EL PAÍS DE LA CORDIALIDAD INMEDIATA

Juan Carlos Chirinos

Zgodbe iz Venezuele, diseño de Sanja Janša


(Prólogo a Zgodbe iz Venezuele —antología de relato venezolano en esloveno traducido por Veronika Rot—, Ljubljana, Sodobnost, 2009)

I. Venezuela es un país esencialmente insumiso. No sigue reglas; las inventa. Condiciona sus leyes y las amplía; sigue un programa con obsesión y lo deshace en cuanto puede; es formal y coloquial, cariñoso y distante; exuberante y parco. Perezoso y workahólico, alegre y depresivo; musical y ruidoso. Desierto y selva; páramo y sabana; mar Caribe y caudaloso río Orinoco: empeñado en ser grande y original, no se cansa de caer en los lugares comunes de los países ricos pero sin riqueza, aunque su mestizaje lo salva del desgobierno total y de la condición bipolar con que toda dicotomía amenaza. Verborreico —condición feliz del narrador sólo cuando sabe corregir sus excesos— y lacónico, sus casi millón de kilómetros cuadrados se definen con un hermoso diminutivo: Venezuela, o sea, la pequeña Venecia. Y se percibe desde el nombre que este país puede ser, además, una continua contradicción. La contradicción del que no se somete nunca y siempre busca una nueva opción, una nueva propuesta, una nueva salida a su creatividad.

Sus habitantes no se conforman fácilmente con soluciones simples o conocidas; de hecho, una de sus mayores figuras civiles, Simón Rodríguez, maestro y reformador de la educación en la América del siglo XIX; ilustrado, políglota e inquieto viajero, dejó para el consumo del subconsciente venezolano una frase que está grabada en nuestras neuronas con el hierro candente de los destinos aplazados: «inventamos o erramos».

Quizá por eso la de Venezuela es una literatura llena de invención, de escritores dispuestos a indagar en los resquicios más insólitos de la ficción, sin orden ni consenso, ni fidelidades al realismo o al naturalismo, a lo fantástico o a lo maravilloso. Exiliada del Boom latinoamericano, esa estrategia editorial camuflada de corriente literaria que tantos réditos ha dado a excelentes creadores (y a otros, que no lo son tanto), en el origen de su literatura está el germen de las dos corrientes, aparte del Realismo, más exitosas del siglo XX en la América que habla español: el Realismo Mágico y lo Fantástico. Dos nombres rubrican el primer término; otro, el segundo.

II. Rómulo Gallegos y Arturo Úslar Pietri son dos autores indispensables a la hora de hablar del Realismo Mágico. El primero —autor de la importantísima Doña Bárbara (1929), escuela para varias generaciones de escritores latinoamericanos— supo colocar la esencia de la realidad exagerada en los llanos venezolanos, elemento primario del movimiento literario cuya cumbre es, como todos sabemos, Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez (autor que no oculta su admiración por la novela del venezolano). En la novela de Gallegos está el germen de gran parte de la prosa de ficción en la Latinoamérica de la segunda mitad del siglo XX. Por su parte, a Arturo Úslar Pietri se le debe el nombre, pues Realismo Mágico fue como él llamó en 1948 a sus propios cuentos, tomando prestada la denominación de las artes plásticas, concretamente del crítico alemán Franz Roh, y dándole pasaporte en español a un movimiento que ha tenido decenas de seguidores, repetidores e imitadores.

El nombre de Julio Garmendia dice poco a los lectores fuera de Venezuela, y quizá este sea uno de los secretos mejor guardados de la literatura venezolana. Debería bastar que diga aquí que La tienda de muñecos (1927) es, quizá junto a Ficciones (1944), de Jorge Luis Borges, y Bestiario (1951), de Julio Cortázar, una de las cumbres de la literatura fantástica de América Latina. En este libro de Garmendia hay un texto titulado El cuento ficticio, y sólo trata del lamento de un personaje que no acepta otra condición sino la des ser irreal. Este relato se ha convertido en el manifiesto narrativo venezolano por excelencia, y de alguna manera constituye el pasado literario de cualquier reflexión narrativa contemporánea. Así que toda antología de relatos venezolanos debería llevar como epígrafe la sentencia de Garmendia para todo personaje que se precie: «Merece el bien de la Ficción, lo que no es menos ilustre que otros méritos».

III. Los veinticinco relatos que aquí se le presentan al lector esloveno —quizá sea la primera vez que tenga contacto con la narrativa del país sudamericano— trazan dos arcos, uno nítido y preciso, y otro difuso, inasible, intercambiable. El primer arco comienza en 1950 y acaba en 1987: son las fechas entre las limitan los nacimientos de los escritores seleccionados, y en ese orden se presentan, para que de alguna manera el lector vaya catando las sinuosidades e intersticios que se han ido sucediendo en la ficción venezolana a través de los años. Pero que no se engañe: todos los escritores y escritoras de esta antología son estrictamente contemporáneos, porque los nacidos en los años 50 siguen tan activos y publicando como los más jóvenes nacidos en los años 80. Son generaciones que se solapan, que aprenden unas de otras, que debaten, intercambian, conversan y comparten los días, y que confeccionan el entramado que conforma la literatura de mi país.

Presentados de esta manera, el lector es libre de seguir un orden, si se quiere, «cronológico», con la certeza de que alguno de los relatos iniciales pudo haber sido escrito hace pocos meses por su autor, como conclusión de un trabajo que le ha llevado años perfilar, o que alguno de los últimos textos quizá sea la primera incursión de su autor en el mundo de la narrativa. Ya se sabe que las categorías y las enumeraciones existen en el mundo sólo para ser desobedecidas sin contemplación. Uno, dos, tres, cuatro, infinito, sólo es una manera de contar, porque en cada nivel caben cuantos elementos nosotros consideremos dignos de ocupar ese lugar; Borges lo demostró en su momento cuando habló de «cierta enciclopedia china» donde se afirma «que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas». La secuencia alfabética sólo es una excusa para que el universo sea más ordenado y fractal de lo que ya es. De igual forma, el orden cronológico de los autores de este libro sólo es un subterfugio para mezclar los distintos sabores de la escritura.

