WINDOWS SILDA

Juan Carlos Chirinos



Presentación del libro La mujer por la ventana (Ediciones Escalera), de Silda Cordoliani, en la librería Tres rosas amarillas, Madrid, 8 de octubre de 2009

En 1993, si mal no recuerdo, Silda y yo comenzamos a trabajar en el guión para un largometraje. Fue una gozosa tarea que nos llevó tres años, cientos de tardes, miles de camparis, millones de discusiones y carcajadas infinitas. Pero lo que no sabía en ese momento, sólo que ahora lo percibo con la lejanía del recuerdo, es que no (solo) estaba escribiendo un guión con Silda, no; estaba presenciando, una tarde tras otra, el work in progress que ya tenía décadas cociéndose (produciéndose) en su imaginario y que iba emergiendo poco a poco, y que se ha ido materializando en los libros de relatos que, como La mujer por la ventana, conforma la obra de esta escritora única de mi país. Tengo que repetir, y enmendarme: quise decir que he tenido el exclusivo privilegio de presenciar la fuente de la imaginación a pleno rendimiento. Y hoy vuelvo a disfrutar de este privilegio, y a compartirlo con ustedes. Compartamos las ventanas que Silda nos abre a su obra en los cuentos de este libro. Pues a mí me parece que es posible señalar tres en particular: la ventana del recuerdo, la ventana de la piel y la ventana del lenguaje.

Si nos asomamos a la primera, veremos mezclarse a una niña, a un río, a un padre ausente, a un colegio de monjas, a una pantaleta humedecida y cálida, al teatro. Y como aquella magdalena de Proust, esos recuerdos nos harán creer que fuimos nosotros los protagonistas de aquellos lejanos acontecimientos, y haremos realidad el deseo de Flaubert: Madame Bovary c’est moi, sólo que en ese «moi» vivimos todos junto a la voz de la autora.

En la segunda ventana una cicatriz cruza el cuerpo de los personajes y se extiende hasta nosotros, marcándonos de nuevo, llenándonos de señales, haciéndonos creer que «los cuerpos de los hombres que las mujeres apasionadas aman siempre tienen heridas», y creeremos ser más apetecibles mientras más abollados estemos.

La tercera ventana dejará en el lector una cicatriz indeleble: la marca que deja el lenguaje, el trazo del estilo, las palabras que forman imágenes indestructibles, las que nos hacen desear volver al texto para saborear de nuevo esa particular manera de decir en el que los vocablos suicidio, pasado, río, padre, amor, embarazo y mitología se toman de las manos y forman una red de la que —por fortuna— no podremos escapar jamás.

Al final de la cueva, de esa gruta que es el lenguaje de un libro, nos espera una pequeña recompensa: el jadeo, la extenuación de haber experimentado, como un Polifemo de ojo múltiple y curioso, esos pequeños universos que son estos once relatos, esas ventanas que se abren en cada página.

Propongo la escritura de Silda Cordoliani como un sistema nuevo: el sistema operativo en el que la epidermis también es el fondo de los recuerdos y cada poro es una palabra que hiere, que cura o que mata. El Windows SildaTM que deberíamos instalar como el procesador de palabras de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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