, a mí el cine español que hay me parece un milagro.
Me gustaría añadir, además, que a los que se ven obligado a autoeditarse por medio de Internet, les ocurren cosas como, por ejemplo, que la Feria del libro de Madrid, les prohiba vender sus libros... indignante
mary
me ha gustado mucho este blog
No sin pensármelo mucho inserto este comentario. Soy escritor y me he enfrentado muchas veces a esa pregunta: "Sí, pero, ¿en qué trabajas?". De hecho, he tenido problemas en la oficina del INEM, porque ese epígrafe no figura con claridad, e, incluso, me costó que aceptaran la última actividad que desempeñé con sueldo y nómina (la de guionista de Televisión). Estoy en ese caso que mencionas: el de quien vive de impartir talleres y dictar charlas y conferencias. Bueno, en el de quien vive o, más bien malvive de esto. Tu artículo me parece muy lúcido y creo que tienes razón en muchas de las cosas que planteas. Sin embargo, tengo muchos reparos en reclamar la protección pública para mi trabajo. ¿Por qué? Para empezar, según mi experiencia (vivo en Canarias, como bien sabes) en el caso del establecimiento de subvenciones, siempre serían copadas por determinados individuos, con determinados curricula que tienen más con lo académico y lo político que con lo literario. Yo no procedo del ámbito académico ni estoy bien situado. Mi papá y mi mamá murieron y no cuento con la protección de ningún catedrático. Así que, en ese supuesto sistema, pese a que mi trabajo ha recibido buenas críticas y goza del favor del público, estoy seguro de que alguien como yo, que proviene de un ámbito humilde y que trabajó, hasta hace apenas dos años como camarero, quedaría automáticamente excluido. De hecho, me planteo otra pregunta: ¿quién entraría a formar parte de ese sistema de subvenciones? Y me planteo otra, quizá más importante, ¿quién decidiría quién es escritor y quién no? Piensa que el del libro es uno de los mundos con más intrusismo y que prácticamente todo el mundo tiene un borrador en su cajón y alberga la ilusión de publicarlo. Por ejemplo, en la ciudad donde vivo hay varios talleres literarios más o menos estables. Todos tienen las plazas ocupadas y existen, incluso, listas de espera. Y quizá en esos talleres, entre diletantes y aficionados, haya unos cuantos escritores de verdad.
Sí que estoy de acuerdo en que los escritores debemos mantenernos firmes en la postura de cobrar por nuestro trabajo (a ti, como a mí, te habrán llamado en más de una ocasión para que participes en mesas redondas, dictes conferencias o escribas artículos completamente gratis) pero no se me ocurre ninguna manera justa y digna (tanto para los escritores como para la sociedad) de establecer de forma efectiva esa protección a la que aludes.
Por otro lado, me permito recordarte que no somos los escritores los únicos que sufrimos problemas similares. Tú, como yo, tendrás amigos en el mundo de la plástica, por ejemplo. En estos tiempos de crisis, ¿tomaría este país el toro por los cuernos para establecer un sistema de protección para todos los creadores de las diferentes disciplinas?
En resumen: no tengo solución a este problema, que sufro igual que tú, pero no sé si la intervención pública es la ideal.
Me gustaría continuar comentando otros aspectos de tu artículo, que me ha parecido muy interesante y lúcido en general, ya que pone sobre la mesa cuestiones dignas de reflexión, pero debo dejarlo porque ya son las diez de la mañana y tengo que ponerme a escribir (esto es, a trabajar).
Un fuerte abrazo y enhorabuena por tu artículo.
Amig@s tod@s.
Comparto la inquietud del oficiante de cualquier género literario ante la situación de intemperie económica. No es mala sugerencia eso de las becas para sustento material mínimo y la remuneración equitativa dentro del panorama creativo y artístico, aún tal como está el mercado editorial tan autofágico y desorganizado en información y distribución del libro de autor.
Pero me invade ciertamente una sensación de rechazo hacia la jerarquización que puede provocar la profesionalización de la escritura.
¿Vivir de la literatura?.Más bien para la literatura. Y,¿qué diferencia habría entre el escribano y el escribiente?. Me resulta inimaginable bajar del andamio permanente en el que siempre habitó el autor para correr el peligro de una especialización competitiva con la producción de textos asalariados.
¿No les da vértigo abandonar la soledad comunicante de las horas intensificadas en la escritura intempestiva para emplearse en los tinteros homologados por el star sistem?.
Saludos insularios
Estimado Samir, lo bueno de esto es que nadie te obliga a bajarte del andamio. Si no quieres lo dices y te quedas en él. Pero al menos existirá la posibilidad de escoger, otra opción, cosa que suele hacer un poco más libres a las personas. Si sientes mucho apego al andamio que te distingue del resto de la sociedad, tal vez haya algunos que lo vean distinto. En cualquier caso sí, ese puede ser uno de los problemas, que los escritores no se ven a sí mismos como parte de la sociedad, sino como una ¿élite?, o un grupo al margen. Al fin y al cabo, cuando escribimos siempre, de una u otra manera, acabamos dirigiéndonos a ella: en un lado estamos nosotros, y en enfrente, al otro lado, el resto del mundo. Supongo que hay muchos que se sienten a sí mismos sobre un andamio de oro, por encima del resto de las personas. Te confieso que no es mi caso. Tal vez por eso sí me comparo con el resto de los componentes de la sociedad al mismo nivel (es lo que hago en el artículo), y encuentro un importante desnivel, el andamio de oro bajo tierra.