El segundo arco es difuso, se oculta, reaparece y no pocas veces es invisible.

Está conformado por varios elementos que emergen o se velan en cada relato creando la apariencia de unidad temática del libro, haciendo que cada texto sea único y familiar a la vez. El amor es uno de los componentes, pero no el único. La sensualidad, el absurdo, el sexo; la tristeza y el humor amargo, algunos otros. Apercíbanse de estos ejemplos: La elegía de una hija por la madre desaparecida, la prosa victoriana en medio de un campo petrolero, la ternura que de pronto se instala ante el pesar de lo irrecuperable cuando se rememoran los versos de un haikú, los números para buscar el amor, la enfermedad occidental es incurable, la presencia ineludible de la naturaleza como expresión de un destino: todos estos temas se cruzan en estas páginas mezclados con ritos espiritistas iniciáticos y revolucionarios, con momentos intensos —una hoja que rodea el cuerpo de un bañista, las montañas que se desplazan destruyéndolo todo, una mano solitaria y muerta—; y otra vez la revolución empañando las vidas de los que se dedican al arte. No hay que olvidar que en estos diez últimos años Venezuela ha transitado el camino traumático de una revolución errática, como si se quisiera deshacer de viejas —y malas— costumbres pero que no pudiera con la sola fuerza de una revolución con pocos fundamentos y muchas ganas de medrar. Este tema no puede estar excluido en la narrativa venezolana —aunque parezca increíble, en 180 años de vida republicana, el país sólo ha disfrutado 40 de gobiernos civiles: el resto ha sido una extenuante sucesión de militares salvadores y mesiánicos que, como ya se sabe, suelen acabar gobernando de la misma manera autoritaria y providencial.

Sin embargo, este elemento claramente histórico y político no opaca la fuerte sexualidad que destilan muchos de los textos, ni sus nexos con el absurdo al borrar las palabras de los libros, ni con la ternura de una mujer solitaria durmiendo en un coche ni, muchísimo menos, con el ritmo musical de las palabras, que parece ser un elemento común a todos los cuentos, e incluso en alguno de ellos sea la base fundacional de toda la narración. En todo caso, la transfiguración genérica también lo es de personajes que bailan en despedidas de solteros, mueren y resucitan, que se convierten en gatos cortazarianos o llaman Estocolmo a su amor ideal; personajes que se comen los pezones de sus amantes, de mujeres anónimas que se maquillan para nadie, que esperan a un lejano godot, que quiebran los huesos del cuerpo y del alma y que pierden la virginidad bajo la seducción que madura a la sombra de una ciudad hostil. Una enumeración, evidentemente, muy propia de la enciclopedia de cualquier emperador chino.

IV. Hay un tercer arco que traza un camino alternativo y, por raro que parezca, muy venezolano: El lector atento encontrará en varias ocasiones relatos de autores que no han nacido en Venezuela —Blanca Strepponi, María Celina Núñez y Doménico Chiappe—, y no dejará de notar que los apellidos de varios de los escritores no le suenan demasiado venezolanos (e incluso alguno le resultará familiar). La razón es que Venezuela, como tantos otros países de América, ha sido una colcha de inmigrantes casi desde su fundación, y en el país siempre han convivido decenas de nacionalidades mezclándose, aportando sus costumbres, sus comidas y su manera de ver el mundo. Por esto no es raro que autores no nacidos en el país se incluyan con normalidad en las antologías venezolanas —y mucho más: sería absurdo no contar con ellos a la hora de hacer una muestra de la creación en Venezuela—, pues su vida y su obra se han desarrollado en el país y, ¿no es la patria un concepto inasible y liviano que sólo adquiere sentido cuando uno mismo la asume como tal? Venezuela, de suyo generosa, nunca ha tenido reparos en reconocer su condición mestiza y mestizante, y creo que ese es uno de los activos más valiosos con los que contamos los venezolanos. En una ocasión, Gabriel García Márquez —que vivió varios años en Venezuela, cuando era feliz e indocumentado— hizo una muy certera definición: «Tiene la inmediata cordialidad del venezolano». Si algo define la idiosincrasia venezolana es esa cordialidad instantánea que se prodiga a todo visitante, esa cercanía tan propia de un pueblo que sabe que llegó como todos empujado por la necesidad o el sueño de encontrar nuevos horizontes. Un pueblo cuya historia también son los retazos de la de los otros países.

V. Como todas las antologías, esta está llena de carencias: sin embargo, las ausencias no demeritan a los seleccionados, porque la intención de este libro es que el lector esloveno sienta el atractivo de la cordialidad de las palabras que lo invitan a pasar adelante, a inmiscuirse en una literatura y un país siempre nuevos y sincréticos, una prosa dispuesta a ofrecerse tal como es y sin más afeites. Si alguno de los relatos conmueve, excita o alborota las mentes de los lectores, el antólogo se dará por satisfecho y tendrá por bien empleado su esfuerzo. Así, pues, bienvenidos: quedan en su casa. Y que la disfruten.

Madrid, diciembre de 2008.

1 comentario:

hatoros dijo...

COJONES SI EL TIPO ESCRIBE COMO TÚ DEFINDES SU LIBRO ES QUE HAY QUE LEERLO AUNQUE NO SEA ESLOVENO