ACERCANZA

Nicolás Melini



Hay eventos mínimos en los que se concentra el antes y el después de todas las cosas.

***


—Lo mío es del cerebro —dice—. El cerebro está aquí —y se toca una parte improbable de la nuca, casi en el cuello. Luego sentencia—: Mala suerte… —y da una calada a su cigarrillo, envuelto en la luminosidad del verano.
Está sentado a la sombra de un árbol. El cigarrillo es el enésimo del día. De hecho, pareciera que no existiese ningún lugar al que pudiera marchar, que su lugar es cada cigarrillo. No la silla bajo el árbol: el cigarrillo. Luego pregunta a bocajarro:
—Así que tienes un hermano igual que yo.
—Igual no —le digo, conjurando la posibilidad de que establezca conmigo un vínculo bastante mayor de lo que me gustaría—. Cada cual es cada cual, ¿no crees?

***


—Los nervios… —dice sin venir a cuento y amaga la posibilidad de dar una calada al cigarrillo—, lo mío es de los nervios, ¿sabes? —repite, y se encoge de hombros con un leve gesto de hastío.
Estoy de pie en el porche mirando la Sierra. Él está sentado en una silla en el terraplén, bajo un árbol. Tiene 57 años. Mi hermano, 28.
—Entonces no eres racista… —dice. Ha visto que mi mujer es negra, y, cómo no, quiere hablar acerca de ello. Pero yo niego con la cabeza, sin mirarlo (con una leve sonrisa en la comisura de la boca), y se queda chafado en la silla, sin coartada para enlazar con lo que quiere decir, seguramente una barbaridad que no me importa, que me ahorro escuchar.

***


Vuelve la cara hacia el tronco del árbol, reúne algo de su espesa saliva entre los dientes y los labios, y la escupe tratando de que caiga en un lugar apartado; pero no puede evitar que el esputo caiga, pesado, junto a la silla. Mira el suelo preocupado. Luego hace un gesto de que no importa, pasota, y cuando se da cuenta de que sigo ahí, amaga que va a dar una nueva calada a su cigarrillo pero balbucea algo sobre la inmigración y sobre los españoles o sobre el color de piel de la gente, de un modo inteligible, que no me inmuta porque es la sola frustración porque no le he dado pie para decirlo abiertamente.
Lo miro de reojo y luego vuelvo el rostro hacia la Sierra. Me sorprende poder —con tranquilidad— poner límites a todo lo que intenta su enfermedad conmigo. Tan distinto es cuando no se trata de un familiar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perfecto, aquí Nicolas Melini es enorme