PALABRAS OLEAGINOSAS

Un hombre de aceite
José Balza
Bid&Co., 2008
|125 p.|ISBN:9806741595|

Armando Reverón es conocido como el pintor de la luz. Mirar sus cuadros es adentrarse en un universo de luminiscencias que dan forma al mundo, pero al mundo de un genio que vive a la orilla de una playa, que a medida que desarrollaba su obra fue despojándose de lo que ya no le hacía falta para expresarse. Uno de sus últimos cuadros es el paisaje de una playa —tema recurrente en su obra— pintado con tres o cuatro trazos, tres o cuatro manchas blancas, que construyen todo un universo: el genio sabe decir solo lo que tiene que decir, y es lo que aconsejaba en su momento Pushkin.

De esta novela de Balza —su trabajo más reciente— cabe señalar algo parecido de lo que acabo de decir de la obra de Reverón: consciente, cauto o humilde, el novelista acota que Un hombre de aceite se trata de una (Fábula), porque quizá el evidente peso de sus novelas anteriores —D (1979), Percusión (1982), Después Caracas (1996), entre otras— lo ponen en guardia: más que un ejercicio narrativo, nombre que recibe de común toda su literatura, más que una novela al uso, esta novela se presenta al mundo como el espejo que se ha roto y que se propone como ejercicio para el lector. Se trata de entender el mundo que es la novela sin las partes aburridas, vacuas, pirotécnicas. En un escritor de dilatada experiencia como Balza no es necesaria la demostración ni la pedantería: que cada palabra lleve su propia idea, que cada imagen entregue lo que dice, que cada episodio construya.

Se trata de la historia del ejecutivo petrolero que poco a poco va sucumbiendo, por culpa de su indolencia, por pusilánime, por cobarde, por cómodo, por corrupto, a la nueva situación que se presenta en el país (en realidad, la repetición de algo que ha ocurrido varias veces en América Latina): el líder carismático que se hace con el poder para “salvar” a la nación y que termina devorándola en compañía de sus secuaces. El demófago que señalara Homero y que es como una maldición del Nuevo Mundo, ávido siempre de un padre fuerte y simpático, pero caníbal. El ejecutivo no sufre, no; no se arrepiente, no: se aprovecha, que para eso lo han puesto donde hay.

Así se genera una nueva prosa en Balza: la escritura oleaginosa que, como el petróleo pesado, está condensada, se mueve en periódicos flujos y aunque no llena cada intersticio del espacio novelesco —no le hace falta— impone su presencia de manera definitiva: estamos condenados, como lectores, a seguir la ruta que traza; condenados a ver entrar y salir personajes, que no son episódicos sino puntuales; pulsaciones de una fuga literaria cuyo bajo continuo es el personaje principal y su miseria. (No se escapa al lector curioso la referencia nada simbólica a la actual situación en Venezuela). Y si la discreción como ocultamiento de la riqueza mal habida es el aprendizaje final de los sinvergüenzas que protagonizan la novela, la del escritor es la discreción narrativa que no necesita un discurso abundante ni barroco, ni aburrido ni pedante, para mostrarlos en toda su miseria, en toda su humanidad, en toda su picardía:

—Odio el lujo con que vive la nueva gente del gobierno, Luis —y Coro ríe—. Creo que antes me gustaba ese lucimiento, ahora prefiero que lo que uno tenga esté bien resguardado.
Resguardada queda en esta fascinante novela (¿o fábula?) la feroz mirada de José Balza a la contemporaneidad que le ha tocado vivir; donde la piedad del narrador se manifiesta en el diseño de un discurso que deja mondos y lirondos a los sinvergüenzas y débiles que nos gobiernan. Hay que leerla ya, sin duda alguna. jcch.

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