Juan Carlos Méndez Guédez

Para algunos, la noche quedará como un momento de crepitación, como un olor dulce. Para otros como un salto llameante.
Ninguno de los jóvenes que esa noche conversaba alrededor de la fogata comprenderá plenamente que cuando aquella figura saltó sobre el fuego, cuando se mantuvo temblorosa, soberbia y erguida como un dios agonizante en medio de las llamas, se trataba tan sólo del hijo mayor del sapo, que al descubrir en una charca el verdor de su piel, al saberse otro sapo igual al primer sapo, buscó un punto luminoso donde meditar sobre la imposibilidad de la belleza, sobre la indignidad de lo que se hereda, sobre el horror del reconocimiento.
“Qué calor hace aquí, debí traerme un abanico”, murmuró el hijo mayor del sapo antes de cerrar los ojos.

Para algunos, la noche quedará como un momento de crepitación, como un olor dulce. Para otros como un salto llameante.
Ninguno de los jóvenes que esa noche conversaba alrededor de la fogata comprenderá plenamente que cuando aquella figura saltó sobre el fuego, cuando se mantuvo temblorosa, soberbia y erguida como un dios agonizante en medio de las llamas, se trataba tan sólo del hijo mayor del sapo, que al descubrir en una charca el verdor de su piel, al saberse otro sapo igual al primer sapo, buscó un punto luminoso donde meditar sobre la imposibilidad de la belleza, sobre la indignidad de lo que se hereda, sobre el horror del reconocimiento.
“Qué calor hace aquí, debí traerme un abanico”, murmuró el hijo mayor del sapo antes de cerrar los ojos.
3 comentarios:
Me ha gustado mucho!
Mama
Muy bueno...me recuerda el comentario final del protagonista de la Virgen del Hornazo.... es de tus cuentos uno de los mas me gustan.
Oscar Lebrun
Muchas gracias a los dos.
Qué interesante esa conexión la que haces, Oscar. No me había percatado de ello.
JCMG
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