TRES VECES COETZEE

Sé que para muchos de ustedes J.M. Coetzee ya es un autor conocido. Habrá quien lo haya leído en otras lenguas mucho antes de que fuese traducido al español. Pero también sé que otros muchos, acaso, sólo lo conozcan a partir de su obtención del premio Nobel; y sin embargo, tal vez, aún no se hayan acercado a su obra. Qué suerte tienen. Como afortunado me siento yo de no haber completado aún la lectura de todos sus libros. Recomendarles Desgracia, y Esperando a los bárbaros, y Vida y época de Michael K, que me encuentro leyendo ahora. También leí Juventud, pero se los recomiendo un poquito menos. O se los recomiendo más tarde. Es un libro estupendo para cuando ya se ama tanto a un autor que se quiere saber absolutamente todo acerca de él. Y lo mismo le supongo a Infancia.

J.M. Coetzee es uno de esos autores que, una vez descubierto, no puede dejarse de leer hasta terminar con toda su obra. Tiene el extraordinario talento de abandonar y seguir a sus personajes a través de una magnífica intemperie. Y, de este modo, es como si diese un paso más allá del existencialismo. El suyo es un existencialismo desnudo. O un existencialismo sin retórica; que no se pregunta. Los personajes quedan en esa intemperie, emocionalmente desprovistos de cualquier asidero y, por lo tanto, lo que se nos narra de ellos es su esencia. La esencia del ser humano. Nunca he encontrado esto, de este modo, en ningún autor. Y eso que hay unos cuantos que han hablado con mucho acierto y especial nitidez acerca de quiénes somos. La intemperie de J.M. Coetzee, física y emocional, sitúa a sus personajes en un paisaje, físico y emocional, que nos permite profundizar en ellos sin que el autor tenga que facilitárnoslo con grandes alardes. Su estilo es preciso, frases breves, sin la menor pretensión de evocar en sí mismas segundas o terceras lecturas. Pero comparado su efecto en nosotros con el que nos producen novelas expuestas con una prosa de presupuestos más ambiciosos, una página de Coetzee es infinitamente más densa. Suceden más cosas, y las cosas que suceden son más importantes: narración pura y dura. Y esas segundas y terceras y cuartas e infinitas lecturas aparecen, tarde o temprano. Fructifican en nuestra mente como fruto de un gran dispositivo de verdad. Así con el fronterizo magistrado del magnífico y moderno western que es Esperando a los bárbaros, con el viejo profesor de Desgracia y con el leporino Michael K de Vida y época. Además, las peripecias de estos personajes son absolutamente impredecibles (no a lo largo del argumento, sino en cada singular instante). Siempre están al borde, en el límite del ser y dejar de existir. Es la otra intemperie a la que, sometiendo a sus personajes, nos somete. Otra razón para la zozobra, la asfixia, el vértigo, la diversión, la reflexión y el pensamiento. NM
[imagen tomada de oak tree press]