BANCOS

Nicolás Melini



Para José Balza


Estoy deprimido. Sólo me apetece escribir algo con cierto humor.

***


Voy al banco. Por primera vez, a punto de cumplir los cuarenta, me han ingresado unos dineros (que en realidad no son míos, ni para mi uso y disfrute, sino para la realización de un proyecto cultural) y mi cuenta arroja un saldo bastante positivo. Hace meses que se efectuó el ingreso y el circunspecto banquero de unos 50 años, elegantes canas peinadas hacia atrás y corbata roja, no puede dejar de observar lo extraño de que tenga ese depósito ahí, quieto, sin invertirlo en nada. Da por hecho que debería ponerlo en un plazo fijo.

La verdad es que se me había pasado por la cabeza, pero, con la prensa ofreciendo escandalosos titulares acerca de la crisis financiera todos los días, no me pareció prudente permitir que el banco hiciera nada con ese dinero. Pensé –de un modo absurdo o iluso, tal vez, pues yo no entiendo nada de esto—, que, si no lo metía en un plazo fijo, el dinero estaría más seguro.

Le pregunto al banquero qué es lo que me recomienda y él me expone varias alternativas. Dice que como ahora los tipos de interés han bajado tanto por la crisis y arrojan unos resultados tan ridículos, ellos están recomendando Bonos del Estado combinadas con pequeñas inversiones de capital riesgo. El dinero hay que tenerlo dos años a plazo fijo sin retirarlo pero se puede retirar si es necesario, sin sufrir ninguna penalización. Lo que hace el banco es poner el dinero en Bonos del Estado, que ofrecen en este momento unos beneficios de más de un 2% (los tipos de interés han caído hasta la mitad) y pequeños porcentajes del dinero en inversiones más arriesgadas que rinden todavía mucho más. El cliente (yo) puede, incluso, elegir qué porcentaje del dinero está dispuesto a “arriesgar”, y el banco lo respetaría. Que no quiero invertir “en riesgo” más de un 2%, pues de un 2% no se pasan.

Yo asiento y asiento y asiento mostrándole que estoy complacido por su explicación; sin embargo, cuando por fin termina, tal vez por no quedarme callado, le hago una pregunta: ¿Y, hay alguna manera de saber exactamente en qué se invierte el dinero? El banquero parece desconcertado. Se echa para atrás en el asiento. A lo mejor es que mi pregunta no entraba en el guión. Supongo que piensa que cómo se me ocurre preguntar eso. Lo que importa es si se gana o no se gana dinero, cuánto, en cuánto tiempo; si corro el peligro de perder todo o una parte; lo normal de estos casos, vamos. Por fin se rehace y me explica lo qué son los Bonos del Estado –lo cual, por cierto, no aclara el lugar adonde se destina el dinero— y me habla de cómo funciona el tema de las inversiones con riesgo –lo cual, por cierto, tampoco me aclara en qué se va a utilizar el dinero), así que le vuelvo a preguntar.

Para mí es importante saber qué se desarrolla, qué se produce, qué se estimula, qué se fomenta, con esas inversiones.

Tras balbucear y mostrarse muy poco convencido de que pueda satisfacerme, se levanta y se dirige a una estantería. Allí escarba en unos papeles hasta encontrar algo (un librito encuadernado en argollas), y regresa a la mesa. Una vez sentado de nuevo, lo ojea y hojea y ojea buscando la manera de explicármelo. En el librito se exponen diferentes casos particulares de inversiones, cómo el Banco invierte porcentajes del dinero a plazo fijo en esto o lo otro y cómo todo ello arroja al final un saldo muy positivo para el cliente, que ve cómo su dinero se multiplica sin el menor esfuerzo por su parte. Las inversiones aparecen de manera muy genérica, por sectores económicos o grandes empresas (Repsol, 2 %, Telecomunicaciones 1,5%, Energías renovables, 1,3 %).

Supongo que, a estas alturas, yo debería de estar completamente convencido de que soy un capullo por haber dejado de ganar dinero todos estos meses sin el menor esfuerza por mi parte, sólo por tener un dinero que no es mío en una cuenta a plazo fijo. Sin embargo, le vuelvo a hacer la pregunta: Ya, ¿pero hay alguna manera de saber exactamente para qué se utiliza el dinero? Esto parece que le abruma, se encoge de hombros, niega, dice que exactamente, exactamente, lo que se dice exactamente, no. Por ejemplo, le digo, a lo mejor yo no quiero que se invierta en tal o cual cosa, porque creo que puede ser perjudicial, porque pienso que puede favorecer mucho a unos y perjudicar otro tanto a muchos otros. Pienso en voz alta, le digo: por ejemplo, a lo mejor no quiero que el dinero caiga en manos de empresas, organizaciones o lo que sea, que pudieran utilizarlo para traficar con armas. La verdad es que se me ocurren unos cuantos ejemplos de este tipo –que el dinero pudiera servir para financiar precisamente al partido que no quiero que gane las elecciones, por ejemplo—, pero le digo sólo lo de las armas, insistiendo mucho en que estoy pensando en voz alta; no me gustaría que me tomara por ningún fanático, ni que pensara que lo estoy acusando de nada.

