¡ESTOY AQUÍ!

Nicolás Melini



Leo a Chuck Palahniuk (Fantasmas) y me encuentro con una escritura de grandes frenazos y acelerones, además de absurdidades sostenidas a lo largo de muchas páginas. El autor trata de llamar la atención del lector sobre su escritura, está dispuesto a todo con tal de que le hagan caso y no pasar desapercibido, pero todos sus guiños y aspavientos no hacen más que persuadirme: en realidad, no tiene nada que contar. “¡Estoy aquí, estoy aquí!”, parecen decir cada una de sus palabras, “¡he sido escrita por Chuck Palahniuk!” “¡No busques mi significado, no lo busques, no hace falta!”, canturrean, “¡lo único que vengo a decir es que he sido escrita por Chuck Palahniuk!” En cierto sentido me recuerda algún cuadro de Schnabel que he visto. Claro que quinientas y pico páginas donde lo único que pasa es que “he sido escrita por Chuck Palahniuk” puede resultar un tanto aburrido. (También puede ser que me he vuelto un carca).

***


Con Blanca Riestra y Ricardo Menéndez Salmón en Albuquerque, Nuevo México, hace unos años, nos sorprendíamos él y yo del extrañamiento que produce la visión de Estados Unidos cuando uno llega allí. Estamos tan acostumbrados a presenciar su paisaje rural, urbano y humano a través de las distintas pantallas, que la realidad para nosotros es eso, la imagen de la pantalla, y lo otro, la imagen del sitio (la real), genera en nosotros una poderosa sensación de irrealidad. Tal vez por ello jugábamos a reconocer películas allí donde mirábamos. Salíamos del hotel, alzábamos la vista hacia el horizonte: “Lolita, de Kubrick”, asentíamos.
Por la noche, descendiendo en coche por las calles desiertas –a la vista en un lado unas vías de tren que se alejaban—, uno de los tres (no recuerdo quién, pero lo mismo pudo ser Ricardo, Blanca que yo), dijo: “Si ahora nos cayese una lluvia de ranas nos encontraríamos en Magnolia”. Tras un silencio que recordaba los pocos silencios de esa película, Blanca comprendió que había cometido algún tipo de error, se desvió sin previo aviso hacia una gasolinera, las ruedas tomaron mal el bordillo, el coche botó alto, se escuchó el rechinar de la carrocería haciendo chispas contra el suelo y el estruendo del capó que se cerraba al regresar las ruedas al pavimento. Pero ella ni siquiera frenó, continuó curvando (las ruedas chirriaron exactamente igual que en las películas, de ese modo que sólo se escucha en las películas y que, comprendimos entonces, también se escuchaba y de verdad en Norteamérica) para reincorporarse a la avenida en dirección contraria. De vuelta al tránsito normal, aunque no sabíamos si en el carril adecuado (podría ser que circulásemos en dirección contraria, aunque poco importaba), seguimos guardando aquel silencio, que en ningún momento se había roto, pero con la sensación todavía más poderosa de que sí, efectivamente, ahora más, nos encontrábamos inmersos en Magnolia.

1 comentario:

blanca dijo...

Me acuerdo perfectamente del comentario y del frenazo en medio de la calle. Creo que era la vieja Lincoln V8 que compramos Rédouane y yo en un tugurio de la Calle San Mateo.
Un beso, Nicolás, gracias por tu post.
Nos vemos pronto...
Sí que llovían ranas en Burque