UNA HISTORIA CORRIENTE

Ernesto Pérez Zúñiga



Es sábado por la mañana. El anciano entra en un bosque y encuentra un grupo de niños que juegan y, unos árboles más allá, el río. El cauce es estrecho pero la corriente rápida estalla, obedeciendo a la inclinación del terreno, sobre una roca y otra.
El hombre se sienta junto al río y atiende las formas que adopta el agua: líneas curvas, espirales, burbujas y espuma. Le habían parecido curiosas y ahora, sin quitarles la vista de encima, también las imagina: son un ejército de víboras en la búsqueda voraz del mar; son la boca de rabia de un perro transparente; son el dulce, el terrible, el terso, el fuerte, el flexible movimiento del universo en moléculas H2O. La corriente es el fragor de la corriente, piensa el anciano, y yo soy un hombre sentado junto a un río que pasa. Entonces deja de buscar metáforas en el agua y siente que le invade la melancolía. No, no es melancolía, se dice, es el río que corre rugiendo dentro de mi cabeza. No, no hay ninguna cabeza, se dice, sólo hay un río. Yo soy un río sentado junto a un hombre que pasa.
Pasan mil litros por segundo y la silueta de un águila se refleja en el agua.
Pasan sesenta mil litros por minuto y un niño se acerca a beber.
Pasan trescientos sesenta mil litros por hora.
El hombre se seca. Otro niño se acerca a beber.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bello, poético texto.