Nicolás Melini
Estimado Alexis Ravelo, como a Samir Delgado, no te conozco, aunque sí tengo referencias de tu trabajo. Lo que planteas tiene un nombre: clientelismo. He escrito sobre eso. Si te interesa el tema, aún puedes leer el artículo (que salió en varios medios) en un comentario en el blog de Eduardo García Rojas, El escobillón, en La Opinión de Tenerife: http://elescobillon.laopinion.es/?p=672#comments. En cualquier caso, es un malfuncionamiento. Me pregunto si debemos permitir que los malfuncionamientos rijan nuestras vidas (dices que no quieres ayudas porque eso funcionaría mal). ¿No será mejor, en vez de renunciar, hacer todo lo posible para que funcione bien?
Curiosamente, el Gobierno de Canarias es uno de los que están dando ayudas para la edición de libros. Porque, efectivamente, en este país sí se conceden ayudas públicas al sector, sólo que no se dan a los autores, sino a los editores, a los traductores, y un etcétera que podríamos investigar. Curiosamente, los editores sí están interesados en recibir ayudas para publicar libros, reciben el dinero público y ese dinero público les sirve para pagar al impresor, etc. Los editores también están muy interesados en que haya ayudas para los traductores (así ellos no tienen que pagar las traducciones), sin embargo no parecen interesados, en absoluto, en que haya ayudas para los autores, prefieren que se las den a ellos, un dinero del que ellos disponen para su negocio y que nunca llega a los autores de los libros que publican gracias a esas ayudas recibidas. Para qué pagar algo que, parece, no tiene ningún valor (los autores están dispuestos a regalarlo, les dices que no puedes pagarles y te dan el manuscrito para que lo publiques y parecen muy honrados de que lo hagas, encantados de la vida con ver su libro editado). Eso sí, la ayuda la consiguen con tu manuscrito. Sin tu manuscrito no hay nada que hacer. Llegado a este punto no sé si es mejor lo que tenemos o que haya ayudas a los escritores, para escribir, y funcionen mal. También me pregunto si no deberían de ser complementarias, existir los dos tipos de ayudas. Al fin y al cabo escribir y editar son empresas muy diferentes.
Por otro lado, la única razón de que existan las ayudas a la edición y no a la escritura es que, efectivamente, los editores sí son un lobby. Ellos sí tienen interlocutores que negocian con los gobiernos de turno las ayudas al sector. Me comenta un amigo que hace unos años el Ministerio de Cultura tenía unas ayudas a la escritura, que las quitaron de un día para otro y nadie dijo nada. Quién iba a decir qué. No había interlocutor ninguno. Ni se formó para la ocasión. Ni nada de nada.
¿No crees que habría que estudiar las razones por las cuales los escritores se conforman con… nada? (Por cierto, creo que aquí, en esta conversación, ya se han apuntado algunas razones para que los autores no quieran nada).
Me dice este mismo amigo que fuera de España sí que hay ayudas para encerrarse a escribir. Otro me dice que, en Holanda, los escritores reciben una prestación directa en cuanto publican. No sé en qué consisten exactamente, habrá que estudiarlas, pero colijo que tal vez allí no se teme tanto al clientelismo, o se han buscado fórmulas para que este no se produzca. Otra amiga, en Madrid, me pregunta qué pasa, ¿para los escritores no hay becas, ni ayudas, ni nada?; está bastante sorprendida, muy extrañada, dice que no tenía ni idea de que eso podía ser así, que se había imaginado un escenario completamente diferente. Ella es fotógrafa.
Nicolás Melini
Estimado Nicolás,
soy ángeles de la editorial Baile del Sol, acostumbro a seguir tu blog y tus excelentes comentarios, y me decido a escribirte porque sinceramente, el comentario final que has insertado me parece a todo punto erróneo y (disculpame) bastante desconsiderado, pues estarás de acuerdo conmigo, que si bien muchas editoriales son tal y como tú comentas, no lo son todas.
Siempre me ha parecido muy interesante este tema del autor. Como editora te puedo comentar, que llevo 13 años, que considero son bastantes, intentando vivir de lo que edito. Quizás, la línea de nuestra editorial no sea la acertada, sin embargo te diré, que en esos 13 años, lo único que tito y yo hemos hecho, es poner dinero de nuestro bolsillo para seguir adelante y tratar de publicar aquello que nos parece más interesante. Tú, eres uno de nuestros autores.
No voy a entrar en detalles, pues no quiero extenderme más de lo necesario, esto mejor lo hablamos con un café, sobre qué opino de que se subvencione o no a un escritor. A un cineasta. A un traductor o a cualquier persona que se dedique seriamente a hacer cultura. Incluido al empresario, que disculpame, es quien finalmente arriesga su dinero y también su tiempo.
Pero sí te voy a responder a tu alusión al sector editorial.
En Canarias, como bien sabes, vivimos en un paraiso de amigismos y buenaventuras literarias. No son los mejores autores los que se llevan las ayudas, pero quiero que sepas, que tampoco son las mejores editoriales o los mejores proyectos los que se "embolsan" el dinero.
Baile del Sol, fue la primera editorial en Canarias que firmó contratos con sus autores, fuimos autodidactas y evidentemente cometimos (aún lo hacemos) muchos errores. Una vez al año, cuando nuestros distribuidores cierran ventas, enviamos nuestros listados a los escritores (espero que a tí también) y tratamos de pagar, bien en libros bien en dinero, depende de lo que quiera el autor. (espero que a tí también).
En el año 2003 iniciamos el único proyecto empresarial del sector del libro en Canarias. El encuentro de Editores y la FEria de la Edición. Quiero que sepas, que salvo dos o tres autores (casi siempre los mismos) los escritores canarios no van, ni a las presentaciones, ni a las jornadas, ni a las lecturas, ni a nada.
