Juan Carlos Méndez Guédez

Hubo un tiempo cuando en Bararida no había agua. La isla seca como una piedra se elevaba sobre el mar y los pájaros seguían de largo sin detenerse en sus costas.
Entonces Amaliwaka, el que todo lo construye, tomó la tierra seca de Bararida y escupió sobre ella y moldeó un árbol gigante al que llamó Garoé. Y Garoé elevó y elevó sus ramas hasta el cielo hasta que pudo apresar las nubes que pasaban de largo y las fue exprimiendo poco a poco, las fue ordeñando igual que ahora las personas ordeñan a las vacas.
Y el agua de la lluvia fue llenando las hojas del Garoé, y las fue llenando hasta que rebosaban y entonces siete pájaros que volaban por allí, se acercaron a beber de las hojas, y bebieron tanto y tanto que al final elevaron el vuelo llevando el pico lleno con la sabrosa agua del Garoé.
Entonces cada una de esas aves, a las que en su lejana tierra llaman Sombradeoro tomó una ruta distinta dentro de la isla y volaron y volaron felices, como si el agua del árbol los hubiese emborrachado, y cada uno de ellos se acercó a la tierra y abrió su pico dejando caer la gota de agua.
Así, en cada lugar donde cayó la gota, nació un arroyo, y esos son los siete arroyos que ahora existen en Bararida y que llamamos: Media Legua, Fontarrón, Vinateros, Morat Alfaz, Bobadilla, Marroquina y Vari quicimeto.
Y cuando los arroyos brillaron como siete espejos, cada Sombradeoro bajó a beber de esas aguas en cuyo fondo se distinguía la silueta de un árbol que siempre era imposible tocar, y en ese momento los pájaros se transformaron en personas: cuatro mujeres y tres hombres, y se fueron a recorrer la isla, a encontrarse, a desencontrarse, y por ser número impar, desde ese día ya sabemos que en el mundo siempre sobra, que en el mundo siempre falta alguien.

Hubo un tiempo cuando en Bararida no había agua. La isla seca como una piedra se elevaba sobre el mar y los pájaros seguían de largo sin detenerse en sus costas.
Entonces Amaliwaka, el que todo lo construye, tomó la tierra seca de Bararida y escupió sobre ella y moldeó un árbol gigante al que llamó Garoé. Y Garoé elevó y elevó sus ramas hasta el cielo hasta que pudo apresar las nubes que pasaban de largo y las fue exprimiendo poco a poco, las fue ordeñando igual que ahora las personas ordeñan a las vacas.
Y el agua de la lluvia fue llenando las hojas del Garoé, y las fue llenando hasta que rebosaban y entonces siete pájaros que volaban por allí, se acercaron a beber de las hojas, y bebieron tanto y tanto que al final elevaron el vuelo llevando el pico lleno con la sabrosa agua del Garoé.
Entonces cada una de esas aves, a las que en su lejana tierra llaman Sombradeoro tomó una ruta distinta dentro de la isla y volaron y volaron felices, como si el agua del árbol los hubiese emborrachado, y cada uno de ellos se acercó a la tierra y abrió su pico dejando caer la gota de agua.
Así, en cada lugar donde cayó la gota, nació un arroyo, y esos son los siete arroyos que ahora existen en Bararida y que llamamos: Media Legua, Fontarrón, Vinateros, Morat Alfaz, Bobadilla, Marroquina y Vari quicimeto.
Y cuando los arroyos brillaron como siete espejos, cada Sombradeoro bajó a beber de esas aguas en cuyo fondo se distinguía la silueta de un árbol que siempre era imposible tocar, y en ese momento los pájaros se transformaron en personas: cuatro mujeres y tres hombres, y se fueron a recorrer la isla, a encontrarse, a desencontrarse, y por ser número impar, desde ese día ya sabemos que en el mundo siempre sobra, que en el mundo siempre falta alguien.
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