TRES ENCUENTROS CON LA MUERTE

Luis García Jambrina



Dime cómo mueres y te diré quién eres.
(Octavio Paz)


Encuentro en el corredor de la muerte
Toc, toc.
–¿Quién es?
–La muerte.
–(Ligeramente sorprendido.) No te esperaba tan pronto.
–He venido sólo para hacerte compañía.
–Eso siempre se agradece, aunque la tuya no sea precisamente la más deseable.
–Por si te sirve de algo, te diré que estoy en contra de la pena capital.
–Vaya, eso sí que es irónico.
–También sé que eres inocente.
–(Emocionado.) ¡¿De verdad?!
–Si hubieras matado a alguien, yo lo sabría, ¿no te parece?
–¿Y por qué no has hecho nada para ayudarme?
–Yo no puedo intervenir en los asuntos humanos.
–¿Y tú Jefe?
–Mi Jefe, como tú lo llamas, hace tiempo que perdió el control de la situación. Cada día está más arrepentido de haberos creado.
–Entonces, ¿es verdad que hay algo después de la muerte?
–Es mejor que lo adivines por ti mismo dentro de un rato. No quiero estropearte la sorpresa.
–Está bien. (Tras una pausa.) ¿Puedo pedirte una cosa?
–Si está en mi mano… ¿Qué es?
–Que seas rápida.
–Eso depende de la pericia del verdugo y, en cierto modo, de ti.
–Si es por mí, intentaré estar a la altura de las circunstancias.
–Entonces, no hay razón para preocuparse. (Se oyen pasos en el corredor.) Debo irme, ya viene el sacerdote.
–Vaya, preferiría no verlo.
–Tú haz cómo que le escuchas muy compungido y te dejará en paz. Si te enfrentas a ellos, se crecen, y entonces ya no sueltan su presa hasta el final.
–Gracias por el consejo y por la visita. Paradójicamente, has hecho que me olvidara... de todo esto.
–Bueno. Nos vemos dentro de un momento.
–(Guiñándole un ojo.) No faltaré.
–Compórtate con dignidad y te prometo que seré rápida.

Encuentro en la morgue
Toc, toc.
–¿Quién es?
–La muerte.
–Adelante, no está cerrado.
–(Poniendo cara de asco.) ¡Qué lugar más espantoso!
–Resulta irónico que tú me digas eso.
–Un respeto, amigo. ¿A qué vienen esas confianzas?
–Si un médico forense no puede tratar de tú a tú a la muerte, ya me dirás quién puede hacerlo.
–Un momento, un momento, tú y yo no tenemos nada en común.
–Yo diría que laboramos en el mismo terreno.
–De ningún modo. Tú sólo intervienes, cuando yo ya he hecho mi trabajo, y tan sólo en algunos casos. La prueba es que nunca coincidimos. Cuando tú llegas, yo ya me he ido con el alma del difunto.
–Digamos entonces que tú eres la que me suministras la materia prima.
–Que luego tú te encargas de dejar hecha unos zorros, porque hay que ver qué escabechinas, y, total, para averiguar cómo y a qué hora murió.
–No se puede preparar una tortilla sin romper el huevo ni hacer una autopsia sin abrir al finado.
–Muy gracioso. Es una pena que un forense no pueda hacerse su propia autopsia.
–También lo es que la muerte no pueda probar su propia medicina.
–(Con tono amenazador.) Si querías provocarme, ya lo has conseguido.
–(Fingiendo temor.) ¿Y qué me vas a hacer? ¿Matarme?
–Si quisiera hacerlo, ya lo habría hecho, estúpido. Así no me habría visto enzarzada en esta absurda discusión.
–Te recuerdo que fuiste tú la que empezaste con esos comentarios tan sarcásticos.
–No habría empezado, si tú me hubieras tratado con más respeto.
–Cómo voy a tratarte con respeto, sabiendo a lo que te dedicas.
–Es mi trabajo, y alguien tiene que hacerlo, ¿no te parece? Me imagino que a ti también te gastarán muchas bromas con el tuyo e, incluso, te mirarán con un poco de asco.
–En eso tienes razón. (Cambiando de actitud.) No sé por qué discutimos, si, en el fondo, estamos en el mismo barco.
–¿Amigos?
–Por supuesto que sí. (Se chocan la mano.) Ahora, si me lo permites, tengo que seguir con mi trabajo.
–Claro, claro, yo también. Por cierto, yo había venido aquí a buscar a alguien.
–Adelante, sírvete, dime cuál es el que te interesa.
–De esos, ninguno, pues ya están fiambres; y, una vez muertos, los cuerpos son cosa tuya, ya lo sabes.
–¡¿Entonces?!