En el año 2006, iniciamos un proyecto que paga en una buena parte la editorial, de movilidad de los escritores canarios, se llama Acercando Orillas. El año pasado contamos con la ayuda del Gobierno de Canarias. El dinero no nos dio para pagar "cachés", pero permitió que 41 escritor de canarias, salieran de su isla y fueran a leer en otras comunidades autonomas. A uno incluso lo pudimos llevar a la FIL de Guadalajara, en Méjico.
A pesar de ser el único proyecto en el Archipiélago de ésta índole, el Gobierno en ese año, aún no se ha manifestado, si nos ayuda o no. Sin embargo, la editorial ha seguido con el proyecto. Y está subvencionado por Baile del Sol.
Finalmente, para ir terminando que sin querer me extiendo, junto con la empresa Producciones Mirmidón, también canaria, se puso en marcha un proyecto de movilidad de los escritores canarios por todo el archipiélago, Literart-music, que permitió que escritores de una isla pudieran leer y encontrarse con otros autores en otra, donde te indico, se pagó a los autores, además de todos los gastos, un caché. Este año, aún no sabemos si el Gobierno apoyará el proyecto. Pero ahí está.
Querido Nicolás. No todos los editores somos malos. No a todos los editores nos pagan las traducciones de los libros que hacemos (a nosotros de momento ninguna). No todos los editores quieren vivir "del cuento" que escriben otros.
No todos los autores son buenos, no todos ayudan al editor a promocionar la obra.
Como todo en la vida, hay buenos, y hay malos.
Besos
Angeles
Me escribe a casa un escritor de los que tal vez no tengan tan difícil lo de vivir en parte de lo que escriben. No diré su nombre porque si él quisiera entraría aquí y lo diría. Su correo es muy escueto: “Estimado Nicolás. Leí tu artículo. Efectivamente, es terrible pensar que todo el mundo gana dinero… menos los autores”. Creo que es un resumen perfecto de casi todo lo que se ha dicho aquí.
Nicolás Melini
Querida Ángeles. Bienvenida. No sabes cuánto me alegro de que participes en esta conversación sobre la subsistencia de los escritores. Supongo que llegado este punto nos vendrá muy bien el punto de vista de un editor; aún con todo, no se me escapa que el sector editorial de Canarias tiene unas características muy especiales, en algunos aspectos muy poco comparables al de otras comunidades del país, más aún si habláramos de los grandes grupos de Madrid y Barcelona, por lo que no me gustaría que redujéramos nuestra conversación a hablar de la situación en Canarias, Baile del Sol o yo como autor, aunque sólo fuese por respeto a las personas que han entrado desde otras latitudes a leer este artículo y nuestras consideraciones posteriores.
Empezaré por el final de tu comentario: no creo haber planteado este tema en términos de buenos y malos en ningún momento. Es una retórica en la que no creo. Lo que sí he hecho es plantearlo todo desde el que pienso que podría (o debería) ser el punto de vista de muchos escritores. Dices que mi último comentario es erróneo y desconsiderado porque “no todas las editoriales son tal y como comento”. Yo no creo haber dicho que las editoriales sean malas, o estén haciendo algo malo, ni en contra de los escritores. Lo único que he dicho es que las editoriales defienden sus intereses (cosa que me parece absolutamente legítima), que pelean por su negocio (cosa legítima), pero, eso sí, que sus intereses y su negocio no siempre coinciden con los intereses y el negocio de los autores. Así que los autores deberían defender los suyos, porque las editoriales (normal) no tienen ni están obligadas a hacerlo, y mucho menos cuando además algunos de los intereses de los escritores podrían requerir que muchas editoriales cedieran en los suyos. Así que no creo haber sido desconsiderado en absoluto. No he dicho que las editoriales canarias sean el mal y mucho menos que lo sea Baile del Sol, tal vez no deberías de haberte dado por aludida, por tanto. Si he sacado el tema de las ayudas a las editoriales es por subrayar lo absurdo que pudiera ser que algunos consideren un escándalo que un autor pretenda recibir una ayuda para ponerse a escribir.
Por otra parte, lo que sí he apuntado, en ese mismo párrafo que parece haberte obligado a pronunciarte, es lo que podríamos considerar una “desconsideración generalizada” por parte de las editoriales hacia la situación de los escritores. Creo que es evidente que las ayudas de dinero público a los editores, no sólo en Canarias, son empleadas para financiar muchas fases de la producción de un libro, menos el correspondiente al pago del manuscrito: me comentan varios amigos –aquí, en la península— cuyos libros recibieron una compra de ejemplares por parte de una institución, y sin embargo esos ejemplares, 200, 300, 400, nunca aparecieron en las liquidaciones de derechos de autor, quedaron al margen, esos ejemplares se esfumaron.
Quiero que sepas que siento mucho respeto y alabo los esfuerzos titánicos que ustedes hacen desde una editorial pequeña e independiente de Tenerife, para publicar y conseguir que los libros tengan distribución, se encuentren en las ferias del libro, etc., etc. En 1995 participé en un congreso sobre edición en Las Palmas. Por entonces, en Canarias no había prácticamente editoriales independientes. Las colecciones de libros las costeaba y editaba directamente la administración pública. La tesis que mantuve en aquel encuentro fue la de que en Canarias era imprescindible que apareciese la figura del editor profesional (aunque necesitase de la ayuda pública para subsistir). Alguno dijo entonces que, sencillamente, yo estaba equivocado (claro que se trataba de uno de los que dirigía colecciones institucionales). Afortunadamente, en los siguientes años, ha habido algunos editores que se han puesto a ello y, creo que, a día de hoy, el panorama es bastante distinto al de entonces: se editan muchísimos más libros, hay un mínimo desarrollo del sector, algunos libros editados en Canarias alcanzan otros territorios. Y por supuesto que hay que felicitar a Baile del Sol y a las demás editoriales por ello. No me cabe duda. Sin embargo, hay que avanzar. No podemos quedarnos en las necesidades de entonces. Por mucho esfuerzo que haya costado llegar hasta aquí, habrá que seguir cuestionando el estado de las cosas.
