UNA DE ESAS NOCHES

Nicolás Melini



Hacía horas que la casa permanecía en silencio.
Qué te pasa, dijo Alfonso.
Carmen se encontraba de pie en algún punto del salón, en medio de la oscuridad, pero no contestó.
Está ahí fuera, comprendió él.
Estuvo tentado de dirigirse hacia la ventana y mirar, pero se contuvo.
Vaya..., lamentó, y se quedó mirando a Carmen desde allí, preguntándose qué actitud debía adoptar.
Carmen se sentó en el sofá y se quedó en silencio, con las luces apagadas. La figura de Alfonso se recortaba en la puerta del interior, expectante.
Qué vas a hacer, dijo.
Carmen demoró la respuesta.
Estoy muy cansada, Alfonso.
Alfonso se sentía apenado por ella, pero no sabía cómo ayudarla.
Ni siquiera lo escuché llegar. Me desperté, sin más, me levanté y miré afuera...
Carmen se mostró desvalida, sentada en el sofá con los brazos sobre los muslos, dando la espalda a la ventana del salón, que quedaba media estancia más atrás, al fondo.
¿Te preparo algo caliente?, Alfonso hizo el ademán de entrar en la cocina.
No, gracias, no me apetece.
Por un momento, Alfonso no supo qué decir.
Está en la entrada, tirado en los escalones, dijo Carmen. Por qué siempre tiene que venir aquí, lamentó. ¿No puede ir a otro sitio?
Deberías hablar con él, dijo Alfonso.
Carmen lo miró con ironía desde la penumbra. Él tuvo que admitir lo descabellado de su idea. Sonrió levemente. Luego ella calló durante un instante, escuchando el silencio afuera y adentro de la casa, hasta que ambos percibieron los pasitos de la pequeña en la escalera:
¿Y tú qué haces despierta, eh?, le dijo Alfonso.
La niña alzó la mirada hacia ellos, los ojos grandes y asustados.
Papá está fuera. Lo he visto...
Su tono era ingenuo.
Como no obtuvo respuesta, la niña añadió:
¡Está caído!
No, cariño, estará durmiendo, no te preocupes, Alfonso atrajo a la pequeña y la apretó suavemente contra su muslo.
Ella miró hacia la oscuridad del salón, buscando la respuesta de su madre.
¿Se va a quedar a dormir?
¿Tú sabes la hora que es, Lea? A ver, qué haces levantada, la reprendió Carmen.
La niña miró a Alfonso, justo sobre ella, y éste le hizo un gesto de complicidad:
Anda, cariño, por qué no subes a tu habitación, nosotros vamos ahora, le dijo, y la animó con un gesto sutil hacia la escalera.
La niña obedeció, aunque volviendo su mirada a cada paso. A media escalera, allí donde su madre ya no la veía, se detuvo, y Alfonso tuvo que animarla a seguir con un nuevo gesto. Ella continuó, despacito, pero luego volvió a detenerse en lo alto.
Alfonso miró a Carmen. Ésta hizo un leve gesto de arrepentimiento y llamó a su hija:
¡Lea! Anda, baja, ven con mamá.
La niña descendió con ligereza, pasó junto a Alfonso y saltó contra el sofá. Carmen la acogió a su lado, mirando y estudiando a la niña.
Lea se sentó correctamente y se quedó allí en silencio.
Qué pasa…, dijo Carmen en un tono cariñoso y sereno.
Lea hizo un gesto ambiguo sin mirarla, como si negase o se encogiese de hombros.
Mira…, dijo su madre.
La niña alzo el rostro y la miró muy seria.
Tú sabes que tu padre nos quiere mucho.
La niña asintió.
Carmen miró a Alfonso. El hombre estaba allí callado, mirándolas.
Luego continuó:
Te quiere mucho a ti, y me quiere mucho a mí.
La niña parecía estar de acuerdo, y seguía sus palabras con atención.
Tal vez por eso, cuando papá se siente triste, muy triste, nos echa de menos y viene y se sienta ahí fuera; y a veces, si está muy cansado y es tarde, como ahora, pues se queda dormido.
¿Está dormido porque toma vino?, dijo Lea.
Sí, más o menos, sonrió Carmen, que ya sabía que, de algún modo, esa era una de las preocupaciones de su hija.
Pero lo que yo quiero que tengas muy claro, añadió Carmen, es que papá viene a casa así, de noche, porque nos tiene mucho cariño, ¿de acuerdo?, no debes asustarte ni tener miedo ni sentirte triste. Y si ves que yo me preocupo un poco es sólo porque me doy cuenta de todo lo que papá nos ha querido siempre. Es una pena querer tanto a alguien y sin embargo no poder…
Carmen no pudo evitar emocionarse. Trató de decir de nuevo aquellas palabras, pero no pudo, y concluyó:
Es… una pena.
La niña miraba a su madre tratando de comprender. Alfonso tenía los ojos un poco brillantes. Carmen apartó la mirada para que su hija no la viese llorar.
Entonces se escuchó un leve sonido afuera. Tal vez el hombre se hubiese despertado, o estuviese despierto y hubiese escuchado las palabras de Carmen.
Ella y Alfonso se miraron y prestaron atención al exterior de la casa, por si se volvía a escuchar algo.
Cuando Carmen se acercó a la ventana y miró a través del cristal, buscando la figura de su ex marido tendida allí en el suelo, descubrió que ya no había nadie. Miró alrededor, buscándolo, pero se había ido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta el montaje de la ilustración.