LUZ DE ICEBERG

Ernesto Pérez Zúñiga

Prólogo para un libro no publicado de Rafael Muñoz Zayas



Cuando un libro como éste cae en las manos de un lector de poesía, el nombre de su autor parece un asteroide. Podría pertenecer todavía a un hombre vivo, quizá a un muerto. Podría ser de un poeta consagrado o de un desconocido. Uno se dice:

Lo he olvidado todo. Tengo en mis manos un libro cuyo autor no me importa en absoluto. Me importa con absoluta claridad cada uno de sus poemas. Y la poesía no tiene más remedio que despertarse de su siesta de verano.

El título, Tierra de provisión, es un cartel de aviso: es un valle peligroso. Es la tierra de la riqueza y un drama que comienza en el mero hecho de que una sola letra nos ha hecho equivocarnos de camino: la “tierra de promisión” , la que nos había prometido el dios de nuestros ancestros y la sociedad de nuestros padres no era más que una “tierra de provisión”. Alguien pronunció mal, algunos hemos oído mal. Aquí podremos encontrar casi todo lo que necesitemos, todo acaso, pero nunca el paraíso. Tierra de provisión es la tierra de la riqueza pero también la del desengaño.

La literatura barroca nos había prevenido muchas veces. Aquella sociedad de la apariencia cuyo desencanto interior impulsó a los poetas de la época, se multiplica en la nuestra gracias a la rueda de un materialismo que ha conquistado la mayoría de las zonas del ser humano: sus obligaciones económicas, su placer, su descanso, y el circuito neuronal donde las mismas obsesiones corren hacia atrás y adelante. Es una sucesión de capas más o menos superficiales que se van extendiendo cómo un cáncer a las capas más profundas donde se revuelven otras partes ocultas: la de los sueños es el caso más evidente. De manera que hemos armado ejércitos escondidos. A las guerras de hoy se les llama conflictos, pero el más constante es el que se produce dentro de nosotros, que no cesa de generar todo tipo de taras individuales y sociales: políticos corruptos, asesinos en serie, depredadores inocentes.

Aunque todos los libros son fruto de su tiempo, hay algunos especialmente atentos, marcados al rojo vivo. Las reses que campan en esta Tierra de provisión, todos sus poemas, llevan el hierro –canto y cicatriz- de nuestra época, perceptibles en los niveles del texto desde el contenido a la forma.

A pesar de endecasílabos brillantes como éste: “Vive tu soledad un árbol muerto”, la estructura musical de estos poemas se aleja de una métrica tradicional que, aun usándose todavía con aciertos evidentes, puede encarcelar la escritura que nace de inspiraciones potentísimas, como la de Rafel Muñoz Zayas. Sus versos se trazan en el papel con una música que ya venía con la palabra: cada idea, cada emoción crea una gramática distinta de lenguaje musical. Es la música interna de la que hablaba Unamuno y también una música imaginada. El poema se hace ritmo e imagen en un proceso simultáneo en el que el poeta “ve”, “oye” y “escribe” a la vez. Como Rimbaud –“el poeta es un ladrón de fuego”-, la poesía de Muñoz Zayas pertenece a la estirpe de los mediums. El poeta roba el fuego de los dioses caídos y canta lo que ha oído en su reunión secreta y ya solitaria –su conversación contiene las claves de la conciencia colectiva de nuestro mundo real-. El poeta espía a los dioses caídos y también canta lo que ha visto: por esta razón el verso se escribe como un equilibrio entre la fidelidad a la imagen y la fidelidad a la melodía. Pero, como sabemos, la presión del mundo contemporáneo se ejerce más sobre el lado de la imagen, signo fundamental de nuestra comunicación, y el verso mismo se convierte en trazo visual, pinceladas con las que el poeta construye un poema que también es una estructura pictórica, que se suma a la rítmica y, por supuesto, a la literaria (El poema Falso profeta resume algunas características de este proceso –la fluctuación entre el alejandrino y la fortaleza de las imágenes, por ejemplo- incluyendo la ironía sobre sí mismo. Por otro lado, Norte a ciegas es muestra de cómo un poema es a la vez música que ha escuchado el uno para que se convierta en canto social del todos).

El uso que hace Rafael Muñoz Zayas de la imagen, el símbolo y la metáfora junto con la libertad compositiva de su arte es poco habitual en la poesía española de hoy, y es más cercano a impulsos creadores como el de Juan Larrea o César Vallejo.

Y, sin embargo, sus poemas quedan cercanos al lector que encontrará abundantes referencias al mundo en que vive –constantes de los noticiarios, ya casi convertidas en mitos, aparatos electrónicos....-, lector al que el autor hace partícipe de los poemas a través de frecuentes llamadas a través de un “tú” que recorre el libro y que se hace explícito ya desde la Declaración que lo inaugura:

“quisiera estar vivo y hablarte/ que juntos encontremos/ la textura clara/ de los milagros”.