Creo que haces muy bien en defender con tal rotundidad tu trabajo y tus logros. Así es como debe ser. Que lo hagas individualmente y colectivamente (junto con el resto de los editores). Ojalá los escritores hicieran lo mismo. Una de las cosas que hacemos aquí es analizar por qué no lo hacen. Y por mi parte estoy bastante satisfecho, porque creo que, llegado este punto, ya he alcanzado algunas certezas que no tenía cuando escribí el artículo. Y es una información que estimo muy valiosa para mi proceder en el futuro.
Dices que te ves impelida a contestar a mi alusión al sector editorial. Veamos: lo que yo he dicho es que los autores no reciben ayudas, los editores sí, y las ayudas que reciben los editores no llegan a los autores, sino que financian otras cosas (papel, impresión, diseño...) Esto, desde tu punto de vista, ¿es verdad, o no es verdad? Dices que en Canarias no son las mejores editoriales las que se embolsan el dinero. Entiendo que estás defendiendo que tu editorial debería de recibir más y, sinceramente, me da un poco de pudor imaginarme a las editoriales canarias enzarzadas en una disputa por, en tus palabras, “embolsarse el dinero”. Dices que Baile del Sol fue la primera editorial que firmó contratos con sus autores. Te felicito, pero, ¿acaso eso no es de ley? ¿Qué denota sino que el atraso era brutal? ¿Y tenemos que felicitarnos por hacer algo tan elemental? También dices, con cierta violencia, que una vez al año ustedes liquidan con los autores, conmigo también, como si, con perdón, me lo arrojaras a la cara. Y qué si no deberían hacer ustedes. Lo normal, ¿no?, liquidar. A mí y a todos. ¿Merece eso mayor comentario? ¿Que tratas de pagar? No, no trates, hazlo, tu obligación es hacerlo. Lo dices como si encima los autores tuvieran que estar agradecidos de que liquides.
Otra cosa bien distinta es que esos contratos y esas liquidaciones sean suficiente esfuerzo editorial (no sólo en tu caso, me refiero a todo el sector, y no sólo al sector de Canarias) de cara al tema que estamos tratando: la subsistencia de los escritores. Es muy evidente que esos contratos y esas liquidaciones de las que hablas como si fueran el gran gesto de los editores hacia los escritores, no son suficientes en absoluto. Y si no lo son, tal vez los editores deberían ir pensando en cómo conseguir que lo sean. Permíteme que te diga que hablas de muchas iniciativas, muy loables, que alabo, cómo no (llevar a autores a Guadalajara, conseguir moverlos entre islas), pero ninguna de ellas va en la dirección de que el autor de la editorial pueda subsistir el tiempo suficiente para escribir otro libro. Tal vez sería interesante que –no sólo Baile, las editoriales en general— buscasen recursos, además de para tener ejemplares y poder cubrir los gastos de producción y distribución (que viva el editor, empleados y becarios –en muchos casos—, el impresor y sus empleados, el papelero y sus empleados, etc.), sino para que el autor publicado pueda seguir escribiendo. A lo mejor se pueden repartir los recursos que se obtienen entre menos libros y menos autores (pero acordándose de estos). Seleccionar más y editar lo esencial es trabajo de editor. Solía serlo.
Por último, me arrojas una serie de querellas que tienes con el Gobierno por la financiación de determinados proyectos. Es algo que no tiene nada que ver conmigo ni lo debatido aquí. No sé por qué las sacas a colación. Bueno, sí, para decir que hacen cosas, aunque no vayan en absoluto en la dirección de que los autores subsistan, que es de lo que hemos venido hablando. Y te quejas de que los autores de Canarias no asisten al encuentro de edición que organiza la editorial, sólo dos, siempre los mismos. Entiendo tu frustración, organizas un evento sobre edición y los autores pasan. ¿Y si en ello les fuera el pan, irían? Tal vez no asistan porque ahí no hay nada para ellos. Nada que rascar. ¿Y si un editor como Herralde organiza algo en Madrid, los autores, irían? Pues tampoco. Sólo si la manutención de esos autores dependiese de Herralde y fuesen convocados expresamente. Sólo entonces estarían absolutamente comprometidos.
Ni buenos ni malos pero muchas cosas que repensar y cambiar.
Un beso muy fuerte y gracias otra vez y si quieres seguir pegándole a la hebra aquí estoy hasta que me digas.
Nicolás Melini
Mama Diédhiou me hace una observación que estimo muy atinada. Dice que el estado es un empleador. Y, por lo tanto, no le parece muy exacto que introduzca en el artículo figuras como la del ujier de una empresa pública. Tal vez esto, añado yo, haya llevado a algunas personas a pensar que lo que se sugiere en el artículo es que el escritor esté empleado por el estado, que sea una suerte de funcionario, y de ahí algunos comentarios que hablan de los rusos y otros que muestran una clara renuencia a que el escritor reciba un sueldo del estado. No era mi intención sugerir esa posibilidad. Me gustaría pedir disculpas por la confusión que haya podido generar esa mala comparativa.
