SE HA EXTRAVIADO IDENTIDAD

(LA ÚLTIMA VEZ QUE LA VIERON LLEVABA LEOTARDOS ATIGRADOS Y BOTAS OSCURAS, A QUIEN LA ENCUENTRA SE SOLICITA INFORME A LOS ORGANISMOS COMPETENTES)

Juan Carlos Méndez Guédez




Fernando Iwasaki comenta que en hispanoamérica la gente se alegra cuando uno de nuestros futbolistas se nacionaliza europeo pues así logrará ser titular en su equipo, pero al tratarse de escritores el caso es diferente; pareciera que siempre hay que perdonarles su viaje, tolerarles a duras penas su lejanía, exigírseles pruebas de que en el fondo de sí mismos mantienen puras las señales de su pertenencia a la literatura, a la identidad hispanoamericana.

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Creo que fue en 1994, o quizás en 1995. Fui a Barquisimeto a leer cuentos en una actividad. A mí y a otro autor que vivíamos en Caracas la moderadora nos presentó con un sonido silbante que brotaba entre sus dientes, una especie de murmullo:

y

aquíestánestosdosquenosési
siguenvinculadosasuciudadnatal
quelosvionaceryquelesalumbrólavida


Expulsado de la literatura larense durante esa mañana, escuché con atención los cuentos de los otros autores. Asentí, aplaudí eufórico y celebré cada sílaba, cada imagen. Vi que sólo quedábamos por leer el otro autor que vivía en Caracas y yo. La presentadora dio por finalizado el acto y dio las gracias al público por acudir a tan magna cita.
La gente comenzó a levantarse un poco perpleja. Se escuchó un grito: “aquí no se mueve nadie, yo viajé toda la mañana y voy a leer mi cuento”. El otro autor, o yo mismo, o ambos a la vez, saltamos sobre el micrófono y alguno de nosotros gritó pidiendo que le regalasen cinco minutos de atención y que le perdonasen su traidora literatura.
Leímos.
Hubo muchos aplausos: las tres cuartas partes del público lo formaba mi familia. Gracias a ellos, a su aclamación popular (o sería mejor decir familiar) pude volver a la literatura larense.

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Creo recordar que en una ocasión Salvador Garmendia fue presentado como novelista venezolano y él sonriente, irónico y lúcido, pidió mayor precisión: “novelista barquisimetano, si no le importa”.
Me gustaría ir todavía un poco más allá. Novelista del Antonio María Pineda de Barquisimeto. Pero no es del todo justo. Pasé muchos años en Los Jardines del Valle en Caracas. Novelista de Los Jardines del Valle. Quizás una opción acertada. ¿Y dónde queda la Maury, y la calle siete de Quíbor, y la Isidro Segovia de Salamanca y…?

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Hace un par de años me pareció leer que un novelista afirmaba con rotundidad: la literatura venezolana es la que se está haciendo en Venezuela.
Intenté saltar sobre el micrófono. “Aquí no se mueve nadie…”, quise gritar, pero no había micrófono.

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Coincido en Suiza con un grupo de escritores peruanos que celebran algo con euforia. Los veo beber un líquido entre risas y recuerdos entrañables. Uno de ellos me invita. “Es Inca Cola, no creo que te guste. Sólo un peruano puede disfrutar con pasión de un refresco que tiene color de pis y sabe a chicle”.
Lo pruebo. Tiene razón.
Regreso al hotel y los dejo felices. Quizás eso sea la identidad nacional.

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En los años noventa aquel amigo estaba empeñado en escribir un libro sobre la identidad venezolana. Una suerte de compendio, un “quiénes somos” que se le escurría entre las manos y la prosa. Pienso que tal vez era un libro posible en ese entonces. Buena parte de la literatura del Boom trataba de responder a ese quienes somos. Pero yo jamás tuve interés en algo semejante. Siempre me ha parecido más importante otra pregunta: ¿Quién soy cuando no soy yo?
El eje de la ficción, de lo imaginativo. Una soledad con el mundo al fondo.

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Me parece que fue Domingo Miliani quien hace muchos años dijo que latinoamérica podía definirse como conjunto de países en la búsqueda de un idéntico proceso de liberación.
¿Será eso una identidad?
La identidad es entonces un frase desafinada, muy seria, pesada como mármol de prócer, aburrida como desfile militar con bandera y generales y comandantes con uniformes apretados para ocultar la tripa y el whisky caro.


