LA SOMBRA LUMINOSA

Mirar al agua
Javier Sáez de Ibarra
Páginas de Espuma, 2009
|187 p.|15 euros|ISBN:9788483930366|
Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero 2009

Se leen estos dieciséis relatos como en trance: desde la primera página el autor nos exige involucrarnos con su manera de ver el mundo, con el universo que le ronda la imaginación y que desciende sobre las páginas con contundente delicadeza. Reviso mi ejemplar ya muy manoseado y veo que tengo notas de cada uno de los cuentos: en todos una propuesta plástica se cuela como esencia, pero una plástica literaria; como si dijéramos que Sáez de Ibarra cogió un bolígrafo y lo esgrimió como un pincel: de Goya a Basquiat, de Velázquez a Duchamp, de la iconografía de la virgen de la leche a la siempre inconcebible comunión entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección. ¿Qué resulta de esta sinestesia de disciplinas? Un libro lleno de referencias, visibles y ocultas, no solo al arte de todos los tiempos sino también a ese que vemos todos los días cuando caminamos por la calle, tan llena siempre de estímulos visuales. Porque este libro, pequeña joya que se alzó con la primera edición del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, también es eso: un estímulo visual que prescinde de los colores porque los convierte en imágenes literarias; y, por eso mismo, paga su deuda, consciente o inconsciente, con los autores que —me figuro— han ido influyendo en la conformación de su ya madura voz (hay que recordar que este es el tercer volumen de cuentos de Sáez de Ibarra, tras los celebrados El lector de Spinoza y Propuesta imposible): Borges y Cortázar; Bukowski. Una combinación que podría parecer extravagante al lector que, descuidado, no haya puesto la suficiente atención en sus lecturas y haya pasado por alto los vasos comunicantes que siempre hay entre los escritores de alto nivel: esos que nos permiten identificar la sordidez de los alcohólicos bukowskianos con el triste «bravo» a la pianista Berthe Trépat de Rayuela y la obsesiva velación del verdadero autor de Don Quijote de La Mancha.

Como es inútil dibujar el mapa completo de este libro —inútil y cruel acción de spoiler malicioso—, me quedo con el comentario de los dos relatos que más me han gustado: Una ventana en Via Speranzella y Jerónimo G. En el primero, el sencillo gesto de una artista cada año durante toda su vida se convierte en un happening vital que sirve para expresar los más diversos sentimientos: ira, amor maternal, protesta política. Además, la artista, Petra Menardi, no oculta la filiación onomástica con el borgiano Pierre Menard, ese desconocido autor del Quijote. El texto tampoco: «La obra visible que ha dejado esta artista es de fácil y breve enumeración», es paráfrasis evidente de cuento de Borges que nos ‘pone’ en situación: todo lo oculto se desvanece en el aire —de la ventana, en este caso—. Pero más allá, otras filiaciones emergen, pues, ¿cómo no pensar, ante el gesto infinito de esta artista —asomarse a la ventana y mostrar una teta— en la adaptación de As slow as possible, de John Cage, esa pieza/silencio que ha de ser tocada durante 639 años en la iglesia de San Buchardi, en Alemania?

En Jerónimo G., en cambio, Sáez de Ibarra ha creado la apoteosis del artista: como en aquella película de Woody Allen -la mejor, para mí- Sweet & Lowdown, el verdadero artista está preso en el mundo y ante el mundo: nadie lo comprende, todos lo quieren ‘enmendar’, enseñarle la manera correcta de usar su lenguaje, su talento, como si eso fuera posible. Aun cabe pensar en este texto como manifiesto literario; Jerónimo G. es el Morelli cortazariano que en este libro es el testaferro del autor. Y, en todo caso, queda para la posteridad la siguiente obra de arte, pieza exquisita de minicuento ready-made del siglo XXI: «El nuevo trabajo que les encomendamos consistía en describir algo o a alguien; unos describieron su celda, las ventanas, los platos, los cubiertos, a algún miembro de su familia, un perro que habían tenido, etc. Jerónimo escribió una lista de nombres de presidentes de países, reyes, políticos, grandes financieros, algún premio Nobel; al lado de cada uno de ellos siempre una sola y la misma palabra: Marica».

Pero lo que me resultó más inquietante de todo el libro no está en sus páginas, no se describe en ningún lugar, desaparece: detrás de la luminiscencia de las citas, de la brillantez de su prosa, de la luz plástica en comunión con la narrativa, yace un territorio sombrío, enigmático. Mirar al agua es un libro luminoso que oculta la sombra de una visión triste y mucha veces pesimista del mundo, como si estuviera contaminado por todas las cosas. O quizá porque cuando miramos al agua a veces todo es turbio como un espejo borracho. Y el arte lo sabe. jcch

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy empezando a descubrir a mi paisano Sáez de Ibarra y todavía no estoy en disposición de juzgar su obra, pero debo decir que conozco a varios lectores con excelente criterio y olfato literario que me han hablado muy favorablemente de los cuentos reunidos en este libro. Espero que el boca-oreja funcione con este libro y tenga el éxito que merece.
Fátima