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Me comenta otro escritor de los que son bien conocidos en este país y publican en las principales editoriales (y cuyo nombre no diré porque si él quiere puede entrar aquí y decirlo): “Una de las razones de nuestra desprotección parte de que vivimos en una sociedad en la que quienes cuentan forman parte de un grupo de presión, ya sea una asociación o un colegio profesional o un partido… y, en nuestro caso, somos simples individuos, poco amigos de las asociaciones. Y a los individuos, o son “triunfadores”, o no les escucha nadie. Los gritos de la jauría llegan más lejos”. Y a los individuos, dice, o son triunfadores o no los escucha nadie. Me perece otro buen resumen de todo lo dicho aquí. Y añade un buen matiz sobre el resumen que dispuse con anterioridad en otro comentario. En definitiva: estamos condenados al éxito o el fracaso. Habrá que tener éxito para vivir de esto.
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Gracias a Carlos Jiménez Arribas, Juan Carlos Márquez, y K. por sus comentarios. Y a Anónimo 2 decirle que sí, creo que este es un buen medio para debatir. Y si no se utiliza para ese propósito es por falta de interés, porque no se promueve el debate: normalmente se lanza el artículo y luego se aguanta estoicamente un aluvión de breves comentarios más o menos superficiales. No se dialoga con los visitantes ni se fomenta que estos argumenten lo que piensan. El escenario que planteas, de literatura publicada en internet, los autores recibiendo un pago por descarga y viendo sus libros editados en papel en función de la aceptación que hayan tenido en la red, la verdad, se me escapa mucho de mis previsiones. Y no sé si sería un escenario ideal, en absoluto.
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Un abrazo a todos y gracias por su participación en La Mancha.
Nicolás Melini
Muy buena respuesta a Ángeles de Baile del Sol, señor Melini.
Bueno, quizás la respuesta de esta editora (a quien no conozco, ni a ella ni a su editorial) que recibe dinero público para su empresa clarifique una de las tantas y sangrantes situaciones del escritor actual.
Todo el mundo siente que le está perdonando la vida. Incluso quien logra construir su trabajo gracias a esa materia prima que son los textos.
Sería interesante que otros editores diesen la cara, que explicasen por qué las liquidaciones de libros (que Melini recibe una vez al año, mira que detalle solar y bailado comentar eso) parecen ciencia ficción, por qué los contratos contienen clausulas de otro planeta, por qué la opacidad general de este negocio en el que el escritor queda siempre como el último mono. Pero no, no lo harán. Las sombrs amparan su negocio.
Yo quiero felicitar a la editora de Baile del Sol porque aunque con maneras destempladas y con argumentos quebradizos, al menos ha querido dar la cara y aportar su reflexión como empresaria.
Guillermo Machado
Hoy dice Muñoz Molina en Babelia algo que me parece un buen aporte para esta discusión y que merece ser leído; dejo el trozo final:
«Hay un dicho inglés que las resume con un laconismo admirable, aunque también algo antipático: There is no free lunch. Aunque a veces pueda parecerlo, no hay almuerzo gratis. Todo cuesta, todo ha de pagarse de algún modo, ha de pagarlo alguien. La falta de respeto a los derechos de quien escribe, inventa, compone, interpreta cosas, es universal, pero en España yo creo que se acentúa más a causa de ciertas peculiaridades de nuestra democracia. La chusma política ha preferido halagar las formas más bajas de narcisismo en vez de la conciencia adulta de ciudadanía porque la demagogia es más rentable a corto plazo que la racionalidad. La educación, en vez de a alentar el desarrollo de las mejores capacidades de cada persona, ha consistido en boberío pedagógico mezclado con adoctrinamiento identitario. A un ignorante se le manipula con más comodidad que a una persona cultivada. En ninguna parte se ha explicado ni se explica que cada uno de los derechos que disfrutamos es una conquista que ha costado mucho y que es difícil y cara de sostener, y que puede igualmente perderse. Si se recibe algo, de algún modo hay que corresponder. Durante unos cuantos años hemos vivido en un delirio de gratuidad y de holganza que se sostenía sobre la pura nada, sobre los frutos de la especulación, el despilfarro clientelar de los sinvergüenzas de la política, pero aunque continúe por ahora la mascarada el despertar a la realidad ya está siendo muy amargo.
No habrá más remedio que aprender el valor y el precio de las cosas. Habrá que entregarse a la devoción por el propio trabajo y al reconocimiento del mérito de lo que hacen otros. Una buena revista no aparece por milagro en el buzón de un suscriptor o en el anaquel de una biblioteca pública. En vez de tanta palabrería, tanta chapuza, tanta excusa, cada uno tendrá que hacer muy bien algo, algo útil y sólido, combatir la multiplicación de las pitones de Birmania o escribir sobre ellas.»
SOBRE LA BURBUJA ECONÓMICA DEL LIBRO, SEGÚN ERNESTO SUÁREZ
Estas que anoto aquí son unas palabras que Ernesto Suárez, profesor universitario, poeta, crítico y editor, vertió en un debate sobre la situación de los escritores que mantuvimos en la página web de la Asociación Canaria de Escritores:
“Las empresas distribuidoras “viven” del servicio de novedades que sirven a las librerías y otros puntos de venta. Entregan las novedades e inmediatamente “cargan” con pagos demorados (30 o 60 días) a las librerías. Puede haber servicios de novedad una vez a la semana (o incluso más). A nadie se le puede escapar que con la cantidad de títulos editados al año en España resulta imposible que el mercado reciba (compre) ni una décima parte de los mismos. Dónde está el negocio de editar-distribuir libros deberíamos preguntarnos. Pues en ese movimiento de dinero demorado (e inexistente en términos de libros vendidos). Es decir, para los distribuidores, cada libro colocado en librería “es” un libro “vendido” (por lo menos a uno o dos meses vista). Pero como, evidentemente, ellos saben que no es así, el negocio está en “reponer esa venta” con otro (o más, cuantos más mejor) títulos nuevos. Vistas así las cosas, el librero que sobrevive es aquel que devuelve novedades a mayor ritmo que lo que recibe del distribuidor. Sí, amigos/as, en el fondo (y en la superficie) cuantos más libros mejor (para la distribución); otra cosa es el interés en que se vendan (y lean). Podemos hablar si quieren de la “burbuja” económica del libro. ¿Hasta cuándo?”
