CRÍTICOS QUE SE DESDOBLAN

Juan Carlos Méndez Guédez



Me pregunto en ocasiones cómo puede ser una escritura del cansancio. Una prosa lenta, pausada, que se vaya deslizando sobre sí misma, que se repliegue y busque una posición fetal que la proteja. Una escritura que exige el reposo, la inmovilidad, que necesita alcanzar el punto preciso de su descanso.
Pienso luego ¿No es La Odisea es escritura? La historia de quien necesita volver, de quién anhela por sobre todas las cosas el regreso (o que al menos eso parece creer).
Ya se sabe, el cansancio pide siempre la tibieza de una casa.
¿Y cómo se escribe la casa?

*


Me monto en un avión; llego a Ginebra; ceno; doy un paseo por las calles cercanas a la casa de Borges; preparo unas notas; leo a Roth; duermo; me levanto; doy una conferencia; regreso al hotel; leo a unos cuentos de Dumas; voy a comer; participo en una mesa redonda con X. y con P., cenamos, luego tomamos unas copas en una discoteca donde un hombre imita a Prince; voy a dormir tres horas; me levanto a las seis; me monto en otro avión; escribo el inicio de un cuento; llego a mi trabajo; despacho un montón de asuntos pendientes; camino veinte cuadras hasta Ópera; doy una clase sobre el suspenso en las novelas.
Cuando avanzo por la calle Arenal, cuando sé que estas 48 horas comienzan a cerrarse, creo comprender que la agitación, los viajes, la multiplicación de lo que hacemos, tienen como fin poder soñar con un regreso.
Nos vamos para volver.

*


Philip Roth comentó en alguna ocasión que el 97 por ciento de la crítica sobra y es completamente inútil. Pero al mismo tiempo admitió que ese porcentaje restante podría ser muy valioso para un escritor en la medida pudiese reunirse una hora con ese crítico brillante a escuchar sus sugerencias, sus análisis, sus objeciones.
Luego estoy un rato leyendo a Edmund Wilson; comprendo por qué Roth lo menciona como uno de esos críticos a los que valdría la pena escuchar. Pero al navegar por Internet tropiezo con una suerte de ensayo de XX. Resulta divertido. En ese panorama el profesor XX aparece tres veces. Al principio como autor del artículo; unos párrafos más allá al mencionarse a sí mismo (en tercera persona, claro) como uno de las grandes voces críticas de la década del ochenta en su país; y varios párrafos después, al volver a mencionarse a sí mismo ( otra vez en tercera persona, ese vicio que comparten los tontos y los dictadores) como uno de los escritores fundamentales de la misma década.
El resto del ensayo lo utiliza en ajustar cuentas con quienes llevan años llamándolo profesor.
Lo cierto es que los momentos más graciosos de su estudio crítico son sus desdoblamientos, su manera de mirarse desde fuera, y sobre todo, de admirarse tanto y de compartir con nosotros esa admiración.
Hace años cené con XX; me pregunto ahora cuál de los tres cenó conmigo. ¿El profesor, el magnífico crítico, el brillante narrador?
Voy a mi cuarto. Abro de nuevo el libro de Edmund Wilson para olvidar, para no pensar en los críticos que se desdoblan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el segundo párrafo has descrito perfectamente la vida de un escritor, entre su trabajo (para subsistir) y lo que debería ser su oficio (leer, escribir), que debería ocupar todo su tiempo y, sin embargo, el escritor realiza cuando puede.

En el tercer párrafo: la locura que con-lleva.

Barrilosh