CAMPANITA

Juan Carlos Chirinos

a Marisela Barroso




Doblando la esquina, la tercera no entra; o entra justo cuando cae en ese hueco que —por estar atendiendo otro asunto— no detecta a tiempo. Puede ser también que tampoco atienda el asunto —alguien que le habla y habla sin descanso. En este preciso instante está pensando en cada una de las posibilidades para deshacerse de su acompañante. Van hacia otra aventura, pero ella no es una de las entusiasmadas por las nuevas. Está harta de aletear de aquí para allá y sólo quiere un poco de sosiego. Antes era quien comandaba las expediciones,

—Peter, vámonos por este lado,

pero, sin que ella ni nadie lo notara, fue dejando a otros el protagonismo de las expediciones —Winnie Pu, Bambi. Su problema actual: la tercera no entra y permitir que un simple hueco, bastante grande realmente, le aleje de la posibilidad de entender lo que ocurre de alguna manera.

—Lo siento, a veces me cuesta concentrarme; puedes repetirme, si lo deseas.

—Que si quieres acercarte al barco ahora o después.

No contestar inmediatamente, se hace la interesante porque nunca se sabe. En realidad su mente, en blanco, trata de amoldarse a la nueva situación.

Que es la siguiente: 1) está en su carro, junto a Pablo, maneja hacia un supermercado y no parece que vaya a ocurrir nada emocionante; o 2) Mr. Hook intentaba, por la vez número quién sabe, de atravesar a Peter y lanzarlos a todos a los alligators, o a los crocodiles, según la perspectiva. Esta clasificación, sin embargo, no resuelve nada dentro de la mente de Campanita, porque su desconcentrado cerebro le impulsa a fijar las imágenes menos importantes (una acelga podrida, una cerveza, el amarillo en los dientes de Hook o la sonrisa inconfundible y mágica de Peter), lo cual no la ayuda mucho a ubicar cada cosa en su lugar. Lo más terrible de la situación no es que ella esté parada en el filo de dos realidades; eso se dice para conjurarlo. Por otra parte, sus ojos la delatan. En cualquier momento, Peter le dice:

—Tus ojos verdes, no sé qué decir con tus ojos verdes,

casi al mismo tiempo en que Pablo exclama, con una prosa menos efectiva,

—Azules, son azules, te lo juro;

prueba irrefutable de que está parada justo en el borde de dos realidades. Al menos así lo cree, porque la tercera no termina de entrar. Esto le sucede últimamente a este Fiat-Uno: ayer casi se queda sin gasolina y sin velocidades a la hora de la noche en que todavía trastabillaba por allí (con Pablo, este Pablo sinvergüenza y lechuzo), justo cuando volvía con Peter, muertos de la risa, de haberle echado otra vaina a Hook, pobre idiota incapaz de dominar a unos niños. En cuanto a la gasolina, fue imposible encontrar una bomba que funcionara con seres humanos, con gente que recibiera doscientos bolívares en efectivo, sino puras máquinas que exigen una tarjeta de crédito que seguramente no usaría por derrochadora o por principios. O por falta de dinero, quién sabe. Igual, la ciudad se vuelve más inhóspita cada vez, no hay dónde pasar unos minutos pensando, conversando; por todos lados saltan cocodrilos y lagartos dispuestos a invadir la tranquilidad de cualquier ciudadana como en la nevereverlánding malandros y güelepegas acechan tras los pantanos y en las playas de los ríos para despojar completamente a los felices y siempre jóvenes compañeros de Peter. Igual, esa noche Pablo y Campanita fueron a un sitio en el cual pensaban estar mucho tiempo, en la Puerta del Sol y la Puerta de la Luna; pero sin café, sin té, imposible cualquier intento de conversación.

—Aprovecho siempre las oportunidades en que me escuchas para decirte todo lo que pueda,

dice entusiasmado Pablo, creyendo que le dedican atención justo cuando la tercera no entra y caen en un hueco mortal, todo lo cual se conjura para que Campanita ni lo oiga ni lo mire, y pensar que lo más difícil de expresar es lo más importante siempre (...no tengo palabras para decirte, Campanita, todo aquello dicho tantas veces en tantas vidas y que no logro nunca asir...) y algo ocurre cuando estás dispuesto a afrontarlo, no sé, chilla un loro, llega alguien o un halo de tristeza cruza su cara. Pablo deja el carro que Campanita está tratando de cerrar — husmea la palanca de cambios a ver si detecta algo en la tercera— y se dirige directo al supermercado; esta expresión corporal denota independencia. Toma el teléfono público y marca el número de su propia casa:

—...en este momento no puedo atenderme... por favor, dejo el número de mi propio teléfono y un mensaje después de escuchar el tono de mi contestadora... gracias... (phone code: 473) ...aló, Pablo, soy Fabiola, a ver si me llamas o es que no quieres ya salir conmigo, ya no me quieres, chao... aló, ¿es la fábrica de jabón?...aló... aló... ¿aló?, Pablo, soy Campanita, te llamo para dejarte este mensaje y en este momento andas conmigo; no sé por qué lo hago pero necesito decirte que algo me ocurre que tú no podrías entender y por eso te dejo este mensaje para que no me lo devuelvas nunca... siento que pronto tendré que tomar una decisión respecto a la realidad que me circunda... tú sabes, yo quiero tener one child, and one child, and one child y vivir una vida normal, pero cómo voy a tener una vida normal si te llamo a tu casa y estás conmigo, tal vez para acercarme a ti desde otro ángulo y entiendas lo extraño de la situación... te quiero tanto, ¡click!...