El banquero niega, dice que ningún banco podría garantizarme que el dinero no vaya a parar a manos de alguna organización pública o privada que pudiera hacer algo, como, por ejemplo, traficar con armas. Recapacita, busca en su interior, y dice que sí recuerda que hay un producto, unos fondos de inversión en ONGs, o en determinado continente (África), o en algún país (India), pero que ni así podría garantizarme que el dinero no va a ser utilizado para algo que no me guste. Quién sabe dónde terminaría ese dinero si va a África, por ejemplo, a lo mejor acaba en la cuenta de algún dictador africano. Y como para remachar su argumento concluye campechano: ¡Si hasta se comenta que Cruz Roja trafica con armas!, y hace un ostensible gesto de incapacidad. Detecto la demagogia de sus palabras y observo cómo se encoge de hombros y trata de resultar convincente cuando él mismo sabe que el argumento es débil, pueril, difamatorio. Aún así, asiento y le hago ver que comprendo su punto de vista, aunque sólo sea para aliviar su incomodidad (no sé porqué me preocupa aliviar una incomodidad generada por él mismo sobre sí mismo, pero yo soy así). Al tiempo, argullo, está claro que al banco no le interesa que pida información sobre ese tipo de productos. De hecho, el banquero me dice que ha oído hablar de ellos, pero que no los conoce, que tendría que preguntar… En cualquier caso, no le parece que resuelvan la incógnita que le he planteado, no más que los fondos sobre los que me ha informado, y señala el librito de argollas.

Ya, entiendo, miro la superficie del librito, sus gráficos y números. Por curiosidad, le digo, sólo por curiosidad, me gustaría saber cuánto he perdido estos meses por no haber puesto el dinero a plazo fijo. Es una forma como otra cualquiera de averiguar qué es lo que me he perdido. ¿Desde que se hizo el depósito?, dice, de nuevo abrumado. Sí, creo que fue en febrero. Zarandea la cabeza, dubitativo, mirando sus papeles. Dice que el cálculo es muy difícil de hacer, que habría que tener en cuenta muchas cosas. Me vale con algo aproximado, lo tranquilizo. Él se aviene a intentarlo y alcanza la calculadora pero no se atreve a meter ninguna cifra, vuelve a consultar los papeles y vuelve a mostrarse muy escéptico. Finalmente, introduce alguna cifra y repite que es algo aproximado y me dice que desde febrero hasta ahora podrían ser unos 600 euros.

Yo asiento. 600 eros, repito, y sigo asintiendo. Él asiente también. Vaya, pienso, no está nada mal; con eso, una persona como yo, casi podría pagar un mes de alquiler. Y sólo tengo que dejarles el dinero para que hagan con él lo que quieran. Qué me importa a mí, a fin de cuentas, para qué se utilice el dinero. Lo que debería de importarme es pagar mi alquiler, mi proyecto, mis cosas. Y si el banco hace con el dinero algo que no está bien, pues allá el banco, eso no es cosa mía. ¿O sí lo es? ¿Por qué si no se lo dejara para que hiciera con él lo que quisiera...?

No sé. Creo que ya he decidido que no les voy a dejar el dinero; al menos hoy, no. Supongo que tendrían que haber dado una respuesta satisfactoria a mi pregunta. Dejarles el dinero sin obtener respuesta a mis dudas no me parecería una forma coherente de proceder.

Aún le hago una pregunta más, por curiosidad: Y este librito, le digo, donde se explica cómo se invierte el dinero si se lo dejo al banco, ¿es para los clientes?, le señalo el librito y añado, me refiero a que si me lo puedo llevar. No, dice, y hace un respingo en el que no sólo se echa para atrás, sino que retira el librito, como protegiéndolo de mi vista. Vaya, pienso, qué importante es el lenguaje corporal. Entonces es de uso interno, digo. Sí, del banco, para los empleados y eso, responde expectante. Asiento sin decir nada, sin mostrar ni descontento ni insatisfacción ni desconfianza. Supongo que ya se siente lo suficientemente mal por sus propias reacciones como para aprovecharme de ello. Y qué ganaría con ello.

Tras un breve silencio entre ambos, le digo que, la verdad, no sé qué hacer, voy a consultar con una buena amiga que lleva años trabajando en una sucursal de su banco. Es una persona de mi confianza. A ver qué me comenta, y luego veré qué hago. Insisto en que se trata de alguien que trabaja en otra sucursal de su banco. Él parece de acuerdo (qué remedio, el cliente siempre tiene la razón), asiente y cuando me levanto parece respirar aliviado, como si se acabara de quitar un peso de encima. Le tiendo la mano, le sonrío. Él también lo hace. Intercambiamos todo tipo de gestualidades amables, educadas, caballerosas, evolucionadas, civilizadas. Esto es lo mejor, lo amable, educada, caballerosa, evolucionada, civilizada, que ha sido nuestra conversación.

Luego me dirijo hacia la puerta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta es una persona con suerte. Fue al banco....¡¡¡¡y lo atendieron!!!!!!!! ¿Era un Banco en España? Por favor dejame saber cual era el banco.......sentir esa sensación por lo menos una vez en mi vida esta incluido en mi lista de pendientes........seria de mucha ayuda si me dices el banco y la agencia.

Anónimo dijo...

si hay bancos donde sabes donde va parar tu dinero, busca "banca ética", incluso por ejemplo triodos puedes ver en tiempo real sus inversiones. Claro que tal vez los intereses sean menos, el tráfico de armas o especualr arruinando paises es muy rentable.