Leyendo esto me acuerdo ahora de un comentario que recibí de un distribuidor en la pasada edición de la feria del libro de Madrid. Me dijo que mi libro se colocaba muy bien en las librerías. Lo dijo exultante. Hablaba desde su punto de vista. Luego, como viendo de pronto las cosas desde mi punto de vista, dijo: se coloca bien no significa que se venda, no me fuera a creer que eso significaba que iba a tener una buena liquidación.
¿No es un sistema un tanto perverso? ¿O son cosas mías?
Me pregunto si, ya que es tan importante para el distribuidor el poder colocar los libros, aunque luego no se vendan, no debería de recibir el editor (y el autor, al final de la cola), algún tipo de recompensación por ello. Es muy probable que el editor ya, en sus negociaciones con el distribuidor, reciba esta compensación: ¿y el autor del libro que se coloca bien pero no se vende, entre otras cosas, porque hay demasiados libros en el mercado?
¿Podrá el autor detectar este tipo de cosas e, individualmente, defender sus intereses? No, verdad.
Un abrazo
Nicolás Melini
En tu blog no te pagan, pero al menos no te roban.
Estimado anónimo, un poco fuerte tu frase. Nadie ha dicho aquí que se esté robando a los autores. Para empezar se me ocurre que los autores consienten en el trato que hemos descrito. Persiguen a los editores para que les publiquen. Desean fervientemente que el distribuidor coloque sus libros en cuantos más sitios mejor. En ningún momento han exigido colectivamente un trato distinto del que reciben. No se juntan para analizar su situación y plantearle a la sociedad, a través de los conductos establecidos (el Gobierno de turno y los representantes del resto de sectores de la industria del libro, que sí trabajan por sus intereses), sus inquietudes, necesidades, observaciones…
En cuanto a lo que dices del blog, vale. Pero entonces cambiaría la frase: yo diría “En tu blog no te pagan, pero al menos recibes un trato justo”. ¿Te parece bien? En cuanto a lo que a mí respecta, este es un tipo de disidencia que celebro.
Un saludo
Nicolás Melini
Querido Nicolás: es curioso que haya salido aquí lo de las ayudas a la coedición. Con esas ayudas se paga el costo de la edición del libro, con lo cual las editoriales podrían perfectamente pagar el adelanto correspondiente de derechos de autor, cosa que no hacen.
El objetivo de esas ayudas era estimular el sector de la edición en Canarias, haciendo que todos los relacionados con el libro (incluidos los autores) pudiéramos trabajar en mejores condiciones. El resultado ha sido que los únicos beneficiados son los editores.
Muchos de estos editores, no llegan a tirar (ni, por supuesto, a distribuir) el número de ejemplares al que se han comprometido, presentando luego a esos autores cuyos libros han sido objeto de la ayuda liquidaciones ridículas, imposibles, por lo demás, de verificación.
Ahora mismo tengo nueve libros en el mercado. Los únicos que no funcionan, aquellos por los que no he obtenido ni un solo céntimo, son aquellos que eran institucionales o para los que las editoriales se acogieron a esas ayudas.
Y, querida Ángeles: quizá los autores se implicarían en la promoción si la editorial hiciera alguna, si los ejemplares llegaran a las librerías, etc.
Yo me implico activamente en la promoción de todos mis trabajos, porque entiendo que es una labor de equipo conseguir que ese producto que se llama "libro", que contiene textos míos en su interior, tenga una vida saludable. Las editoriales con las que trabajo no tienen queja de mí en ese sentido, más bien al contrario. Sin embargo, permíteme decirte que con Baile del Sol no pude implicarme activamente en la promoción, ya que no existió promoción alguna, salvo la que intenté hacer yo mismo; bastante estéril, por cierto, ya que no llegaron ejemplares a las librerías. Te pondré un ejemplo: en 2006, como recordarás, saqué, además de un libro con tu editorial (acogido a la coedición), una novela con otra editorial. En la Feria del Libro de Santa Cruz de 2007, había bastantes ejemplares de esa novela (que ya tiene una segunda edición) en todas las casetas. Sin embargo, del libro que saqué con ustedes, sólo había un ejemplar y estaba en la propia caseta de Baile del Sol.
Yo no dudo de la labor que hace tu editorial a la hora de publicar a poetas de valía, cosa que, como lector, agradezco, ya que entre ellos figuran algunos de mis preferidos (Por cierto: está muy bien que firmes contratos, pero ya sabes que no basta con eso; hay que devolver la copia firmada). Pero no es justo que eches balones hacia fuera, diciendo que los autores no se implican en la promoción. Si tú organizas cualquier acto, por pequeño que sea, para promocionar mi trabajo ¿por qué no habría yo de implicarme? El problema es que ni lo organizas, ni distribuyes debidamente el libro. Las cosas claras.
Y, Nicolás, de verdad: yo creo que ese sistema jamás funcionaría. No deja de ser una opinión, y, como tal, arbitraria. Pero mi experiencia personal me dice que ocurriría como ocurre siempre: protegidos dentro; trabajadores fuera. Y yo no soy más que un mero trabajador de la palabra. De todos modos, vivir a salto de mata, quizá no esté tan mal.