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Recuerdo con furor el descubrimiento en los años noventa de un autor excelente cuyos libros se me fueron apagando entre las manos con el paso del tiempo.
Aquel hombre quizás jugó a ser la voz nacional, la voz de su idioma, la voz. Allí lo colocaron, allí se dejó colocar; más cerca de la postura de una estatua que de la palpitación de lo literario.
Un escritor embutido en una bandera no tiene manos para escribir en su computadora.


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¿Escribir desde un lugar que pueda ser todos los lugares y ninguno?

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Navegando en la red vuelvo a encontrarme unos poemas de Ramón Palomares con muchos diminutivos, palabras de su pueblo, frases cantarinas.
¿Esas babiecadas líricas serán la identidad descubierta por una literatura?
Apaga y vámonos.

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La evidencia de una frontera: una línea bien trazada; pero cuya finalidad no es la imposición de un límite, sino la invitación a un continuo movimiento de ida, de vuelta, de ida, de vuelta.

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El principio de la voz de un escritor: sus lecturas, su infancia, su adolescencia: esas calles; esas palabras; esos olores de una ciudad particular. El comienzo de lo que será una infinita mixtura. La posibilidad de reconocerse también, de inventarse, otras lecturas, otra infancia, otra adolescencia, otras calles, otros olores de una ciudad particular.

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Sólo podrán mirar lo que desean mirar. Cualquier elemento que trastoque sus conceptos destará la confusión, la perplejidad. Lo pienso al leer este fragmento de Iván de la Nuez en su excelente libro El mapa de sal:“ un periodista europeo se inquieta por la cantidad de alusiones doradas de las carrozas en el carnaval de Río, sobre todo, teniendo en cuenta la pobreza de las Favelas. El Rei Momo fue tácito en su respuesta: “la miseria sólo le gusta a los intelectuales, a los pobres les encanta el lujo”.


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Aquella sindicalista señalándome con el dedo en una calle de Madrid: “A ver sudaca de mierda, ¿cómo es posible que no te guste el Che Guevara siendo sudaca?”.


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He allí el dilema: quieres estar y no quieres estar; estás y no estás.

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En uno de sus brillantes ensayos dedicados a la narrativa hispanoamericana Gustavo Guerrero afirma que la crisis viene dada por la caída de los dos paradigmas que constituyen lo que se entendió como propio de esa literatura: el paradigma revolucionario y el paradigma del realismo mágico.
Celebrar entonces esa crisis. Ser y estar en esa crisis. Aunque los lectores fáciles nos den la espalda, aunque mal paguen.

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La otra noche al despertarme me encontré susurrando: Barquisimeto, Barquisimeto, como si intentase responder a una pregunta que jamás pude escuchar.

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Como diría Roberto Juarroz:

“El oficio de la palabra,
más allá de la pequeña miseria
y la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es un acto de amor: crear presencia.

El oficio de la palabra
es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la posibilidad de que el mundo diga al hombre.

La palabra: ese cuerpo hacia todo.
La palabra: esos ojos abiertos”.

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La pregunta sigue siendo la misma (y siempre en singular). ¿Quién soy cuando no soy yo?

2 comentarios:

Ernesto Suárez dijo...

Querido Juan Carlos,
como te considero el mejor narrador canario nacido en Venezuela, felicitarte por el texto y por la aventura colectiva de los tantos números de La Mancha.
Estoy contigo en que las identidades se viven en el lenguaje (y en el Cliper de fresa para los grancanarios: chiste isleño), signifique esto lo que signifique. ¿Cómo se vive (en el texto)entonces la identidad del cambio de lengua del caraqueño al salmantino (tu virgen del Hornazo sigue pareciéndome uno de tus mejores cuentos) y del salmantino al isleño y del isleño al venezolano en madrid? Algunos han hecho este camino magníficamente desde sus textos. Tú uno de ellos, compadre.

Anónimo dijo...

Querido Ernesto: gracias por tus coemntarios.
Pienso que la voz de un escritor debe poseer por encima de todo la naturalidad de su propio registro. Dentro de esa naturalidad, esas mudanzas vitales se asimilan como incorporaciones y enriquecimientos. No intento nunca parecer un autor que escribe en tal o cual registro del español, escribo del modo en que suenan las palabars en mi cabeza, y es posible que surja allí una mezcla personal que despierte una inicial perplejidad en los lectores que espero se disipe una vez que entras en la historia.
En síntesis, intento no racionalizar las mudanzas, sino que ellas dejen sus huellas específicas en cada historia.
Saludos.

JCMG