—¿Con quién hablas?— pregunta Campanita, apresurada porque pronto cerrarán el supermercado.

—Contigo. Voy a ir contigo, solos tú y yo,

responde Peter, decidido a atormentarle la vida a Hook una vez más en las narices de sus torpes ayudantes y por encima de la cabeza de los cocodrilos y los güelepegas.

—Esta vez llevaremos nuestra valentía a los niveles más altos, viva la vida y la juventud, Campanita.

El diminuto cuerpo de Campanita —diminuto, sí, mas no despreciable, no señor— se agita por el aleteo de sus alas que emiten un rasgueo como de piccolo florentino. No halla la manera de decirle a Peter su compañero de tanto tiempo, si vale hablar de tiempo en este caso, que por alguna extraña razón ha perdido el apetito por la aventura, que quiere sosegarse en un rincón del hogar y recordar tantas cosas —él entre otras. Accede sin mucho esfuerzo segura de que ésta sea la última expedición. Tal vez los agarren y los lancen a los cocodrilos, a los alligators por fin y se termine esto cómodamente.

Encima, Pablo insiste en su conversación incoherente, ahora mucho más excitado por el mensaje. Anda buscando unos cereales especiales que traen unos dibujitos, o unos muñequitos. Después de pelear por quién va a llevar el carrito (Pablo: es que yo quiero dar colitas por el supermercado; Campanita: no tenemos tiempo; van a cerrar el súper; Pablo: sólo una colita; Campanita: una.) y recoger todas las verduras del mundo, se dirigen entre los matorrales al barco de Hook, que reposa como siempre a la orilla de los everglades. Peter va muy contento, sin rastro del menor temor. Un televisor con muchísimo volumen revela que el capitán aún sigue despierto, pero toda la tripulación está ebria. Sólo el tiburón sigue intranquilo, sólo el tiburón sigue acechando, y los crocodiles güelepegas. Campanita bate sus alas adelante, porque sus antenas que todo lo ven, sus antenas que todo lo oyen, sus antenas que todo lo sienten son muy útiles en la vanguardia. Cualquiera diría que es cobardía. Pero no, antes de abordar el barco por babor —el lado más oscuro en ese momento— Peter toma la delantera, menos por arrojo que por el gusto de ser quien le arranque el peluquín a Hook, que tranquilamente disfruta de su novela brasileña. Peter y Campanita, diestros y conocedores del lugar, ya se sabe que lo han visitado infinidad de veces con éxito total, caminan sigilosamente por la cubierta y, tomados de la mano, se dirigen hasta donde están los cereales de dibujitos que Pablo insistió a la muchacha le permitiera buscar. Campanita, enternecida, le ha tomado de la mano el tiempo suficiente como para que Pablo lo denomine La Eternidad. La cajita en cuestión se llama Flips y, azar mediante, contiene de regalo para los amiguitos que le digan a mami que le compren una linda figurita de la Disney—Aventura. La caja que toma Pablo promete una aventura sin igual por haberse acercado tanto al camarote de Hook, piensa Peter —tal vez un poco asustado— antes de recoger el peluquín del adormilado capitán; que ni tan tonto ni tan adormilado, porque se voltea y atrapa al chico rápidamente amarrado por los torpes ayudantes. Una vez maniatado, Peter siente en su espalda una voz que le dice:

—¿Es ésa la caja que quieres?, es la voz de Campanita, agitada.

—No sé, primero quiero sacar la figurita.

Campanita ha logrado escapar de sus perseguidores porque es chiquitica, de algo sirve ser chiquitica, y vuela muy alto hasta el cielo de la cajita que Pablo abre, y emerge en su bolsita de plástico como una réplica de Campanita, que se queda asombrada de que su rostro esté tan bien reproducido en el plástico, sobre todo los ojos verdes, azules, o marrones, y las alitas que ya no pueden más volar. Un vigilante, fiel cumplidor de su deber ve a Pablo violentando la caja de cereal y se acerca triunfante. Hook, por su parte, empieza a contar uno dos y tres para lanzar a Peter al agua infestada de cocodrilos güelepegas y lagartos que esperan ansiosos colmillos. El vigilante detiene —bravo, bravo— al mal ciudadano y ladrón mal-ejemplo-para-la-sociedad-en-que-vivimos y le lee sus derechos, como si estuviéramos en Nueva York y tuviéramos derechos. Un malandro con cara de lagarto observa; ¿o es el vigilante el de cara de lagarto? Campanita trata de protestar pero guarda discreto silencio no vaya a ser que se la lleven a ella también y no haya nadie que los reclame, y Hook se salga con la suya, pero Peter ya está en el agua forcejeando con un lagarto de tres metros que no tiene mayor dificultad en engullirlo. Antes de sucumbir, Pablo mira en el cielo a Campanita y, esposas en mano, saluda:

—See you later, alligator.

—In a while, crocodile, riposta Campanita, acariciando su réplica en plástico, promoción de Flips, nuevos cereales de leche condensada.

Hook es, ¡por fin en tanto tiempo!, prisas y desvíos: ríe, ríe, ríe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pura ternura. Hola ola hasta luego ego adiós os

Anónimo dijo...

E imaginación verbal. Delicioso.