Estimado Nicolás, soy ángeles nuevamente, disculpa que no te respondiera antes. Solamente desearte suerte (a tí y a los demás autores y comentaristas) con este planteamiento que aunque viejo, siempre vigente. Mi visión como empresaria y como editora es otra totalmente opuesta a la que ustedes comentan, pero eso creo yo es hasta cierto punto lógico.
Sí quiero comentarte Nicolás, que no tengo ningún problema con las financiaciones a proyectos literarios con el Gobierno, los hemos puesto en marcha antes y lo seguiremos haciendo. Trataba simplemente de decirte, que todos los editores no viven de las subvenciones, que es por lo visto, la idea que tienen ustedes. Nosotros y como nosotros, otros muchos, somos como la mayoría de ustedes; pluriempleados. Es evidente que no me supe explicar. O que no se quiso entender. No requiere mi proyecto editorial de más dinero gubernamental, no soy de las editoriales que más reciben y sin embargo, somos de las únicas que se ha movido y ha luchado para que el sector editorial exista en Canarias, lo que nos ha costado más de un golpe detrás de las orejas. Pero como siempre pasa, y es lógico, cada sector mira lo suyo. Lamento sin embargo, que lo que haga falta para que un escritor acuda a un evento que le afecta sea el interés económico, quizás si acuden a esas mesas y encuentros de carácter profesional, se darían cuenta que para el editor, sea de Canarias o de fuera, no es tan fácil como ustedes creen, o al menos, lo que reflejan los comentarios leidos. Comprenderás que con ese planteamiento el interés y el intercambio quizás se plantee igual, del editor al autor. En fin, me ha resultado un poco desmotivador todo lo que he leído, y la pobre opinión que se tiene del sector editorial. Será que nos lo hemos buscado. De todo se aprende.
Finalmente, como hay una alusión directa a mi persona y a mi editorial permiteme:
Querido Alexis, lamento que tu experiencia con Baile haya sido tan desastrosa, no la recuerdo así, ni tu actitud de entonces, ni tus palabras, ni tus acciones, siempre tan cordiales, si sé de tu malestar, te puedo asegurar que hubiera procurado alguna enmienda. En fin... Yo por mi parte, estoy encantadísima de tener en nuestro fondo ese libro tuyo. Por favor, si el contrato no te llegó no tenías más que pedir una copia, quizás fuera culpa de correos... no existe en nuestro interés quedarnos con lo que es tuyo.
Beso
Ay, querida Ángeles, lamento que te hayas sentido aludida por los planteamientos que he realizado. Creo que nunca hice referencia a tu editorial. Has entrado en el debate y de esta manera, me temo, es como si te pusieras al frente de los intereses, no sólo de tu editorial, sino de todos los editores. No es justo. Los planteamientos que se han hecho aquí recogen la responsabilidad de esta situación en unos términos muy amplios, y señalan en su justa medida a muchos de los actores, incluidos a los escritores, que tienen, como no, parte de responsabilidad en su propia situación. Aquí no se ha apuntado a los editores como único factor, pero comprenderás que analizando una situación como esta no es posible “no tocar” a los editores. Dices que: “no todos los editores viven de las subvenciones”. Aquí nadie ha dicho que sea así, sino que los editores sí reciben ayudas y sin embargo nos rasgamos las vestiduras ante el mero planteamiento de que lo hiciera un autor. Y “que es por lo visto la idea que tienen ustedes”. No, Ángeles, esa frase no es correcta ni de recibo, y creo que no deberías meter a todos los comentaristas en ese saco (muchos han manifestado su desconfianza o su rechazo a tal posibilidad). No es de recibo que una editora que obtiene ayudas de la administración (independientemente de que estas le den o no para vivir) censure a los demás por plantearse siquiera si merecerían el mismo trato.
Yo no he dicho que editar sea fácil, y no creo que los comentarios reflejen que creo que es fácil. No tengo una pobre opinión del sector editorial. Lo que sí cuestiono es si el sector editorial, desde el papelero hasta el librero pasando por el editor, está haciendo lo suficiente por los autores. Y creo que es legítimo que me lo plantee, y que no deberías sentirte aludida, pues no es tu funcionamiento el que se cuestiona, sino el funcionamiento de toda la industria. En tu último comentario pareciera que se tratase de un órdago lanzado contra ti y tu editorial en particular, y no es así en absoluto.
Por último, me parece mal cómo remachas tu contestación a Alexis Ravelo: “no existe en nuestro interés quedarnos con lo que es tuyo”. Es una provocación. No es buena idea. Es la peor de las estrategias posibles. Y eso me entristece, porque demuestra que no hay intención de escuchar, debatir y buscar soluciones, que sería lo constructivo.
Un beso
Nicolás Melini
Querida Ángeles: Mis gestos eran cordiales y lo siguen siendo. Pero las cosas como son. En tu comentario, entendí que echabas el peso de los problemas de promoción en los autores. No sé cómo serán los otros, pero este autor que te escribe no ha fallado nunca a un acto de promoción de su trabajo (hasta bueno estaría) y siempre ha colaborado activamente con sus editores (cuando éstos han querido promocionar su trabajo, claro). Yo quiero mucho a esa edición que tengo con ustedes. Sin embargo, me parece una pena la forma en que se promocionó y distribuyó. Por eso intervine, porque me pareció que, al menos en mi caso, el defecto no había sido del autor, sino de la editorial. Si no hubieras hecho un comentario en ese sentido, no te hubiera expresado mi malestar, por lo demás inútil, cuando ya han pasado tres años y ese libro (al que quiero mucho y cuya edición me gustaba) se ha quedado en el olvido.