Una invitación que aceptamos con creciente curiosidad después de darnos cuenta de que el poema parece estar escrito desde el punto de vista de alguien que está muerto o está a punto de morir, una perspectiva desde la que, difuntos los prejuicios, la riqueza de la comunicación debe hacerse más libre y la poesía es un milagro compartido por el lector.

En esta Tierra de provisión hallamos, a continuación, “el festival del mundo” pero también la amenaza del mundo, que comienza por las múltiples escisiones entre nuestro yo y nuestro cuerpo, entre nuestra mente y la unidad y belleza del universo. Así lo enuncia el poema “Más dormida”:

“ignoras qué alto sol lo inunda todo,/ qué unidad brota tan oscura/ de tus ojos y frente tan cerrados”.

Esta escisión es una enfermedad que acaso tenga cura si escuchamos “La voz del héroe”, cuya definición no es más que un “hombre libre” siempre amenazado por el otro, y el primero es aquel que esconde nuestro interior. Lo dice “El Hibrys”:

“Nada habrá para ti si no recuerdas/ que tú eres sólo sombra de otro uno/y que el margen de los ríos no es más/ que orilla intransitable de uno mismo”.

Ese otro siempre tiene la facultad de convertirse en enemigo; incluso, el propio cuerpo mantiene una voluntad independiente de placer y autodestrucción, en el poema dedicado a la “Resaca”:

“Es mi cuerpo –no yo- el que siempre invita/ a pasear la muerte en nuestra casa”.

Por supuesto, el peligro del otro también es externo, como sucede en “Los de afuera”, que recuerda, en versión actualizada, el poema de Baudelaire que describe los rostros de los desheredados que miran desde la calle inhóspita el interior aumeblado que les está prohibido.

En el exterior, además, está ese otro que se acerca a través del amor, aquí presente en una serie de poemas tan logrados y originales como “El entregado” y quizá sobre todo en “Merodeador”, que bucea en una de las taras de nuestro individuo social más letales y más reproducidas en la narrativa y el cine, y ahora en poesía: la neurosis del deseo y de la posesión, el amor obseso y espía que desemboca en el acoso y en el asesinato.

En este sentido, la modernidad –ese concepto dispuesto a renovarse- forma el núcleo de Tierra de provisión. El día contemporáneo está conectado al libro a través de un cordón umbilical que constantemente lo alimenta y que vacía su almacén de golpe en la sugerente “Canción final”, donde el universo tecnológico humano se hace omnipresente, expresa los mandamientos del materialismo y concluye con un hastío que observa la superficie del mundo: una muchedumbre flotando en el vacío.

Esta perspectiva convoca, desde luego, salidas como la embriaguez –presente en los poemas como tema y en la escritura de imágenes alucinadas- y un escepticismo atento a los secretos de la realidad, expresado en otro de los poemas del libro, “Nada que encontrar” y, concretamente, el magnífico verso y medio siguiente:

“Mientras mido con ligereza de actor el plano/ celeste...”

Toda una poética que hace patente la diferencia de fuerzas entre el poeta y el universo que trata de descifrar con una “ligereza” final que acaso logra salvarle de la locura o de la claudicación.

Sea como fuere, lejos de las interpretaciones de un prólogo veraniego, este libro de Rafael Muñoz Zayas le sitúa como uno de los poetas mejor dotados de su generación. Con Tierra de provisión un desusado iceberg –imagen que encontrará el lector en las páginas no publicadas- se ha acercado a nuestra costa. Primero nos deslumbra su fulguración exterior. Después atisbamos la profundidad que esa luz oculta.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, pero ...¿dónde está el libro?

Anónimo dijo...

Lamentablemente, no se puede conseguir. Escribí este prólogo para un editorial que no cumplió su compromiso de publicar este libro, lo cual llenó a su autor de perplejidad. Tocó otras puertas. Siempre silencio. El libro sigue inédito. Es un libro magnífico y no puede leerse. La obra de Rafael Muñoz Zayas es realmente singular. Creo que hay que difundirla.

EPZ

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

NADA QUE ENCONTRAR



En este mañana que se acaba
investigo sendas que no he hollado
horizonte que ha cumplido su misión
compruebo uno a uno los detalles
de este cuerpo que ha de ser cadáver
tumba de los sueños
parto
de los ojos a la luz o al desierto
mientras mido con ligereza de actor el plano
celeste de los rumbos no surcados
y permanezco quieto
más mudo que el buzo
que ha de perder la soga
que lo une al mundo
y lo equivoca.


Rafael Muñoz Zayas
(del libro Tierra de provisión)

Anónimo dijo...

Poético acto, prologar un libro invisible.

Anónimo dijo...

¿se sabe algo del libro invisible?