MICROFICCIONES

Myriam Bustos Arratia



Astuta idea
Quiso darle una lección contundente a la vecina aquella, cuyos perros ladraban con furia cada vez que alguien llegaba hasta su puerta.
Entonces llevó a su casa un par de canes silenciosos, bien portados, indiferentes a los ruidos, que pasaban casi las veinticuatro horas del día durmiendo sin incomodar a nadie.
Quería que la mujer aquella aprendiera cómo debía arreglárselas una persona considerada para tener animales que no importunaran de ningún modo a los vecinos.
Sobra decir que con la debida antelación había hecho extirpar el tímpano y las cuerdas vocales a sus ejemplares perros.

Previsión
Leyó que cualquier amigo peludo, emplumado o con aletas reducía la presión arterial.
Entonces adquirió un perro, dos periquitos del amor y cuatro peces diminutos.
Y para asegurarse del buen resultado, a cada uno le agregó dosis mínimas de Apotriazide y Atenolol en su ración diaria de alimentos.

Lástima
Sonia y Elena fueron amigas entrañables desde la escuela secundaria. Tanto se querían, que hasta les dio por amar siempre al mismo hombre. Pero invariablemente, éste prefería a Sonia, y Elena quedaba en la sombra.
Como lo mismo sucedió con Abelardo, el que se casó con Sonia, Elena continuó en su papel de siempre: la que mira hacia la carnicería, por carecer de medios para adquirir la proteína necesaria.
Transcurridos unos años y ya curada Sonia de su pasión exclusivista por Abelardo, se sintió dispuesta a compartirlo con la amiga infortunada; compartirlo, claro, no renunciar a él.
Entonces dio un bebedizo infernal a Abelardo y, cuando se durmió, le hizo un corte maestro en su órgano viril –que desinfectó, después, con suma diligencia y profesionalismo— y colocó el trozo extirpado en una botella con alcohol que le entregó a Elena.
Esta lamentó, tiempo después, que el fragmento de Abelardo obsequiado por Sonia no hubiera sido la cola de una lagartija.

Expresiones de amor
Se casó, sin saberlo, con una muchacha que padecía de enuresis, aunque discreta.
Se conmovía, entonces, hasta las lágrimas, cuando ella soltaba chorritos de orina en su presencia, pues tenía vivo el recuerdo de las perrillas que, en su hogar infantil, movían sus rabos de contento y lanzaban regocijados líquidos vesicales cada vez que él volvía del colegio.

Obediente
-No des nunca de qué hablar, hija –le recomendó, con insistencia, su padre.
Entonces ella fue por el mundo haciendo cosas que enmudecían a la gente.

Sueños castigadores
A la mujer le nació un hijo negro, en circunstancias en que ella y su marido eran blancos de blancura impecable y genética.
-Me habrán violado mientras dormía –dijo a su marido—: no cabe otra explicación.
Pero su esposo no estuvo de acuerdo:
-No –afirmó—, debe ser castigo de Dios, porque todas estas noches he estado soñando que violaba a una mujer negra.

Cuentos pertenecientes al libro Microficciones (Editorial Tecnociencia, Costa Rica, 2002)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Micros como tortazos. Impresionantes. Maravillosa ilustración.
diego