Por supuesto, este malestar no afecta a lo personal. Soy consciente de la labor que ustedes han desarrollado durante años y aprecio al equipo humano que hace que Baile del Sol funcione. Sin embargo, creí necesaria esa apreciación. Te agradezco tu autocrítica así como te prometo hacer la mía, ya que, como te dije, una vez convertido el texto en libro, es labor de equipo el hacer que éste llegue a las manos de quien debe estar, esto es, el lector.
Nicolás: te pido disculpas por haber traído este tema aquí.
Un abrazo para ambos.
En efecto, creo que ha sido mala idea que trajeras este tema aquí. En esta conversación no deberíamos perdernos en casos particulares. Así que disculpas aceptadas, Alexis.
Un abrazo fuerte para ti y para Ángeles.
Nicolás Melini
Una modesta proposición:
Vemos que la situación social del escritor es patética. Como individualidades no es posible resolverlo, pero sé que existen asociaciones de escritores en Canarias, en Asturias y supongo que ne otros sitios de España (y del mundo). En el caso de España ¿por qué no se reunen las asociaciones de escritores para presentar al estado un plan de previsión social que contemple ayudas a la creación, planes de pensiones, seguros sanitarios, asistencia legal? Algo como lo que tienen otros gremios.
Hasta ahora las asociaciones tienen la tendenciaa trabajar sólo el lado promocional, a conseguir apoyos para la edición (con lo que se benefician diseñadores, editores, impresores, pero no necesariamente el escritor), y descuidan el lado humano de quien ha dedicado su vida a un oficio periférico, indispensable para el bienestar intelectual de un país, pero que no cotiza, que no tiene apoyos...
En el caso de Canarias, por ejemplo, si los funcionarios culturales no viajan en manada a inaugurar evebtos y hacerse fotos, ¿no quedarían unos recursos posibles para estos temas? Si se redirigiese el apoyo a la edición, y se compartiese con ayudas al autor ¿no mejoraría la situación? Si se foemnatse la relación del autor canario con otras literaturas del dioma para que el autor se vea obligado a competir y elevar sunivel de exigencia ¿no habría resultados concretos?
Abrazos.
Guillermo
Guillermo: estoy muy de acuerdo en lo que comentas.
Yo también creo que ese podría ser el camino, Guillermo, muchas gracias. Por poner un ejemplo, justo ayer estuve con una editora amiga (una editora que ha pasado por grandes grupos editoriales y por sellos independientes, y conoce muy bien estos temas) y me decía que en este momento, ellos, los editores, están participando en la elaboración de una ley en la que se tratan temas que atañen directamente a los escritores: una ley que podría prohibir, por ejemplo, que los editores contraten las obras, como suelen hacer, incluso para espacios en los que no tienen distribución. "Para todo el ámbito en español", suelen decir algunas cláusulas, y luego el editor no tiene distribución más que en Andalucía. Pero esto, querido amigo, que impulsan los editores, ¿es bueno o es malo para los escritores? El editor lo impulsa porque parece interesarle, ¿resulta interesante realmente para el escritor? El editor renuncia a establecer en los contratos una cláusula leonina y absurda en la que compra los derechos del libro para territorios en los que no va a poder explotarlos. De esta manera, podrá obtener los derechos para el territorio en el que sí tiene distribución de otros muchos libros. Renuncia a la exclusividad para compartir los derechos de los libros que edita con otros editores que operan en otras zonas, pero obtiene la posibilidad por ley de contratar libros que le interesan, que están en otra editorial que no distribuye en la misma zona. Repito la pregunta: ¿Le interesa esto a los escritores? Yo no lo sé. Evidentemente, habría que estudiar los pormenores de esa ley. Y negociarla, y barrer para la casa de los escritores, ver si sería posible que con esa medida se establezcan una serie de garantías para los autores, etc. Como quien negocia es el editor, y el autor no interlocuta, me temo que estamos vendidos a lo que decidan los editores; lo que ellos estimen conveniente, será. Y luego, los autores, a seguir remando.
Por eso se hace necesario que las asociaciones de escritores que existen actúen como interlocutores con el Gobierno para que cualquier ley que pudiera afectarles no se haga sin tener en cuenta los intereses generales de los escritores. Pero también para poder impulsar leyes. No es normal que los escritores (y las asociaciones de escritores) sigan aceptando esta situación como algo normal e inevitable.
Y si las asociaciones de escritores que existen no están funcionando, habrá que hacérselo ver. Habrá que obligarlas a funcionar. Habrá que decirles qué es lo que nos interesa. Habrá que exigirles que defiendan los intereses de sus asociados. Habrá que dotarlas de contenido.
Un saludo
Nicolás Melini
Se supone que esas asociaciones tenían que estar dotadas de contenido ya de por sí... ¿Asociaciones de escritores para?
Volvemos al principio... Creo que lo que estás planteando es asunto de los ángeles.
¿Dotadas de contenido de por sí? ¿En sí mismas y por ellas solas? Creo que ha quedado patente aquí que los escritores no tienen conciencia ni de que tienen unos problemas ni de que la sociedad establece una serie de maneras para abordarlos. Volvemos al principio de qué. ¿Los ángeles? Qué tienen que ver los ángeles en todo esto.
Nicolás Melini
Otros creadores sí están dispuestos a debatir sus problemas y a utilizar las organizaciones que hay a su alcance para mejorar las cosas: ver El Cultural de hoy, el reportaje "Nuevo rumbo para la Academia de Cine".
Un anónimo distinto
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