Encuentro en la editorial
Toc, toc.
–¿Quién es?
–La muerte.
–No la esperaba tan pronto, la verdad.
–Eso es algo que oigo muy a menudo... A todo el mundo le parece siempre pronto.
–Tratándose de usted, no es de extrañar. Y conste que se lo digo como un cumplido.
–Muchas gracias. Usted tampoco está mal.
–En mi caso, se quejan de lo contrario. Como bien sabrá, soy una especie de comadrona que ayuda a los autores a dar a la luz sus libros, y, para ellos, nunca es pronto. Por eso, siempre se están lamentando.
–(Sin poder disimular su impaciencia.) Bueno, me dijeron que quería usted verme, y aquí estoy.
–Siéntese, por favor. Tengo una propuesta que hacerle.
–Usted dirá.
–Estoy muy interesada en publicar sus memorias.
–¡¿Mis memorias?!
–No me malinterprete. No me interesa su vida privada. Tan sólo lo que tiene que ver con su trabajo.
–¡¿Mi trabajo?!
–Está bien. Llámelo como quiera. Su tarea, su misión…, lo mismo da. Lo que importa es la cuenta de resultados. Y, a juzgar por la suya, su trabajo debe de ser apasionante.
–No le entiendo. ¿A quién puede interesarle mi trabajo, como usted lo llama? Es monótono y aburrido; todo el día haciendo lo mismo, de acá para allá, por los siglos de los siglos.
–Naturalmente, no nos interesan todos sus (haciendo el gesto de las comillas) trabajos. Tan sólo los más relevantes.
–Para mí, todos son iguales.
–En todo caso, ya le diría yo cuáles son los importantes. Para eso estamos los editores. Nosotros también utilizamos una especie de guadaña; en este caso, para cortar lo que sobra en los manuscritos.
–De todas formas, no acabo de ver qué tiene de interesante, par ustedes, mi (haciendo el gesto de las comillas con sus huesudas manos) trabajo.
–Creo que me he explicado mal. En realidad, no es su trabajo lo que nos interesa, sino algunas de sus víctimas; cómo murieron, cuáles fueron sus últimas palabras y, en su caso, quién las mató, de qué manera, por qué… Cosas así, usted ya me entiende. El caso es que el libro sería un bombazo, créame. Venderíamos millones de ejemplares en todo el mundo.
–(Con tono tajante y gesto de rechazo.) No, gracias, no me interesa.
–Pero si no me ha dejado terminar.
–Por otra parte, no me está permitido revelar nada de lo que ocurre mientras estoy de servicio, que es las veinticuatro horas del día, por cierto, pues yo no tengo vida privada, como usted la llama. En mi trabajo, todo forma parte del secreto profesional.
–Pues es una pena. Sería el libro más vendido de la historia, más que la Biblia, incluso, a pesar de los siglos que ésta nos lleva de ventaja.
–(Incrédula y asombrada.) ¿Tan morboso es el ser humano?
–No se imagina hasta qué punto. A la gente le encanta hurgar en la muerte de los demás. Y no digamos en los homicidios; saber quién lo hizo, cómo lo llevó a cabo, con qué finalidad. Sería fascinante un libro en el que pudiéramos conocer, por fin, la identidad de Jack el Destripador o del asesino de Kennedy, por poner un par de ejmplos. Hay tantas muertes enigmáticas; tantos crímenes que aún están por resolver.
–Desde luego, se llevarían ustedes más de una sorpresa.
–No lo dudo. Y por eso quiero publicar sus memorias. Ese libro cambiaría la historia del mundo.
–Ya lo creo que sí.
–¿Y no le parece eso una buena causa?
–Por desgracia, todo eso es información reservada. Podría costarme el puesto la más mínima revelación. Me expulsarían de la carrera. Millones de trienios arrojados a la basura
–Si usted quisiera, podría ser la persona más rica de la tierra, tal vez la más poderosa.
–No insista, por favor. Es imposible. Ni siquiera deberíamos estar hablando de esto. No me está permitido escuchar ninguna clase de proposición.
–Es usted muy testaruda, pero yo lo soy aún más. Aquí tiene mi tarjeta, por si cambia de opinión.
–No creo que eso suceda.
–De todas formas, acéptela. A lo mejor un día, le apetece llamarme o venir a verme.
–Me temo que eso ya no va a ser posible.
–¿Por qué no?
–Porque usted se viene conmigo.
–Pero ¿qué está diciendo? Esto es inaudito. Recuerde que fui yo la que la llamó.
–Por eso mismo, querida. Nadie llama a la muerte en vano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Humor negro, ciértamente divertido. Sería usted un buen guionista de televisión, o de monólogos. Piénselo. Se paga muy bien. Mucho mejor que la literatura.
Basilio

Anónimo dijo...

Delicioso el humor
Sandor